La desnudez de los dioses
La mitología permitió a los artistas mostrar el cuerpo de hombres y mujeres sin pudores
Si pensamos en Zeus o Afrodita, se forman en la cabeza imágenes de seres antropomórficos, torsos desnudos, carnes blancas y firmes y auras celestiales. Esa encarnación está más influenciada por el arte que por la propia narración de los mitos clásicos. Estos relatos han inspirado a pintores y escultores de todos los tiempos, quienes han dotado a los dioses de físicos nudos, siguiendo una tradición que sobrevoló la castidad de la religión cristiana y que ha contribuido a mantener vivas sus historias.
Los griegos otorgaron a los dioses condición antropomórfica, lo que favorece que vivan entre los hombres, se relacionan con ellos, los castiguen o tengan hijos con ellos. Su figura en el arte no dista mucho pues de la de los mortales. “La diferencia es algún fulgor o brillo especial alrededor”, apunta Fernando Pérez Suescun, jefe de Contenidos didácticos del Área de Educación del Museo Nacional del Prado. Si algo los delata de manera más llamativa es su desnudez. Pérez, que también es comisario de la exposición itinerante Arte y mito. Los dioses del Prado, explica que esta representación es heredada. La Afrodita de Cnido, de Praxiteles, datada a mediados del siglo IV a. C., inaugura esta tradición en las representaciones femeninas. “Hasta entonces las diosas aparecían vestidas, pero a partir de ese momento comienzan a aparecer desnudas o semidesnudas”, abunda el experto.
De esa Venus de pechos marmóreos a la Venus de Goya, La maja desnuda, que mira de frente sin recatos, existen miles de versiones del cuerpo de hombres y mujeres justificados por los mitos. Zeus, representado con gran fortaleza y cuerpo musculoso, o Venus, siempre sensual, sirven de excusa para admirar las formas humanas. Pérez relata que tanto era así que cuando Tiziano le envió al rey Felipe II Venus y Adonis, después de haberle hecho llegar previamente Dánae, el pintor le dijo que así podría ver un cuerpo femenino completamente desnudo, pues Dánae aparecía de frente y Venus —ahora— de espaldas, complementándose. Ambas piezas podrán verse en el Museo del Prado a partir de octubre, dentro de la exposición Pasiones mitológicas, que reúne por primera vez desde el siglo XVII las seis “poesías” —así las llamó Tiziano—, que el artista pintó para el monarca, acompañadas de más de una treintena de otras obras que enriquecen la muestra.
Los artistas como Rubens o Velázquez accedían a las narraciones de los mitos despojándolas de su significado religioso, pues chocaban con el catolicismo de la época. Justamente por la fuerte religiosidad de España no se cultivó en exceso la pintura mitológica, como sí ocurrió en Italia o Flandes. “Se restringió mucho a las cortes porque eran solo los reyes quienes apreciaban este tipo de arte y lo encargaban”, aclara Pérez. En algunas ocasiones los monarcas lo hacían para recuperar uno de los significados primigenios de estas narraciones: la advertencia. Así, María de Hungría, hermana de Carlos V, encargó a Tiziano una serie sobre los castigos de Ticio, Sísifo, Tántalo e Ixión. En ella se puede ver cómo estos personajes son torturados por revelarse contra los dioses. “Mostraba el castigo al que podía ser sometida cualquier persona si actuaba en contra de los monarcas”.
Divergencias y coincidencias
A Ticio un buitre le devora eternamente su hígado por intentar violar a Latona, madre de Apolo. A la misma crueldad es sometido Prometeo, esta vez por ayudar a los hombres devolviéndoles el fuego del que Zeus les había privado, episodio que puede contemplarse en obras expuestas en el Prado, como Prometeo, de Jan Cossiers. Sin embargo, la escena del castigo de Prometeo es menos común que la de Ticio, revela Pérez, porque aun siendo tan plástico, carece de justificación o mensaje moralizante: “Prometeo no es castigado por portarse mal, sino por ayudar a los hombres”.
Los mismos episodios asociados a diferentes personajes, la divergencia de lances en un mismo mito o los enredos familiares son habituales en estas narraciones. “Esto es como internet, hay páginas que coinciden en la información y otras que cuentas cosas diferentes, todo depende de la fuente”, ejemplifica el jefe de Contenidos Didácticos. Según a qué fuente acuda el pintor o quién sea su cliente, los mitos pueden cambiar y confundirse unos con los otros.
Algunas historias han unido a grandes maestros, como es el caso de Tiziano, Rubens y Velázquez. Cuando el flamenco llegó a España en 1628 conoció la obra de Tiziano. Influido por él, copió El Rapto de Europa, realizado en primer término para el rey Felipe II. Este cuadro muestra como Júpiter, transformado en toro, rapta a la princesa fenicia Europa para llevársela a Creta. Esa creación de Tiziano aparece también, de fondo, en Las hilanderas, de Velázquez, cosiendo así una tradición que avanza en cada cuadro.
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