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Amália Rodrigues, fado de la resistencia

Una biografía revisa el papel político durante la dictadura de Salazar de la legendaria cantante, que prestó apoyo económico a los comunistas. Portugal celebra hoy su centenario a lo grande

En foto, Amália Rodrigues, en una manifestación convocada en 1975 por el Partido Comunista de Portugal por el llamado 'caso República'. En vídeo, Amália Rodrigues, cantante del régimen, ayudó económicamente a los antifascistas en Portugal.Vídeo: LUIS VASCONCELOS / EFE

Un juez de cartón piedra ordena al tribunal que escuche “una de las pruebas que constituyen materia de acusación contra Amália Rodrigues”. Se trata de una canción, Erros meus, que la reina del fado había grabado en 1965 con versos de Luís de Camões, el poeta nacional portugués, y música de Alain Oulman. La artista espera con expresión contrariada. “¿Cree que esta música exprime el alma nacional?”, interroga el juez. El escenario es el plató de un programa humorístico, pero la farsa ha sido tensa. “Nunca tuve la pretensión de exprimir el alma nacional. Exprimo la mía. El alma nacional es una carga muy pesada para mí”.

Cien años después del nacimiento de una de las mejores cantantes de la historia, celebrados este 23 de julio, Amália da Piedade Rebordão Rodrigues (Lisboa, 1920-1999) da la impresión de haber dejado atrás las vanas discusiones ontológicas y de estar por encima del bien y del mal. Lo dijo en su momento el exprimer ministro portugués y actual secretario general de la ONU, António Guterres, y lo ha repetido el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa: “Amália es la voz de Portugal”.

No hay casa de fado en Lisboa en la que no se vea su imagen montada en una especie de altar ni en la que el público no escuche con el corazón en la mano sus canciones

“No sé si canto bien fado, si soy castiza, si soy artista”, decía Rodrigues en una entrevista de 1967, “lo que sé es que hay una sinceridad que siempre tuve al cantar y en mi manera de ser. Siempre di todo lo que pude dar”. Vitor Pavão dos Santos, de 83 años, amigo de la fadista y autor de una biografía canónica (Amália. Uma biografia, aún sin traducción al español) concuerda con ella. “Creo que lo más especial de Amália es que siempre se entregaba en el canto. No tenía trucos. Cantaba con una inmensa sinceridad”, recalca durante una conversación telefónica. “Cada vez que cantaba era algo diferente. Siempre creaba. Las personas sentían esa entrega”, añade.

No hay casa de fado en Lisboa en la que no se vea su imagen montada en una especie de altar ni en la que el público no escuche con el corazón en la mano sus canciones. El verano pasado un fadista del barrio de Alfama hacía el ademán de desmayarse cuando desde un rincón oscuro de la sala un grupo de alemanes preguntaba quién era Amália Rodrigues. La respuesta fue rotunda: “Es la máxima expresión del fado, es la reina”. Fadistas contemporáneos como Ana Moura, Mariza, Camané o António Zambujo habrían suscrito sus palabras.

Los portugueses todavía se animan en las fiestas con el canto a la mesa pródiga de Uma casa portuguesa (La alegría de la pobreza / está en esta gran riqueza / de dar y quedar contento) y siguen echando sal a la herida de su melancolía proverbial con los fados de la artista. Amália fue además la primera mujer en entrar al Panteón de su país, en 2001, dos años después de su fallecimiento.

Portada de una revista con la visita de Amália Rodrigues a Moscú, en 1969.
Portada de una revista con la visita de Amália Rodrigues a Moscú, en 1969.

Solo una mancha empaña la imagen de la cantante, la mayor de un grupo de diez hijos de una familia humilde a la que crió su abuela y quien desde muy pequeña se ganó la vida vendiendo fruta, cosiendo ropa y trabajando en una fábrica de dulces hasta el inicio de su meteórica carrera a los 19 años. Se trata de la polémica por su supuesta colaboración con la dictadura que gobernó el país durante casi medio siglo. En 1974, año de la revolución que devolvió la democracia al país, los ataques en su contra por esta cuestión arreciaron y solo a mediados de los años ochenta su imagen empezó a normalizarse, aunque aún quedan algunos rescoldos.

