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Teresa Margolles atrapa el dolor de las ‘carretilleras’

La artista mexicana denuncia la violencia que sufren las mujeres que cruzan entre Colombia y Venezuela en la muestra ‘La piedra’

Exposición de la artista mexicana Teresa Margolles en Es Baluard.
Exposición de la artista mexicana Teresa Margolles en Es Baluard.david Bonet (EL PAÍS)

Desde que se dio a conocer internacionalmente con su proyecto de denuncia del narcotráfico y sus implicaciones, para el Pabellón de México en la Bienal de Venecia 2009, la artista mexicana Teresa Margolles (Culiacán, 1963) no ha dejado de hablar por los más débiles y explotados, las víctimas, las mujeres violadas y los niños de la calle, materializando en el espacio aséptico del arte, la injusticia social, la violencia, el miedo y la muerte. Sus proyectos surgen de contextos torturados, de situaciones límites que hacen tambalear nuestro entorno protegido e interpelan el público desde una puesta en escena contenida, sobria, hasta minimalista, como para reconfirmar que el dolor no necesita aspavientos.

Pese a la emergencia sanitaria, Margolles ha inaugurado, como estaba previsto, el proyecto concebido para Es Baluard, el museo de arte moderno y contemporáneo de Palma de Mallorca. La exposición La piedra cuenta la historia de las carretilleras, mujeres que armadas de carretillas transportan mercancías en el puente internacional Simón Bolívar, que marca la frontera entre Colombia y Venezuela. Un trabajo duro, precario, mal pagado y peligroso de por sí que desde el cierre de dicha frontera se ha convertido en una apuesta con el destino. Ahora las carretilleras son trocheras, mujeres que cruzan por la trocha, aquel trozo de tierra de nadie, oculto entre sombras y matorrales. Ellas lo atraviesan cargando fardos e incluso enfermos, a menudo más pesados que su propio cuerpo.

Margolles empezó a interesarse “en lo que ocurría no solo sobre, sino también debajo y alrededor del puente” mientras preparaba Estorbo, su primera exposición individual en el MAMBO, el Museo de Arte Moderno de Bogotá. “Cada viaje que realicé entre 2017 y 2019 a Cúcuta, en el confín de Colombia con Venezuela, era mayor el aumento de mujeres que cruzan la frontera y decidí trabajar con ellas en una serie de acciones documentadas en vídeo y fotografía”, explica Margolles, consciente de la importancia de señalar y dignificar la presencia y mano de obra femenina, la más invisible y vulnerable, en un lugar tan peligroso.

La imagen que ocupa toda una pared de la sala, retrata aquellas mujeres, las mismas cuyos escuetos testimonios se pueden escuchar en la instalación sonora que acoge el visitante. “Les pedí que formaran una línea frente a mi cámara con su instrumento de trabajo, la carretilla de metal, uniendo llanta con llanta para hacer un bloqueo en la carretera deteniendo por un momento, el tráfico”, recuerda Margolles. Delante de aquel retrato de mujeres de labios cerrados y rostros prematuramente envejecidos, una piedra de 60 kg. simboliza el peso máximo que pueden cargar por los inestables caminos de la trocha. Resulta inevitable preguntarse que habrá sido de ellas, mientras el estómago se encoge al pensar que ojalá no se hayan encontrado en medio de un tiroteo, una balacera le dicen allí.

Viene precisamente de un asesinado, la tela empapada en sangre que Margolles se trajo de su último viaje a Colombia y que utilizó para realizar la sobrecogedora performance inaugural. No fue fácil realizar algo así en plena emergencia Covid, pero con la colaboración de la directora del museo y comisaria del proyecto, Imma Prieto, lo logró. “Era muy importante que quienes realizaran la performance, fueran mujeres migrantes venezolanas. Prieto encontró dos maestras desempleadas y una ingeniera que trabajaba de tour-operador en la isla. Ya en Mallorca, buscamos juntas a través de Internet, a venezolanas que se dedicaran a la prostitución, ya que era vital tener también su testimonio”, explica la artista.

Debido al protocolo impuesto por la pandemia la performance se realizó ante grupos de 10 espectadores, que entraban en la sala cada 15 minutos. “La acción, que no se detuvo nunca durante hora y media, consistía en sumergir billetes de 100 bolívares, que al cambio actual equivale a 29 céntimos de euro, en el agua donde remojamos la tela ensangrentada. Los billetes húmedos eran pegados metódicamente en el muro del museo, como si se realizara una autopsia, de izquierda a derecha y de arriba abajo, uno tras otro, verticalmente, con el rostro del libertador Simón Bolívar hacia el frente”, cuenta Margolles que empezó su andadura con el colectivo SEMEFO (Servicio Mexicano Forense) y trabajó durante años en las morgues, estableciendo una relación casi íntima con los cuerpos abusados y los fluidos corporales, que utiliza en sus obras para denunciar las huellas imborrables que la violencia y los continuos asesinados dejan en las sociedades latinoamericanas.

En Es Baluard se pegaron 1486 billetes y mientras una mujer los adhería a la pared, otra pasaba la tela ensangrentada sobre el muro y las demás mojaban los billetes. Todas intercalaban las acciones, mientras hablaban con el público. Fue simple, claro, contundente y al mismo tiempo profundamente emotivo, por el formato no hubo aplausos finales pero la gente salía claramente tocada.

Ahora, los billetes pegados y el vídeo de la acción forman parte de la muestra, abierta hasta el 28 de marzo, que constituye un alegado contra la intolerancia y la peligrosa indiferencia, para que no se olviden las pequeñas historias privadas de dolor y lucha, que merecen respeto y atención y en cambio son una vergüenza para toda la humanidad.

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