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Paraíso: el disco perdido de la nueva ola madrileña

Charla con dos de los miembros de la histórica banda con motivo de la publicación de su “álbum perdido”

Mario Gil (primero a la izquierda) y Fernando Márquez (tercero), con otros miembros de Paraíso en el Metro de Madrid.
Mario Gil (primero a la izquierda) y Fernando Márquez (tercero), con otros miembros de Paraíso en el Metro de Madrid.JAVIER SENOVILLA

“No quiero mirar otra vez atrás / de mitos perdidos oírte hablar”, cantaban Paraíso en 1979. Pues el grupo madrileño, que existió durante poco más de un año y legó al mundo un single y un EP (póstumo), en aquel momento representaba la mirada a lo moderno y la avidez por el Futuro. Por supuesto, aquel futuro ya está aquí; se escribe en minúscula y es esto: usted y yo, en pijama, enloqueciendo un poco más con cada nuevo día de confinamiento pandemil. No es lo que Paraíso soñaban en su insalubre local de ensayo de la calle Primavera, andando por el Lavapiés postfranquista, esquivando los miasmas de ranciedad capitalinos y simulando vivir en Londres.

Paraíso son, a su pesar, un mito perdido; algo que pretende corregir el sello Munster con esta recopilación de maquetas. El grupo, sea por su calidad de germen efímero de bandas mayores, lo exiguo de su obra, lo temporal de sus temas o lo embrionario de su sonido, no ha trascendido más allá de cierto círculo de iluminados. Justa o injustamente se quedaron con el pegajoso halo de grupo antesala, secreto mejor guardado de la Movida.

Eran un grupo que no lo parecía; eso para empezar. En sus fotografías sale mucha peña; y todos distintos. Más que un conjunto rock’n’roll sugerían reunión no autorizada, tumulto casual. Uno se pregunta si era algo pensado o, simplemente, tenían demasiados colegas en el paro. “De lo segundo acaba por surgir lo primero”, responde Fernando Márquez El Zurdo, fundador, letrista e ideólogo, “aunque ya en el troquel berlanguiano original había bastante histrionismo, aparte de la común afición por el glam (en mi caso por elementos teatrales como Sparks, Godley & Creme o Steve Harley)”. “Ensayábamos en Lavapiés”, añade Mario Gil, teclista y compositor, “donde vivía Antonio, el guitarrista, y sus amigos querían ver lo que hacíamos. Muchos de ellos eran músicos y querían aportar su granito de arena. En uno de los primeros conciertos llegamos a ser más de una docena sobre el escenario”.

La época de Paraíso era de mucha demanda y poca oferta. Así como un preso le exprime vitamina a un tímido rayo de sol, los chavales de 1979 procesaban nutrientes de cualquier materia que cruzara La Jonquera y no oliese a museo. Los que iban en busca de algo se reconocían y juntaban sus hallazgos en el pote común. Paraíso era una escuela de jóvenes mutantes: un guitarrista virtuoso apodado Clapton (Antonio Zancajo); un teclista con vocación tecno-pop y maneras clownescas (Mario Gil); un líder versado en las artes del pop oculto (El Zurdo, ex Kaka De Luxe); un cantante que parecía el camello de Withnail y yo (Juan Luís Lozano); un batería nuevaolero con rostro preescolar (Paco Díez de Velasco); etc… En lo musical, lo mismo. Una canción suena a Revillos de juguete, otra a cantautor marginal; esa a cabaré prepunk, esta a galáctico catalán; aquella a unos Devo castizos y la siguiente a Vainica Doble. “Hubo hasta su punto de Pink Floyd”, apunta Márquez, “con el desarrollo musical de El horror de Jonestown, alumbrada a partir de unas variaciones del bajista Gregorio sobre el Careful With That Axe, Eugene. Yo la encajé en el repertorio como tema largo teatralizado que podía enlazar con The Tubes o The Scaffold. Años después detecté la influencia subconsciente del Volverás de Rodrigo García (con Solera) en Para ti. De Blondie hay fuerte influencia en el arreglo de Crimen pasional (concretamente Cautious Lip y su música de suspense)”.