El año pasado el Ayuntamiento de una ciudad de Luxemburgo (país en el que viven unas 95.000 personas de origen portugués, el 15% de la población total) rechazó una propuesta para bautizar una calle con el nombre de la cantante. La comunidad lusa no se puso de acuerdo sobre si la aún discutida relación de Rodrigues y el dictador António de Oliveira Salazar —no en vano se dice que el régimen descansaba sobre las tres efes de fado, Fátima y familia— invalidaban o no el homenaje.

Una muy documentada biografía del periodista Miguel Carvalho (Amália. Ditadura e revolução) ha dado este año un carpetazo definitivo al espinoso asunto. Pese a la ambigua relación de la reina del fado y el autócrata, en la que hubo un intento continuo de manipularla con fines propagandísticos al que ella se resistió —si bien nunca criticó en público al Gobierno y llegó incluso a declararle su admiración en privado a Salazar—, lo cierto es que Amália Rodrigues no solo estuvo en las carpetas de la policía política, sino que además apoyó financieramente a la resistencia comunista a lo largo de su carrera. Y nunca se valió de ello para defenderse de las acusaciones de fascismo.

“Amália estaba con Dios y con el Diablo. Aunque no tenía un compromiso ideológico con los comunistas (era conservadora y católica), para ella era importante la defensa de la dignidad humana”, explica el biógrafo Miguel Carvalho

“Amália estaba, como se dice, con Dios y con el Diablo”, observa Carvalho en una videollamada. “Aunque de parte de ella no había un compromiso ideológico con los comunistas —era claramente conservadora y católica—, para Amália era muy importante la defensa de la dignidad humana”.

La cantante se crió desde los nueve años en el barrio obrero de Alcântara, uno de los focos de la resistencia antisalazarista, y durante su infancia fue testigo de la persecución de la que eran víctima los enemigos de la dictadura, sus vecinos, con algunos de los cuales mantuvo amistad toda la vida, según detalla la investigación de Carvalho. Aunque la humilde familia Rebordão Rodrigues era admiradora de Salazar y pertenecía a un sector de la sociedad portuguesa que lo veía como el salvador del país ante el caos que sobrevino tras la proclamación de la República, Amália nunca pudo hacer oídos sordos al clamor de los oprimidos. Pertenecía a su mundo. De ahí su ambigüedad.

“Su casa en Lisboa era un centro de conspiración”, señala Carvalho. Además, la artista interpretó canciones con letras de poetas perseguidos, que a su vez también fueron censuradas. “Hay un fado en particular, Abandono, con letra del poeta David Mourão-Ferreira, que tiene un claro contenido político. Es conocido como el ‘Fado de Peniche’ por el nombre de la cárcel donde estuvo encerrado, entre otros, Álvaro Cunhal, histórico secretario general del Partido Comunista. Ella siempre negó en público que la canción tuviera connotaciones políticas, pero en privado sí que lo reconoció”, explica Carvalho. La letra despeja cualquier duda: “Por tu libre pensamiento / fueron muy lejos a encerrarte / tan lejos que mi lamento / no consigue alcanzarte / y apenas oyes el viento”.

Amália Rodriguez con su hermana Celeste, también fadista. La imagen está tomada en Madrid en 1943.
Amália Rodriguez con su hermana Celeste, también fadista. La imagen está tomada en Madrid en 1943.

El encanto de sus interpretaciones encandiló a admiradores de todos los rincones del planeta. “Quedé impresionado cuando la escuché por primera vez”, recuerda el exvocalista de los Talking Heads David Byrne en el documental The art of Amália (2000). “Era como si estos fados hablaran sobre la tristeza del universo, no solo sobre una pena personal o sobre alguna tragedia en la vida de la intérprete o en la del autor de la canción. Lo que ella expresaba era la tristeza de la existencia”.

También el escritor argentino Jorge Luis Borges, bisnieto de un portugués, se abrumaba con su música. Cuenta Adolfo Bioy Casares que el autor de Ficciones dijo tras escucharla un día de 1965: “Cada vez que a uno le gusta una cosa cree que la belleza queda agotada. Pero tenía razón Cansinos, en pedir a Dios que no hubiera tanta belleza”.

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