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Memorias de un mundo que arrolló el siglo XX

La muerte truncó la autobiografía de Israel Yehoshua Singer. Ahora sus recuerdos de infancia llegan al lector en español

El escritor Israel Joshua Singer.
El escritor Israel Joshua Singer.Library of Congress

De un mundo que ya no está es el expresivo título de las memorias de Israel Yehoshua Singer, escritor polaco-estadounidense que pasó su infancia en un shtetl [asentamiento rural judío] cercano a Varsovia. Tras el éxito de sus novelas La Familia Karnowsky y Los hermanos Ashkenazi, dos sagas familiares que al mismo tiempo ofrecen un boceto preciso de la Europa del siglo XX, Acantilado publica ahora estos recuerdos de infancia del autor. Singer pretendía escribir tres volúmenes con sus vivencias, pero su muerte prematura de un infarto a los cincuenta años en Nueva York dejó a sus lectores huérfanos; solamente alcanzó a publicar póstumamente los veintidós primeros capítulos, que abarcan desde su nacimiento hasta los 13 años.

Las vicisitudes de la cotidianidad en el shtetl cobran un papel protagonista en estas memorias. Las pequeñas aldeas en las que los judíos desterrados se veían obligados a instalarse en Polonia, huyendo de los pogromos para poder vivir de acuerdo con sus tradiciones y hablar libremente su lengua, el yidis, son hoy un lugar de alta carga simbólica para los descendientes de familias askenazíes. El shtetl representa un mundo irremediablemente perdido que se ha convertido en símbolo de una comunidad de apoyo autosuficiente y utópicamente anclada en el tiempo.

La ortodoxia religiosa, trufada de prejuicios y supersticiones, alcanza también el interior de la casa familiar, descrita por el autor como “un hogar sombrío”

Pero esta idealización se aleja del entorno opresor que Singer describe en este texto memorístico. La ortodoxia religiosa, trufada de prejuicios y supersticiones, alcanza también el interior de la casa familiar, descrita por el autor como “un hogar sombrío” en el que vive con su padre, Pinjas, el rabino del shtetl, y su madre, Basheva, que por su gran erudición y conocimiento de los escritos sagrados no hace buenas migas con las demás mujeres del vecindario, que prefieren compartir cotilleos o hablar de temas domésticos.

Algo que sorprenderá a quienes no estén familiarizados con la vida en las aldeas judías es la heterogeneidad de sus habitantes. Singer nos da a conocer tanto al rico del lugar como a los más humildes, en su mayoría zapateros y artesanos. El autor también capta al detalle las profundas diferencias en el modo de vivir la religión que se hallaban incluso dentro de su propia familia.

Además, al ser el yidis una lengua diaspórica, el propio narrador escucha en la aldea algunas de sus variantes: “Mi padre, descendiente de varias generaciones de judíos polacos, hijo y nieto de rabinos jasídim, hablaba un yidis con acento diferente al de Volinia, y ello provocaba frecuentes bromas y risas entre la familia de mi madre”. También Rhoda Henelde, la cotraductora de estas memorias junto a Jacob Abecasís, capta estos matices lingüísticos: “En el caso tanto de Israel Yehoshua Singer como de su hermano Bashevis, resulta que su yidis era el mismo de mi madre y el mío (el origen común era de Varsovia donde, tanto él como nosotras, habíamos residido e incluso muy cerca, solo que en distintas épocas)”.

En esta colección de destellos de pasado, Israel Yehoshua Singer consigue presentarnos, desde la escritura de un adulto, el asombro de su mirada infantil en relación con el mundo en que vivía, por restringido que fuese. Hasta los dibujos de los letreros de las tiendas del shtetl están presentes en sus recuerdos. Asimismo, el texto nos permite vislumbrar la personalidad adulta del mayor de los hermanos Singer, quien desde niño se encuentra en conflicto con su propia comunidad por el exceso de religiosidad que advertía en su día a día. Para Israel Yehoshua el mundo era un espacio de libertad, “algo extraordinario e increíblemente atractivo, hermoso, lleno de alegría”, de ahí que esperase a que sus padres se durmieran para huir “como un ladrón de la prisión de los preceptos y la devoción religiosa”.

Singer ayudó también a su hermano menor, Isaac Bashevis Singer, a abrirse camino en el mundo editorial, lo que llevó a este último a obtener el Nobel de Literatura en 1978

Tras varias estancias en Kiev, Varsovia y Moscú, Singer emigró a los Estados Unidos en 1934. Su exilio está estrechamente vinculado con el de los personajes de su novela La familia Karnowsky, que cruzan el Atlántico desde Polonia debido al nazismo, en cuyos campos de concentración esperaba la muerte a cerca del 90% de los judíos polacos. Una vez en Nueva York, esa ciudad que describe en La Familia Karnowsy como “la nueva y pétrea gran urbe, libre pero dura, que retaba a la perseverancia, la fuerza y el valor de la persona para abrirse camino”, Israel Yehoshua, desde su trabajo como periodista en el diario The Forward, ayudó también a su hermano menor, Isaac Bashevis Singer, a abrirse camino en el mundo editorial, lo que llevó a este último a obtener el Nobel de Literatura en 1978.

Estas memorias, como las demás obras de Israel Yehoshua, fueron un éxito entre los lectores de su época. Los primeros en acceder al libro en su versión original se encontraban en Estados Unidos, pues fue en 1946 cuando este vio la luz en la editorial neoyorquina Forlag Matones, centrada en dar a la imprenta textos en yidis para la amplia comunidad de lectores que aún se expresaban en la lengua que dejaron atrás en Europa. De un mundo que ya no está fue traducida al inglés en 1970 por Joseph Singer, hijo del autor, y hoy, cincuenta años después, el texto ha sido rescatado para los lectores en español.

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