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La pandemia convierte el teatro en un escenario de riesgo para los actores

Los intérpretes advierten del peligro que supone para ellos trabajar sin mascarilla y reclaman que se revisen los protocolos después de los contagios registrados en varias funciones

Raquel Vidales
La actriz Teresa Lozano, en 'El sueño de una noche de verano', montaje en el que se contagió.
La actriz Teresa Lozano, en 'El sueño de una noche de verano', montaje en el que se contagió.Sergio Parra

“Soy persona de riesgo y lamentablemente he sufrido un contagio a mis 76 años de este virus que no diferencia entre clases sociales. No hagamos que diferencie entre profesiones. Necesitamos unos protocolos específicos para nuestro sector”. Este es un extracto de una carta escrita por la actriz Teresa Lozano para que fuera leída en una reunión que mantuvo el pasado lunes el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (Inaem) con representantes del sector para revisar la protección de los actores y bailarines frente al coronavirus: además de los deportistas profesionales, este colectivo es el único que debe prescindir de la mascarilla cuando ejerce su oficio, pero así como los primeros son sometidos a pruebas diagnósticas constantes y en general también ocurre así en el ámbito audiovisual, la frecuencia con la que se realizan pruebas a los intérpretes de producciones teatrales suele ser mínima. Y eso que ellos son los que tienen más riesgo cuando salen a los escenarios: trabajan en lugares cerrados, sin mascarilla y a menudo en contacto estrecho con compañeros durante largo rato.

La preocupación entre los actores crece. No por el público que acude a las representaciones, pues los protocolos en este sentido han demostrado ser seguros y no se han detectado brotes en los patios de butacas, sino por su propia seguridad sobre las tablas. Pasada la euforia por la reapertura de los teatros tras el confinamiento, la profesión ha ido tomando cada vez más conciencia del riesgo que corre por tener que quitarse la mascarilla durante las funciones, hasta que finalmente la semana pasada el miedo brotó a la superficie: lo hizo público el actor y director Josep Maria Flotats junto al reparto de El enfermo imaginario, una producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), dependiente del Inaem, exigiendo pruebas diagnósticas frecuentes para evitar contagios en el escenario. Fue en esa misma compañía un mes antes donde Teresa Lozano había contraído la covid-19, junto a otros dos intérpretes, durante las representaciones de El sueño de una noche de verano, lo que obligó a la cancelación del espectáculo el 13 de octubre. “Nadie se contagió fuera. Yo iba del teatro a casa y de casa al teatro pagándome un Cabify para no coger el metro”, subraya en su carta Lozano.

“El riesgo es evidente, pero tiene mala solución. El sector teatral no maneja tanto dinero como el audiovisual y mucho menos que el deporte profesional, por lo que parece difícil que se puedan pagar pruebas con tanta regularidad. Y eso tampoco daría una garantía total. Una PCR negativa no significa que no haya contagio, puede ser que la carga viral en ese momento sea baja”, advierte el epidemiólogo Jesús Molina, portavoz de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene. “Lo único realmente eficaz para evitar los brotes sería que actuaran con mascarilla. Pero, claro, en un teatro eso no parece viable”, añade Molina.

Joaquín Notario y Josep Maria Flotats, en 'El enfermo imaginario'.
Joaquín Notario y Josep Maria Flotats, en 'El enfermo imaginario'.Sergio Parra

Los protocolos consensuados en primavera por las asociaciones del sector con el Inaem y el Ministerio de Sanidad para la vuelta a la actividad en los escenarios exigen a todas las productoras un plan de prevención específico para cada espectáculo, teniendo en cuenta las singularidades de cada uno, como el número de intérpretes o la distancia entre ellos en el escenario, pero no obliga al uso de mascarillas en las funciones, solo durante los ensayos. Aun así, se han producido también contagios en ensayos. El actor Jimmy Castro abandonó en septiembre su papel en la obra Castelvines y Monteses, una coproducción de la CNTC con la empresa Barco Pirata, dirigida por Sergio Peris-Mencheta, después de que 12 miembros del equipo artístico contrajeran la covid-19. Uno de ellos fue Castro, que además se lo pasó a su mujer, que estaba embarazada. Según él, no porque fallara el plan de prevención, sino porque se incumplió: “No se nos obligaba a llevar la mascarilla, se la ponía quien quería. El director era el primero que no se la ponía. Y se llegó a hacer un ensayo con una persona con síntomas”.

La productora de Peris-Mencheta ha negado a este periódico que incumpliera los protocolos y solo ha admitido que hubo varios contagiados, sin confirmar la cifra. En todo caso, según los expertos consultados, brotes como el de Castelvines y Monteses son excepcionales. “El mayor riesgo no está en los ensayos, sino en las funciones, que es cuando se quitan la mascarilla. Y es más alto en un teatro que en el rodaje de una serie o una película, porque ahí normalmente se graban escenas cortas, mientras que en el teatro no hay parones”, explica Mercedes Pol, técnico superior de riesgos laborales de la empresa Europreven, que presta servicio a instituciones y empresas culturales.

Tras la reunión del lunes con el sector, el Inaem introdujo una actualización en sus protocolos que establece que los servicios de prevención determinarán la frecuencia de la realización de pruebas diagnósticas en cada producción, que hasta ahora era igual para todas: una PCR el día de comienzo de los ensayos, otra antes del estreno y otra si hubiera gira. También informó al elenco de El enfermo imaginario que se les realizará una prueba de anticuerpos semanal, que se sumará a otra de antígenos que estos actores han decidido pagarse de su bolsillo también cada semana. “Es un paso importante. Sobre todo porque supone el reconocimiento del riesgo, que es lo que queríamos cuando hicimos público nuestro miedo”, opina José Gómez-Friha, ayudante de dirección de Flotats en este montaje.

Iñaki Guevara, secretario general de la Unión de Actores y Actrices, cree que el Inaem debería haber sido más específico. “Debería establecerse una periodicidad fija en todos los montajes. Más aún en las producciones públicas, que son las que tienen más recursos económicos. Y que se estudien ayudas para que puedan hacerlo también las compañías con menos recursos”, comenta.

Desde el sector privado, Jesús Cimarro, presidente de la federación de empresas de teatro y danza, considera que son los servicios de prevención los que deben determinar las medidas que convienen a cada espectáculo: “No es lo mismo un monólogo que una obra con muchos actores. No se puede generalizar. Acatamos lo que nos dicen los servicios de prevención y reaccionamos en cuanto hay una mínima sospecha. Entre otras cosas, porque es un gran revés suspender una función. Queremos seguir haciendo teatro”.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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