Ningún grupo proto lo sería sin la presencia de músicos que partieron para la (ejem) gloria. Nadie hablaría de The 101’ers si no hubiese pasado por allí Joe Strummer, y también Paraíso son citados a menudo como cantera de artistas ilustres. El Zurdo y Gil fundarían La Mode (Gil se uniría más tarde a Un Pingüino En Mi Ascensor). “Carlos Berlanga [Alaska y Los Pegamoides] fue el iniciador de la secuencia”, comenta Márquez, “cuando me propuso romper con Kaka De Luxe y desarrollar un proyecto naif inspirado en los Modern Lovers. En el primer ensayo hubo un roce entre Berlanga y Antonio; al acabar el ensayo, Carlos me obligó a elegir entre él y los músicos (quería coger a otros peores a los que dominar) y se produjo la ruptura. En cuanto a Carlos Entrena [Décima Víctima], la crisis se produjo al presentar yo el Y al final… (Carolina), que él consideraba, con razón, una letra disonante en el repertorio por su tono depresivo, sin el menor toque de humor (supongo que concitaba fantasmas en él que mucho más tarde asumiría con su grupo)”.

La Movida está a rebosar de automitología juvenil y épica en pañales, y Paraíso no son una excepción. La hoja interior de este álbum “perdido” es un cantar de gestas y batallas, magnificadas o no, que nada tiene que envidiar a Beovulfo. “En varias ocasiones” afirma Márquez, “nos acusaron de robar. La estrella de la radio respondía a una calumnia de Paco Pérez Bryan que nos cargó con un robo de discos en su emisora. En una actuación en Asturias el trapero Morfi nos acusó de robarle un micro. Nuestras crisis, más de convivencia que musicales, superaban las películas de Colomo o Trueba. La pelea en directo entre Juan Luis y Mario fue en el desastroso concierto de presentación en la sala Sol, motivada por el estrés y la frustración que nos causó el pésimo sonido, culpa de la discográfica Zafiro. Juan Luis, con muy mal vino, arremetió contra Mario y éste, obviamente, respondió. La cosa fue desagradable pero tampoco digna de ser retransmitida por la WWF”. Gil, lacónico, apostilla: “Mi timidez hizo crecer el bulo que era homosexual. Y así me fue”.

Paraíso son muy de su tiempo y edad, y como tales acusan el síndrome de weltanschauung debutante: aprovechando que os tengo aquí, voy a hablaros de Mi Mundo. En detalle. Esta colección de maquetas debería llevar pegatina de advertencia: puede causar apoplejías en milennials. La cantidad de puyas y guiños del día bate algún nuevo tipo de récord. “En el sentido de endogamia en las letras no éramos muy diferentes de Pegamoides, Glutamato o los primeros Radio Futura... Era lógico en bandas que pasaban mucho tiempo juntos más allá del ensayo. La estrella de la radio iba por Pérez Bryan, pero más tarde Juan Luis se la endosó a Gonzalo Garrido por un mosqueo, y también había saluditos al Mariscal Romero, archiodiador de la nueva ola. Vitorichi era Victoria Abril, icono mío de entonces. Carolina es Alaska, como resulta evidente, aunque el retrato me saldría mucho mejor un año y medio más tarde con Aquella chica de La Mode”.

En las letras de Paraíso también había cómic a porrillo, como demuestra Makoki (“era obligada la lectura de Star, del Makoki en Discoexpress, o la prensa marginal de la que procedíamos”, dice Márquez), nombres de actrices (hoy muertas) y ciudades (hoy gentrificadas), bebidas in (hoy out), vocablos anglo, y sobre todo mucho esprit de corps y gritos de guerra de corte futurista, anti vieja generación, que uno no puede dejar de admirar (“nos olvidamos de críticos seniles”).

Aunque Paraíso no sean la primera banda que los aficionados escupen al hablar de nueva ola española, sí dejaron su impronta en conocedores selectos. Es imposible escuchar a La Buena Vida del primer álbum y no ver por todas partes aquel En la morgue, por ejemplo, o detectar paraisísmos subterráneos en Los Fresones Rebeldes. “Sólo veo cierta relación”, sentencia Márquez, “con Le Mans o, mejor dicho, con Aventuras de Kirlian. En cuanto a los segundos, me siento completamente ajeno, como dejé claro con mi reacción nada empática por la versión "fresona" de Aquella chica.

El corte final. Paraíso. Munster, 2019.

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