El toreo de Castella y Perera exige el relevo generacional
Solo el diestro francés paseó una oreja en una tarde anodina
Sebastián Castella y Miguel Ángel Perera se anunciaron mano a mano con toros de Jandilla en la última corrida de la feria de la Vendimia de Nimes. Y no hubo más que una oreja, inmerecida por cierto, lo que explica en pocas palabras lo que sucedió en el ruedo. Y algo peor: no queda en la retina ni un solo recuerdo ni de los toreros ni de los toros. Porque si los de luces se mostraron anodinos e insulsos, los ejemplares de Jandilla brillaron por sus vistosos defectos: toros de agradable presencia y cómodas cabezas, destacaron por su mansedumbre en los caballos, una alarmante falta de fuerzas y altas dosis de esa tonta nobleza que mata la emoción.
Castella y Perera son buenos toreros; ocupan por méritos propios un lugar de privilegio en la tauromaquia moderna y les avalan triunfos incontestables en las plazas más exigentes.
Pero en Nimes ambos expresaron a los cuatro vientos que ya lo tienen dicho todo en el toreo; que veinte años de alternativa del diestro francés y catorce del extremeño son suficientes para dar todo lo que llevan dentro, y sus respectivas tauromaquias parecen agotadas.
La corrida nimeña era en directo, pero podría haber sido la repetición de un festejo de hace cinco años, y nadie se hubiera percatado del cambio. Los toreros son los mismos, y los toros, también. Son conocidos sus gestos, sus inicios de faenas, sus formas, sus concepciones… y todo suena a película ya conocida.
Y el toreo es sorpresa, innovación, destello, magia… La repetición aburre. Lo conocido no interesa.
Es verdad que los toros de Jandilla contribuyeron al aburrimiento, pero no en mayor medida que los toreros. Castella y Perera son diestros seguros, asentados, experimentados, dueños de una técnica depurada y escasos, también, de sensibilidad artística; y ante animales sin fortaleza ni casta aburren soberanamente. Dan muchos pases carentes del más mínimo interés, y a los seis los mataron mal, lo que no impidió que Castella paseara una oreja del quinto tras una estocada caída y de efecto rápido.
Conclusión: urge el relevo generacional para impedir que una epidemia de aburrimiento acabe con la fiesta de los toros. Hay toreros nuevos que esperan con ansiedad una oportunidad; la misma que desea la afición para recuperar la pasión perdida.
Y una idea final: si Castella y Perera están muy vistos con toros invalidados para el triunfo, podrían intentarlo con otros hierros más exigentes para comprobar si veinte y catorce años no son nada, o, por el contrario, es un tiempo suficiente para una merecida jubilación.
Babelia
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