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Crítica | Las golondrinas de Kabul
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La tragedia en acuarela

El dibujo otorga distancia y matices para lograr mostrar lo que de otro modo estaría al borde de la abyección visual

Imagen de 'Las golondrinas de Kabul'. En imagen, un adelanto de la película.
Javier Ocaña

El poder transformador de la animación puede convertir algo (casi) irrepresentable en una forma de trágica poesía de la barbarie contemporánea. Por ejemplo, la lapidación de una mujer en el Afganistán de los talibanes. Es el poder del cine, en sus diversas formas: el de la comedia que hunde sus cuchillos en el absurdo del espectáculo del linchamiento de hace dos milenios en La vida de Brian; el de la animación adulta de la producción francesa Las golondrinas de Kabul, activismo social con hechuras de sobria acuarela y fondo dramático del anteayer.

LAS GOLONDRINAS DE KABUL

Dirección: Zabou Breitman, Eléa Gobbé-Mévellec.

Intérpretes: Simon Abkarian, Hiam Abbas, Zita Hanrot, Swann Arlaud (voces).

Género: drama. Francia, 2019.

Duración: 80 minutos.

Basada en la novela homónima de Yasmina Khadra, seudónimo femenino del escritor argelino Mohammed Moulessehoul, la película se adentra en la cotidianidad del espanto del integrismo islámico a través de una animación de trazos discretos, estilo de acuarela y colores pasteles. Así, por un lado, el dibujo otorga distancia y matices para lograr mostrar lo que de otro modo estaría al borde de la abyección visual, y por otro se narra el proceso de autoconvencimiento, seguido de la duda y de la rebeldía, de un hombre marcado por el ambiente y la (mala) educación, que logra sobreponerse a la cerrazón, y el de una mujer que quiere ser libre y que lo logra por medio de lo único que le dejan poseer, la dignidad.

Zabou Breitman, actriz y directora sin experiencia en el dibujo animado, se acompaña de una profesional del formato como Eléa Gobbé-Mévellec, en su debut al frente de un largometraje, para articular una bella y sencilla película donde la masacre de la mujer se muestra tanto en el plano físico como, sobre todo, en el moral. Con ecos en su desenlace del intercambio de ejecutados de un clásico como Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, Las golondrinas de Kabul logra momentos de impacto, como los planos desde el punto de vista de la mujer tras al burka, rejillas mediante, y acaba conformándose como una obra donde la hipocresía del integrismo queda subyugada por la fuerza de la libertad.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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