“A ver qué dice Mercedes”
La fallecida viuda de García Márquez, Mercedes Barcha, imponía su ley, a la que atendía el escritor, dicen quienes la recuerdan


Los Feduchi de Barcelona (Luis Feduchi y Leticia Escario, ambos psicoanalistas) salían de una cena en la que había una pareja que resultó ser la de Gabo y Mercedes. Los médicos tenían coche y Gabo no era aún (1967) el más famoso de los escritores en español, así que los llevaron donde quisieran.
Amparados de ese modo, quedaron para almorzar al otro día en la casa de estos anfitriones. Una amistad para siempre. Gabo y Luis hacían justas de versos “a ver quién sabía más”; Leticia habló con ella “de lo que hablan dos amigas íntimas, hasta el 12 de este mes, mi cumpleaños… Parecía de lo más feliz, y ahora todos estamos tristes”. Le queda una memoria llena de “su inteligencia, de la sensatez que la llevó siempre a decir la última palabra”. ”Gabo callaba ‘a ver qué dice Mercedes”.
En esa conversación ya La Gaba estaba conectada a un respirador, pero (dice Jaime Abello, el director de la Fundación de Gabo) “también estaba conectada con todo el mundo a través del iPad”. Como Carmen Balcells, que aglutinó estas amistades, fue alguien que, sin escribir una línea, más influyó en la escritura del siglo XX, en el caso de la agente sobre todos sus pupilos y en el de Mercedes porque sin ella Gabo no hubiera sabido qué hacer.
“Parecía autoritaria”, dice Abello, “pero de pronto le salía la risa”. “La tranquilidad imponía su ley, a la que atendía Gabo”. José Luis Fajardo, pintor español, fue, con su mujer, Piluca Navarro, amigo de los dos. “Estábamos en su casa, en La Habana. Y venía Fidel. Ella ponía orden en sus conversaciones y en sus riñas… La Gaba decía cosas que parecían para una novela del marido. Ella lamentaba haber guardado con celo el ajuar de la abuela. Al empeñarlo para enviar el manuscrito de Cien años… le dijeron que aquel tesoro valía cero pesos”.
”Era gigante”, dice su nieta Emilia García Elizondo, actriz, 30 años. “Fue mi refugio más grande. Me enseñó la fortaleza, el cuidado de la gente que quería y la elegancia con la que llevó la vida”. Una noche, ya desmejorado, Gabo quiso ayudar en casa, y Mercedes le encargó buscar el hielo. Hecha la tarea esperó el plácet. La Gaba le regaló la sonrisa que tuvo para él al menos desde su infancia común.
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