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Universos Paralelos
Columna
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Antonio Vega, el consentido

Pocos artistas gozaron de la tolerancia otorgada al músico madrileño, entre el público, los medios y la industria

Diego A. Manrique
Antonio Vega, en una imagen de principios de los 2000.
Antonio Vega, en una imagen de principios de los 2000./ JERÓNIMO ÁLVAREZ

Me lo han planteado en Latinoamérica: “¿Quién es su consentido?”. Logré entender que se referían a mi artista favorito (o favorita), la figura a la que perdonaría todo. No me discutirán que suena más bonito que nuestro típico: “¿De quién eres fan?”. Naturalmente, uno se ponía campanudo y respondía que un crítico musical, por principio, debe ser imparcial, sin artistas mimados ni, ya puestos, detestados.

La realidad, sabemos, es mucho más compleja: se ama y se odia, a menudo por razones extramusicales. Lo he recordado al escuchar la reedición ampliada de Escapadas (Warner). En su versión original, publicada en 2004, tenía mucho sentido: juntaba once interpretaciones dispersas de Antonio Vega, entre duetos y versiones de temas de diverso origen. Incluía cimas como su lectura del Romance de Curro el Palmo serratiano o la iluminación del evasivo Se dejaba llevar por ti, a medias con Ketama. Sabía meterse bajo la piel de composiciones ajenas, sin recurrir al truco habitual de los homenajes actuales: la ralentización que ahora pasa por gravitas.

Tenía un ego saludable y una percepción aguda de su propio valor

La nueva edición cuenta con un emotivo texto de Carlos Vega, hermano del difunto: “Las escapadas de Antonio lo fueron siempre desde la generosidad y la humildad y nunca desde un interés de promoción personal. Siempre estuvo ahí donde cualquier músico o artista lo solicitara. Y digo cualquier porque no tuvo nunca ningún filtro en cuanto a la relevancia del artista que se lo pedía. Nunca escuché a Antonio decir que no a una colaboración”.

Bueno, sí. Pero yo también vi a Antonio subirse por las paredes ante algunas de las propuestas externas que le llegaban. Tenía un ego saludable y una percepción aguda de su propio valor. Le indignaba que algunos famosos colegas, que seguramente vendían cifras que él nunca alcanzaría, le requirieran para terminar una canción o meter una voz, casi como un capricho estelar.

Claro que este Antonio Vega furioso residía entonces en un cómodo chalet, situado en una urbanización tranquila de la capital. Se podía permitir elegir. Pero luego, según se degradó su calidad de vida, se mostró, uh, más flexible ante las propuestas de contribuir a los discos de otros: como los conciertos en pubs, suponían dinero fresco para sus urgencias.

Y eso se nota en la edición deluxe de Escapadas. Se han añadido diez canciones al disco original y, me temo, la calidad media se despeña. Cierto, cierto: hay dos o tres duetos valiosos, pero abundan las piezas “a lo Antonio Vega” que, incluso con su presencia, carecen de pellizco. Hubiera mejorado de enfocarse como una recopilación exhaustiva: duele la ausencia de Ansiedad, el bolero venezolano encargado para Boom boom, la película de Rosa Vergés. También se palpa la, supongo, escasez presupuestaria para este tipo de proyectos: en los créditos de la mayoría de grabaciones no encuentras la lista de músicos participantes, ya ni hablar de fotos o testimonios.

Tampoco hay que asombrarse. Incluso cuando estaba entre nosotros, se practicaba el blanqueamiento con Antonio Vega. Atención, no hablo de la parte truculenta de su existencia, seguramente más cruda de lo que imaginábamos. Me refiero a valoraciones musicales, apreciables por cualquiera con los oídos limpios. El adelgazamiento de sus discos, cada vez con más relleno y menos chicha. El deterioro de sus facultades. Los conciertos patéticos.

¿Hubiera cambiado algo? Quiero creer que sí: Antonio era extremadamente inteligente y modulaba su comportamiento de acuerdo con lo que tenía delante. Pero todos tendíamos a callar, ocultar, disculpar. Después de todo, era nuestro consentido.

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