Hans Ulrich Obrist: “Lo virtual ha cambiado el modo en que funciona la realidad”
El comisario y codirector de las Serpentine Galleries de Londres, que reabren en agosto, abandera la exploración del arte digital, más en boga que nunca tras el confinamiento
Hans Ulrich Obrist (Zúrich, 52 años) no tiene tiempo ni para hacerse un café. Al codirector de las Serpentine Galleries de Londres, actualmente cerradas hasta agosto, además de coeditor de Cahiers d’Art y autor de The Interview Project, una serie de extensas conversaciones mantenidas a lo largo de los años con creadores contemporáneos y recogidas en una treintena de libros, el gusanillo del arte le picó de muy joven. Desde que organizara su primera exposición en la cocina de su casa en Suiza siendo un veinteañero, da la impresión de no haber parado ni un momento de darle vueltas a ideas, conceptos y maneras de innovar que sirvan para elevar la creación plástica a un nuevo nivel.
Antes de la pandemia, acababa de inaugurar en la recién estrenada Fundación Sandretto de Madrid una exposición del estadounidense Ian Cheng basada en la inteligencia artificial y, unos meses antes, había llevado a la Fundación Botín Santander los descartes del célebre escultor de móviles Alexander Calder. De la innovación puntera a un clásico contemporáneo. Y eso solo en España. En una charla de velocidad tan frenética como la de su actividad, van surgiendo menciones a unos intereses que van de lo más establecido del arte contemporáneo a lo emergente, de lo puramente físico a la realidad virtual, de lo analógico a la tecnología más sorprendente; y no solo en el arte visual, sino en cualquier otra forma de expresión creativa. En el fondo, asegura, lo que de verdad le importa es acercar el arte a la mayor cantidad de público.
Con la llegada del confinamiento, el apodado “ubercomisario” Obrist se ha concentrado, por necesidad pero también por convicción, en la versión digital de las Serpentine, ubicadas junto al lago del mismo nombre en Hyde Park. En un momento en que los museos y galerías de todo el mundo han potenciado como nunca antes esta forma del aproximación y creación artística, las Serpentine se han erigido en modelos a seguir. “Lo virtual ha cambiado el modo en que funciona la realidad, y eso es lo que nos interesa”, explica Obrist. “Así fue como comenzamos una nueva ruta para las Serpentine, lo que llamamos una nueva expresión. Normalmente los museos no están equipados para producir proyectos tecnológicos complejos, de modo que creamos un nuevo departamento”, abunda.
Por medio de asociaciones con entidades globales como el Google Cultural Institute y artistas como el chino Cao Fei, han ido dando forma a “experimentos” de realidad aumentada, realidad virtual o inteligencia artificial, proyectos que no solo tienen una vida en Internet, su espacio natural, sino que también salen a encontrarse con el público a la calle. Sin ir más lejos, al parque que tienen en frente, un lugar que, como apunta Obrist, es muy transitado tanto por los turistas como por los propios londinenses incluso en época de cuarentena, cuando a ellos se les permitía salir a pasear una hora al día. “Pero también trabajamos mucho en barrios fuera del centro, zonas con altos niveles de desempleo donde la gente no va a los museos”.
En los exteriores de las Serpentine se han turnado en los últimos años proyectos como un pabellón de realidad aumentada para recrear espacios urbanos imaginarios a través de la arquitectura con propuestas de artistas consagrados del siglo XX como el recientemente fallecido Christo, que en 2018 creó in situ una gigantesca mastaba efímera a base de miles de barriles de petróleo reciclados. Para quien no pudiera disfrutar de la experiencia física de aquella escultura temporal, se ha creado una app para poder acceder a la obra desde el móvil por medio de la realidad virtual.
“Cuando empezamos a trabajar con este tipo de proyectos nos dimos cuenta de que la temporalidad cambia”, apunta Obrist. “Normalmente, una exposición tiene una vida limitada, empieza y termina en unos meses. Sin embargo, las obras en realidad virtual no tienen un final, pueden continuar evolucionando a lo largo de los años. Además, tampoco se repiten. Me refiero en particular a la imagen en movimiento: en la historia del arte siempre hay un loop. En algún punto, la obra se repite. Pero si piensas en las simulaciones en vivo de Ian Cheng, estas se escapan del loop. Siempre evolucionan, son como organismos vivos, y creo que eso crea un nuevo potencial para el arte público, porque cada día que los ves puedes ver una cosa diferente”.
Obrist, que a lo largo de su carrera ha realizado un continuo ejercicio de metarreflexión sobre su propia actividad plasmado en publicaciones como Breve historia del comisariado, insiste, precisamente, en la importancia de las “exposiciones bien comisariadas”, que no pueden ser sustituidas por la experiencia inmersiva de las gafas de realidad virtual. “La experiencia en un museo es en realidad una experiencia con alguien, por alguien y a través de alguien, así que lo que no quieres es llegar a un museo, ponerte las gafas y desaparecer. Porque, además, eso es algo que en teoría podrías hacer en tu propia casa, no necesitas ir al museo para eso”.
La tecnología es interesante, insiste, por el “potencial” que ofrece para ir más allá. Por ejemplo: si uno está visitando una colección física, con la realidad virtual podría ponerla en contexto con las obras que duermen en los almacenes de ese mismo espacio. “Además, ahora, con la imposición de la distancia social, la realidad aumentada también va a servir para acercar las obras al público”, agrega el también crítico, cuyos intereses no se limitan a las artes plásticas en exclusiva. “Para mí, la interdisciplinareidad con la arquitectura, el diseño... es muy importante”, apunta. “Estamos en permanente búsqueda de nuevos roles: tenemos un jefe de tecnología, una figura de la que carecen muchos museos, pero además tenemos un comisario cívico, que se encarga de llevar el arte a la sociedad, y un comisario de ecología. Como laboratorio que somos, tenemos que pensar en el futuro”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.