Memorias y olvidos
Gobernantes y élites tratan de manipular los recuerdos para convencer a la opinión pública de la excelencia del presente


“Cuando el tiempo solo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad; mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia (…) volverán las preguntas: ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y después qué?”. Esta reflexión de Martin Heidegger, quizá el filósofo más reputado del siglo XX pese a su militancia nazi y su incomprensible vinculación a Hitler, se relaciona paradójicamente con la exigencia de la memoria histórica sobre el devenir de Europa, marcada irremediablemente por el Holocausto. La soledad y el silencio que la pandemia del coronavirus impone nos regalan a cambio esa temporalidad que el pensador alemán reclamaba. Puede ser la ocasión para leer Los amnésicos, la obra de Géraldine Schwarz que ganó el Premio al Libro Europeo y llegó a las librerías españolas hace algunos meses. A partir de una investigación sobre el comportamiento de su familia antes, durante y después de la II Guerra Mundial, nos ilumina sobre la complicidad del pueblo alemán en la persecución antisemita, pero también sobre el hecho de que, en su opinión, haya sido Alemania la nación europea que probablemente haya trabajado mejor la memoria histórica de un siglo XX deshonrado por ella misma hasta la depravación.
Quizá haya sido Alemania la que ha trabajado mejor la memoria de un siglo XX deshonrado por ella misma hasta la depravación
Al margen las peripecias personales, Schwarz narra la complicidad pasiva, y en ocasiones activa, de las clases medias de Europa y América con las políticas contra los judíos que precedieron a la masacre y el horror de la contienda. Señala también el olvido voluntario en que los Gobiernos de Bonn y París enterraron durante décadas la reivindicación de las víctimas y el consiguiente castigo de los victimarios, para acabar haciendo un brillante análisis de la situación actual del continente, donde reverdecen las formaciones de extrema derecha. También en Alemania, aunque en su opinión este es el país en el que las instituciones democráticas tienen hoy más arraigo y suscitan mayor consenso debido, sobre todo, a ese trabajo que se ha hecho sobre la memoria histórica. Esta no ha sido construida solo de arriba abajo, por los Gobiernos, los historiadores oficiales y los grupos de víctimas, sino que han intervenido en ella muchos actores que “han puesto el acento en el proceso que transforma a un ciudadano normal en un perseguidor o cuando menos en un simpatizante”.

En lo que se refiere a la narración personal, al sufrimiento de quienes marcharon al exilio o perdieron sus seres queridos, humillados y arruinados antes de que les asesinaran, este libro me recordaba otra narración encomiable de Helen Waldstein Wilkes, Cartas de los ausentes, que recupera la historia y los sentimientos personales de víctimas del Holocausto, pero también los olvidos de quienes se refugiaron después en la desmemoria para defenderse del dolor y del odio. No está de más recordar esto cuando el antisemitismo, como la islamofobia, cunden de nuevo.
Memorias y olvidos configuran el marco de la convivencia política tanto como de la identidad personal. Los gobernantes y las élites, las clases dirigentes, tratan de manipular los recuerdos, los arrepentimientos y sus carencias para convencer a la opinión pública de la excelencia del presente y lo promisorio del futuro frente a la suciedad del pasado. Este es por lo mismo un debate vivo hoy entre nosotros, y se refleja lo mismo en las polémicas sobre el Valle de los Caídos y el traslado del cadáver del dictador que en la invención fraudulenta de la historia de Cataluña por parte de los líderes independentistas. También sobre el significado de la Transición, sus glorias y sus renuncias.

Es de elogiar por eso que en el epílogo de José Álvarez Junco al libro de Schwarz se reivindique el consenso que informó el momento fundacional del régimen de 1978 como el inicio de un nuevo relato histórico de nuestro país “que haría de la democracia actual su piedra angular”. Para hacerlo se necesita la transparencia y honestidad de quienes no quieran contar la historia de los pueblos como una contienda entre buenos y malos, sino como un continuo de sombras y luces, de ambigüedades y heroísmos, cuyo legado no puede prescindir ni de unas ni de otros. Tarea fundamental que ha de inspirar la educación política de las nuevas generaciones, pues, como el propio Heidegger apuntara, el pensamiento libre disuelve las ideologías. Por eso mismo los nazis lo prohibieron.
Los amnésicos. Géraldine Schwarz. Traducción de Núria Viver. Epílogo de José Álvarez Junco. Tusquets, 2019. 400 páginas. 22,50 euros.
Cartas de los ausentes. Helen Waldstein Wilkes. Traducción de José Miguel Parra. Confluencias, 2019. 404 páginas. 22 euros.
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