El tiempo vuela
Soledad Sevilla siempre ha sabido que la realidad es diferente a todo y que su lenguaje es la abstracción
Hay artistas que hablan del tiempo a pesar del tiempo. A veces, eso demanda una emoción de corte fino. Otras, ese temporal a contratiempo deviene en una grieta donde el instante se convierte en una vieja letanía. Son artistas a los que les gustan las dualidades, pensar el arte como un estado mental: un espacio sin bordes ni límites, como esa revolución en tierra de nadie donde soñar es lo mismo que ver y donde las verdades se convierten en metáforas.
Soledad Sevilla siempre ha sabido que la realidad es diferente a todo y que su lenguaje es la abstracción. Seguramente por ello, su mirada siempre ha sido absolutamente contemporánea a cada paso que ha dado, fuera el año que fuera. Un viaje privilegiado en el tiempo. En 1969 lo hacía por el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid, uno de los primeros lugares donde se hizo informática en España, y donde la artista investigaba sobre módulos geométricos y abstracciones líricas junto a Elena Asins, Manuel Barbadillo, Gerardo Delgado, Luis Lugán, Manuel Quejido, Eusebio Sempere y José María Yturralde, último artista en recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas, hace apenas unas semanas.
No es casualidad. La explotación de datos y el capitalismo digital se han convertido es uno de los campos de estudio más fructíferos del arte contemporáneo, una hipótesis cibernética que estaba ya allí mucho antes, en aquel Seminario de generación automática de formas plásticas (por ordenador) que hizo historia sin saberlo, y donde Soledad Sevilla abrió su campo creativo a las retículas, las graduaciones de color y los infinitos matices de luz que entonces pintaba en la cocina de su casa, con sus hijos sentados en las rodillas.
Ha sido una aficionada para algunos, y una pionera para muchos. Aunque nunca una persona de medias tintas. Lo que no le interesa está fuera de su órbita, pero lo que sí le va la vida en ello. Con el arte mantiene la tensión, otro tipo de abstracción, mucho más lírica, donde es posible que se encuentre lo sublime, esa idea a la que le ha dedicado años de pensamiento y proyectos. Lo suyo es combinar el rigor analítico y el orden geométrico con la búsqueda de una experiencia sensorial y orgánica. Algo bastante visceral en su proceso creativo. Algunas de sus obras son como una segunda piel aunque evocan lo intangible. Otras, son cuerpos celestes que indagan sobre las condiciones perceptivas de los sentidos. La mayoría son insomnes, como ella, convencida de que las noches son mucho más inteligentes que los días. Que la veladura revela más que desvela. Que el espacio es ese quiebro que te lleva más allá, el dibujo de un hueco que se abre al pensamiento. Lo que todavía está por pensar y que seguro que también celebraremos.
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