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El caso del aceite ofensivo contra la historia del arte

La policía investiga si el ataque a obras de la isla de los Museos de Berlín está conectado con un caso de vandalismo similar que afectó a 50 piezas en un museo renano en julio

La directora del museo egipcio de Berlín, Friederike Seyfried, muestra uno de los objetos atacados con aceite a principios de octubre.
La directora del museo egipcio de Berlín, Friederike Seyfried, muestra uno de los objetos atacados con aceite a principios de octubre.FABRIZIO BENSCH (Reuters)
Ana Carbajosa

La mancha de aceite en el monumental pájaro de basalto de hace 3.000 años es casi imperceptible. Pero ahí está, junto al ala derecha, una pequeña sombra atestigua en la planta baja del museo de Pérgamo, el ataque contra decenas de obras de arte, que semanas después resulta aún un misterio insondable.

Corría el 3 de octubre, día del aniversario de la reunificación alemana. El museo de Pérgamo llevaba abierto apenas horas antes, después de haber estado cerrado seis cerrado por la pandemia. Unos desconocidos se colaron en el museo Berlín y derramaron un líquido oleoso sobre 63 objetos. Sobre piezas de cuatro colecciones en la isla de los museos de Berlín. Dioses griegos, sarcófagos, estatuas y pinturas del siglo XIX quedaron marcadas con aquel aceite. El ataque permaneció en secreto durante más de dos semanas. Solo entonces saltó la noticia bomba. La radio alemana Deutschlandfunk y el semanario Die Zeit publicaron que se había producido el mayor acto de vandalismo artístico desde la Segunda Guerra Mundial.

Fue Tobias Timm, crítico de arte y especialista de Die Zeit la persona que físicamente se topó con la noticia, que luego logró confirmar junto a su colega Stefan Koldehoff de la radio alemana con fuentes de dentro y fuera del museo, asegura a este diario por teléfono. Timm estaba de visita en el museo de Pérgamo a mediados de octubre cuando se percató de la mancha en la escultura en la gigantesca ave de rapiña de Tell Halaf (Siria). Después, “justo al lado, vi otra en un relieve también sirio y unos papelillos con tablas dibujadas de los que se usan en el laboratorio. Le pregunté a un vigilante qué significaba aquello”, recuerda. Sin saberlo, aquel empleado desveló la noticia. Le dijo que había habido unos ataques el día 3 y que ese mismo día por la noche se dieron cuenta de la presencia de las manchas. Recorrieron el museo y encontraron más. Nadie había visto al autor. Timm y Koldehoff, coautores de un libro titulado Arte y crimen se pusieron manos a la obra y dieron con fuentes que les contaron que había otros museos afectados y que la historia era real. El día 20 publicaron la noticia que dio la vuelta al mundo y los museos convocaron una conferencia de prensa para explicar lo sucedido.

Un par de salas después del ave de Tell Halaf, cerca de la magnífica vía procesional de Babilonia, se encuentra una gran pila de piedra cuadrada con relieves, descubierta en el templo de Ashur en Iraq. También tiene un rastro apenas visible de los estragos del vandalismo artístico, pero resulta imposible reconocerlo para quien no sepa que allí hay una mancha, que se confunde con las que evidencian el paso del tiempo. La aparente normalidad que encierra este misterio resulta inquietante. Cuando se pregunta a los vigilantes del museo dónde están los objetos dañados, el silencio es la respuesta. Ahora ya tienen claro que no están autorizados a hablar de ello. Horas después de esta visita, el museo volvió a cerrar las puertas por al menos cuatro semanas en un nuevo intento de frenar el avance de la pandemia.

Los atacantes quisieron llamar la atención sobre algo, pero ¿sobre qué? Los investigadores no han logrado hasta el momento encontrar una conexión que les permita atar cabos, conectar puntos que parecen tener poco que ver. “Desconocemos todavía la motivación y no hay por el momento posibles sospechosos”, asegura por teléfono una portavoz de la policía criminal de Berlín. Sí detalla que han recibido una veintena de pistas, pero que de momento no les permiten extraer conclusiones. Hasta ahora, la prudencia y el silencio rodean a este ataque, que ha vuelto a desconcertar a Alemania. Es uno de esos misterios que solo parecen posibles en la capital berlinesa, donde hace tres años unos ladrones se llevaron en plena noche y subida en un carrito de las salas del Bode, también en la isla de los Museos, una moneda de oro mastodóntica.

El altar de Pérgamo, en la isla de los Museos de Berlín.
El altar de Pérgamo, en la isla de los Museos de Berlín. STEFANO AMANTINI

El misterio es aún mayor, ya que en tiempos de coronavirus buena parte de los visitantes compran las entradas por Internet para asegurarse la entrada en el aforo limitado. Al comprar online, deben entregar sus datos personales. Aquel 3 de octubre, un total de 3.000 personas accedieron a los museos de la almendra cultural de la capital. De ellas, 1.400 lo hicieron a través de 644 direcciones de correo electrónico, que ahora han sido contactadas para ver si vieron algo, si pueden aportar pistas, según ha detallado la policía. Parte de las cámaras de seguridad del museo no registraron grabaciones por un fallo en la actualización del software, según informó la prensa alemana; las que sí lo hicieron al parecer no aportaron información concluyente.

