Vicky Luengo
Recuerdo escenas de ‘Antidisturbios’. He visto allí un animal cinematográfico. No es una belleza arrebatadora. Tampoco es una imperfección perturbadora. Es un misterio
Ojo con el mundo, que va en serio. Ojo con la historia, que no era un cuento de sangre y terror que les pasó a otros. En eso andaba pensando, cuando me puse a ver la serie de televisión Antidisturbios, que me enganchó enseguida. Me vi de una sentada los seis capítulos. Droga en vena. La serie es magnífica. Dice lo que somos. Y somos una copia interesante de Estados Unidos. Toda Europa lo es. Hasta nuestro Villarejo es una réplica cañí y esperpéntica de los grandes corruptos estadounidenses, que son shakespirianos y los nuestros son valleinclanescos. Por eso, la mejor escena de los seis capítulos es un encuentro de amor salvaje, en un váter de un bar de copas, entre una mujer policía de asuntos internos y un antidisturbios. Ella lo decide todo. Ella le saca la lengua como si fuese una víbora. Ella lo acorrala. Y ella se lo come. Y le dice lo que tiene que hacer. Esa escena no es Estados Unidos. Esa es autóctona. Y es la mejor.
Estaba comiéndome un besugo con unos amigos en una terraza del centro de Huelva cerca de la estatua de Colón, lo que nos condujo a hablar de la agresión a las estatuas en el mundo. Yo dije en broma irreverente que podían sustituir las estatuas de Colón por estatuas de Chiquito de la Calzada, un genio del humor tan grande como Cervantes o Kafka. Mi amiga Cristina Consuegra dijo que Chiquito fue un precursor de muchas de las ideas visuales que se exponen en Tenet, la última película de Nolan. Tres pasos hacia adelante y cuatro hacia atrás, como en el arte del amor. Cuando me encuentro con mi amiga Christina Rosenvinge siempre hablamos de Lou Reed. Y frente a los restos del besugo, volvimos a evocar al maestro. Justo cuando oyó la palabra maestro intervino en la conversación el cuarto comensal frente al besugo devorado, mi amigo Marcos Gualda, que nos reveló que la fama de Lou Reed en Japón se asentaba no en su magisterio en el arte del rock and roll sino en el noble arte del tai-chi. No deja de asombrarnos el mundo con sus famas desprevenidas. Christina Rosenvinge dijo que había estado hace poco con Laurie Anderson, la viuda de Lou Reed. Nos dijo que la viuda habla de Lou Reed como si no se hubiese muerto, como si estuviese allí, sentado al lado de ella, cogiéndole la mano. Sigue creciendo el misterio de la vida y de la muerte. La ciencia nada puede contra el misterio, en todo caso la ciencia ha acabado ensanchando aún más el misterio. Vuelvo a recordar escenas de Antidisturbios. He visto allí un animal cinematográfico. No es una belleza arrebatadora. Tampoco es una imperfección perturbadora. Es un misterio. Su nombre: Vicky Luengo.
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