El viaje hacia la luz de Bill Viola
La Fundación Telefónica de Madrid repasa los más de cuarenta años de carrera del vídeoartista, en constante búsqueda de las verdades espirituales, con una selección de más de 20 obras
Si solo pudiera escogerse una palabra para describir los trabajos de Bill Viola (Nueva York, 69 años), una que sin duda encajaría con su inconfundible relato artístico sería la de profundidad. La hondura de los sentimientos humanos, las insondables experiencias del nacimiento, la muerte y el tiempo que las delimita, la espiritualidad y sus caminos infinitos... han forjado a lo largo de más de cuarenta años la particular filosofía visual del estadounidense, expresada también a través del lenguaje universal del silencio y los sonidos de la naturaleza.
Marcada por símbolos como el agua y la luz, que actúan como claves para la interpretación de sus ideas, la obra del reconocido creador, pionero del vídeoarte, protagoniza una antológica en la Fundación Telefónica de Madrid: Bill Viola. Espejos de los invisible (hasta el 17 de mayo). Con más de 20 obras, la muestra, que ya se pudo ver en La Pedrera de Barcelona, ha sido comisariada por la esposa y directora del estudio del artista, Kira Perov.
Diseñada para que el espectador realice un trayecto que abre y cierra, como un círculo, con sendos autorretratos de Viola, la exposición pretende ser, en palabras de Perov, “el viaje de su despertar personal”. “La obra de Viola indaga en temas como el aislamiento, la angustia, la desintegración del yo y la fusión de la ilusión y la realidad”, abundó la comisaria en nombre del vídeocreador, que no pudo desplazarse a Madrid dado que se encuentra convaleciente. “En sus trabajos, la imagen en movimiento magnifica sus ideas sobre la fragilidad y la transitoriedad de nuestras vidas”.
En un orden no cronológico, sino conceptual, la primera vídeocreación de Viola que se muestra, Incrementation, fechada en 1996, representa al propio artista inmóvil ante la cámara. Solo respira. Y vive. Al lado de la pantalla, un panel va numerando –como una cuenta atrás hacia la muerte– sus respiraciones. 84.045, 84.046, 84.047. Ese ritmo, constante pero a ratos intermitente, orgánico y a la vez tamizado por la asepsia de la tecnología, definirá el paso con el que caminar a lo largo de un recorrido que se remonta a los años setenta con piezas como The reflecting pool, vídeo donde el artista juega con las posibilidades expresivas de la edición para intentar escapar de la linealidad del tiempo.
En propuestas como Catherine's Room (2001), donde se suceden varias pantallas en las que una mujer atraviesa desde su cotidianidad las cuatro estaciones del año durante el día y la noche, se condensan muchos de los interrogantes existenciales que el vídeoartista ha intentado desentrañar a lo largo de su carrera. “Es el ciclo de las transformaciones: una metáfora de la continuidad de la vida”, apuntó Perov, que pronunció una cita literal de Viola: “El yo es un océano sin orilla. Mirarlo no tiene principio ni final, ni en este mundo ni en el siguiente”.
Muchas veces con su propio cuerpo como material fílmico, los vídeos del estadounidense se adentran en la desconocida gruta del alma humana inspirados tanto en los genios de la historia del arte –resulta innegable la inmensa deuda de sus imágenes con la pintura– como en los pensadores de la espiritualidad tanto de Oriente como Occidente. En el contexto de la contemporaneidad, el uso de la tecnología le permite además crear espectaculares efectos especiales con los que transmitir esos conceptos. “Cuando miramos a algo durante mucho tiempo, su esencia se vuelve visible”, dijo Perov, una afirmación que encaja perfectamente con el uso de la cámara súper lenta en varias de las obras del artista, un recurso que le permite explorar cómo la experiencia temporal afecta a la percepción.
Entre los trabajos más recientes del autor –que en 2017 protagonizó una gran retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao, y que también ha expuesto recientemente en otras ciudades españolas como Cuenca– pueden verse piezas como Mártires (2014), una serie de cuatro vídeos que fueron creados como encargo de la catedral de San Pablo de Londres. En ellos, Viola se enfrenta a la idea de la necesidad de aceptar la propia mortalidad a través de la representación de los cuatro elementos, utilizados como metáforas de conceptos como la acción, la fortaleza, la perseverancia, la resistencia y el sacrificio. “El artista de hoy representa cosas invisibles”, agregó Perov citando nuevamente a su marido. “Comprender el regalo del arte puede ponernos en contacto con las razones internas por las que queremos hacer este trabajo”.
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