Al trascender la noticia de los ataques, el director de un museo en Renania del Norte-Westfalia, en el oeste del país, se dio cuenta de que lo que había sucedido en el suyo el pasado julio tal vez no había sido un incidente aislado. Hasta 50 obras del castillo de Wewelsburg también habían sido rociadas con un líquido oleoso. La policía había dado ya carpetazo al caso, asumiendo que no había motivación política. Al conocer lo sucedido en Berlín, comenzó a cobrar vida la hipótesis de un posible vínculo. “Las posibles conexiones con Wewelsburg van a ser examinadas en el marco de las pesquisas que ya están en marcha”, confirma en un correo electrónico la policía criminal.

Las piezas en cuestión son en su mayoría esculturas de piedra, objetos pesados que no han sido trasladados de su sitio tras el ataque. Algunas además están incrustadas permanentemente en las paredes, según explica Barbara Helwing, directora del museo del Antiguo Oriente Próximo, parte de cuya colección se encuentra en el de Pérgamo. La misma tarde del ataque en el museo aplicaron “medidas de primeros auxilios” a las obras y ahora investigan qué tipo de restauración es la adecuada y qué disolventes funcionan mejor sobre cada material, ya sea basalto, mármol o piedra arenisca.

Los pocos indicios que tienen señalan que se trata de un aceite vegetal, pero desconocen por completo su procedencia. Informaciones publicadas en Der Spiegel aseguran que se trata probablemente de aceite de oliva, que además se trata de un líquido utilizado en la antigüedad en rituales purificadores. “Las investigaciones están en marcha y una vez que tengamos los resultados, se iniciará la aplicación; pero en muchos casos, los primeros auxilios ya han tenido bastante éxito y las manchas ya son mucho menos visibles”, explica Helwing, quien cree que las manchas de aceite acabarán desapareciendo por completo y que el daño por lo tanto no ha sido irreparable.

Sobre los motivos, ni palabra. Helwing asegura que “no tenemos pruebas sobre la motivación y cualquier cosa que pudiera decir sería una mera especulación”. Pero a la vez, recuerda que “las circunstancias son especiales”, en alusión a que el ataque tuvo lugar el primer día de apertura entre una ola de la pandemia y la siguiente y era además el día de la conmemoración de la reunificación.

Al hablar de especulaciones se refiere probablemente a la tesis que circula en Alemania y que apunta a una cabeza visible del movimiento conspiracionista, negacionista y antisemita del covid-19 o a alguno de su legión de admiradores. Attila Hildmann diseminó a través de Telegram, donde tiene más de 100.000 seguidores, que el museo de Pérgamo es “el trono de Satán” y el epicentro de “la escena satánica global y de los criminales del coronavirus”. Sostiene que “allí hacen sacrificios humanos por la noche” y se sacrifican niños. Sospecha además Hildmann de las actividades se hayan podido llevar a cabo durante el cierre del edificio durante el pico de contagios durante la primera ola y considera que no es casualidad que la canciller alemana, Angela Merkel, viva muy cerca de allí. El de Pérgamo se encuentra en la llamada isla de los museos de Berlín y a escasos metros del apartamento donde vive discretamente Merkel.

Detalle de los daños producidos a uno de los sarcófagos egipcios del Neue Museum de Berlín.
Detalle de los daños producidos a uno de los sarcófagos egipcios del Neue Museum de Berlín.Markus Schreiber (AP)

Nuevo Testamento

En su Instagram, Hildmann, cocinero vegano de profesión y un viejo conocido de la policía, señalaba la casa de Merkel y el museo en un mapa, para que sus seguidores pudieran localizarlos. El activismo de Hildmann en torno a la isla de los Museos, patrimonio de la humanidad de la Unesco, es conocido en la capital alemana. Pero señalar el museo de Pérgamo como el lugar en el que se encuentra el altar de Satán no es una invención de Hildmann, sino una fantasía que circula desde hace tiempo en círculos evangelistas y que tiene que ver con un pasaje que se encuentra en el Nuevo Testamento, en el Apocalipsis (2: 12-16). “Y escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada de dos filos dice esto: 'Yo conozco tus obras y dónde moras, dóde está el trono de Satanás”.

A primera vista podrían parecer indicios contundentes, pero los investigadores no lo tienen nada claro. Piensan que si un conspirador quisiera llamar la atención, no utilizaría un líquido transparente, sino tal vez colores más fuertes. Especulaciones aparte, lo cierto es que los investigadores han sido incapaces hasta ahora de determinar qué pasó aquel 3 de octubre, qué esconde un ataque que algunos expertos temen que pueda ser el comienzo de una nueva era de inseguridad en los museos alemanes, al calor de un supuesto nuevo espíritu anticultura de corte conspiracionista.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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