Mira: está sangrando
La prosa de Marcelo Luján en ‘La claridad’ es un torno que va aplastándote el pecho hasta que apenas puedes leer
Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) estuvo dando vueltas durante tres años a La claridad, con el que ha ganado el prestigioso Premio Ribera del Duero. El proyecto en forma de libro consiste en una selección de seis cuentos, nacidos de su anterior novela, Subsuelo (2015), que consiguió acomodo unánime en lectores y jurados del género negro. Esa novela contenía la esencia de Luján: fascinación por hacerte mirar el accidente, contemplar miedo y herida en el otro sin intención alguna de llamar a ambulancia o policía.
La claridad puede leerse como una serie de dioramas colocados sobre el álbum de fotos que fue Subsuelo u obviar la novela. En ambos casos, el placer de la lectura seguirá intacto. La mirada de Luján es negra y por eso el destino de los personajes está marcado y hasta el narrador en algunos cuentos se permite anticiparlo. Todo para que el lector no olvide que no hay ninguna posibilidad de escapar. Pero la novedad en La claridad es que Luján decide entrar en el género fantástico. Aunque lo haga empeñado en no soltarse de la mano de la crueldad percibida como realista. Quizás tema perder ese vínculo como si eso fuera lo que imanta a su lectura —mira: está sangrando— cuando es la gestión literaria de la posibilidad de lo que puede suceder lo que gana siempre que confía en sí mismo y en el lector. La prosa del argentino se convierte en un torno que va aplastándote el pecho hasta que apenas puedes leer. En el noir de Marcelo Luján no hay lugar donde esconderse. El arrojo del autor ha sido probarse con un género donde el terror no necesita que miremos el accidente, sino que presintamos al fantasma.
En el primero de los cuentos, dos mujeres en bicicleta y un narrador inmisericorde. Soberbia manera de iniciar La claridad. El mal aquí llega en forma de manada. El castigo de la víctima por ser víctima. Luján no nos pregunta: nos obliga a mirar. Hay traición y redención disparatada, cobarde. Puro noir. El segundo también es realista: violencia, familia y destino. En este caso, de juguetes rotos en el suelo de casa, madre e hija. Crueldad, desesperación, salir a buscar a la calle una sombra o cómo se crea un espectro. El tercero, ya de temática fantástica, es el único escalón que cruje de la escalera. Pero será en el cuarto cuento —el mejor junto con el que cierra el libro— cuando la negociación parece caer del lado del bonaerense afincado en Madrid desde 2001. ¿Qué sucede cuando una mujer que no debió volver a nuestra clínica veterinaria trae una mascota enferma y ésta muerde a la chica de nuestros sueños? La fascinación y el terror masculino ante la mujer que queremos que sea y no sea pantera o que quizás sólo sea una víctima de nuestros deseos.
En el quinto cuento, Luján entra sin avisar en la habitación de Mariana Enríquez y esta esconde bajo la almohada el libro de Stephen King que andaba leyendo. Historia de miedos y vergüenzas adolescentes. Pero el final ocurre dos veces, nos sobran testigos que determinen que se trata de un cuento fantástico como si el cuentista no confiase en nuestra inteligencia como lectores. Llegamos al final, el sexto, y nos ciega la claridad y el talento de Luján. Otra madre muerta, otra adolescente perdida, búsqueda de identidad y una herida, fortuita esta, que sangra como una pista que nos lleva a vete a saber dónde. Luján para el balón contra el suelo, levanta la cabeza y se toma el tiempo para respirar y disfrutar. Puede colocar la pelota donde quiere y, ahora sí, confiado y confiando, en el sexto gol decide hacerlo por la escuadra.
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Autor: Marcelo Luján.
Editorial: Páginas de Espuma, 2020.
Formato: tapa blanda (171 páginas, 17 euros).
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