En recuerdo de Jesús Pardo, escritor e historiador
El periodista, que fue director de la revista ‘Historia 16’, redactó varias novelas basadas en las biografías de los emperadores romanos Trajano, Aureliano y Diocleciano
Si la ilustre Marguerite Youcenar mereció ser incluida en la bibliografía sobre Adriano en el Handbuch der Altertumswisschenschaft por su famosa novela sobre el emperador, con igual y mayor razón, si cabe, Jesús Pardo (Torrelavega, Cantabria, 5 de mayo de 1927-Madrid, 22 de mayo de 2020) merece nuestro homenaje y recuerdo precisamente porque su dedicación a la historia romana y, específicamente, a las biografías imperiales, con la que ha contribuido notablemente a nuestro conocimiento del Imperio romano. No lo hizo, sin duda, desde la erudición y la acribia del historiador científico, acostumbrado a contrastar sus afirmaciones en largas y prolijas notas de pie de página o en bibliografías exhaustivas, pero sí desde la historia psicológica que nos permite vislumbrar, a veces con mayor viveza, los personajes históricos objeto de nuestro estudio.
Cuando conocí a Jesús Pardo, allá por los primeros años ochenta, en la redacción de Historia 16, revista de la que era entonces director. No me habló del articulo que yo quería publicar en el número correspondiente para ganarme unas pesetas de más. Eso le tenia completamente sin cuidado, sino que me asaltó con una catarata de preguntas sobre Juliano, sobre Aureliano y sobre Trajano, porque en su cabeza rondaban ya las ideas para sus posteriores novelas sobre estos emperadores (¡y al final se olvidó de publicar el artículo!). Su obsesión era, entonces, Trajano y me contó en innumerables ocasiones que soñaba con el emperador y que se le aparecía.
Jesús Pardo ha escrito novelas referidas a tres emperadores. Trajano, Aureliano y Diocleciano. Tres emperadores fuertes, militarotes, más bien de poca cultura, pero decisivos en el mantenimiento de las fronteras del Imperio e incluso en la extensión de las fronteras. Jesús Pardo se sentía bien en los ambientes del ejército romano, de su estrategia, de su capacidad de combate, de su barbarie incontrolable.
Sus tres libros lo demuestran continuamente. En ellos desarrolla un enorme conocimiento del vocabulario y de las instituciones militares romanas. Sus novelas de tema romano están impregnadas de un profundo conocimiento de las fuentes literarias antiguas ( y en menor medida de la arqueología), porque su gran preocupación, digna de alabanza en medio de la banalidad de las novelas históricas que se escriben y pululan, era la de meterse, impregnarse de la vida romana, de no cometer anacronismos, de escribir desde la mentalidad y la concepción del mundo que pudieron tener los romanos, tan diferente, por otro lado, de la nuestra. Como él decía y repetía en muchas ocasiones. “No se puede hacer desayunar a César en Alejandría dos salchichas y un yogur, como hacen algunos”.
La documentación era su primordial actividad antes de comenzar a escribir: bibliografía, textos y consultas orales con los expertos a los que podía llamar a cualquier hora del día por teléfono para interrogarles por la cosas más aparentemente peregrinas: “Oye, cómo crees que Diocleciano llamaría a su colega Maximiano durante una conversación, amigo, hermano, colega, emperador, Maximiano, Maxi, señor?”. “A qué velocidad avanzaba el ejército romano?. ¿Cuánto tiempo tardaría en llegar la noticia de la muerte de Juliano a Alejandría?”. Completaba su información con su biblioteca, inmensa, exhaustiva, digna del mas empedernido profesor de Harvard o de Berlín. Le he visto comprar los ocho enormes volúmenes Daremberg-Saglio (obra que bien pocos podemos decir que poseemos) y los mejores y más recientes libros de historia romana. Jesús, políglota y lector de tantas lenguas, conocía el griego y el latín (mejor el latín que el griego), hecho que incluso algunos historiadores de la Antigüedad profesionales no conocen hoy día.
Por ello sus “novelas” tienen indice onomástico (Yo, Trajano), ilustraciones con retratos, ciudades, relieves y mapas (Yo, Trajano), bibliografía (Aureliano), vocabulario explicativo (Yo Trajano), introducción histórica (Diocleciano). Por todo ello Jesús Pardo participó en coloquios internacionales de profesionales de la historia romana y publicó sus artículos en sus actas (véase Trajano. Emperador de Roma, de la editorial Julián González, Roma, 2003) contribuyendo activamente en las discusiones con los más grandes (Fergus Millar, E. Lo Cascio, J. Richardson, P. Gros, E. La Rocca y otros).
Por ello, al finalizar esta breve reseña, me pregunto si realmente sus novelas de tema romano son verdaderamente novelas, o más bien biografías históricas de los emperadores romanos por él elegidos y por ello merecen también estar en nuestras bibliografías, en nuestras estanterías para la consulta eventual, y en nuestras reseñas científicas.
En el panorama de la producción de novela histórica, tan en boga en estos tiempos en España, el caso de Jesús Pardo es un capitulo aparte, porque en vez de embaucar con anacronismos y mistificaciones o tópicos románticos de superproducción de Hollywood, son historia antes que novela.
En fin y para concluir: los tres emperadores novelados-biografiados por Jesús Pardo son tres grandes personajes de vida y fin dramático y trágico. Pero son también representantes del poder omnímodo, total y absoluto, tema que fue siempre una de las preocupaciones más obsesivas de Jesús Pardo como persona y como historiador. Que haya muerto aplastado por los libros y volúmenes de su biblioteca es el desenlace natural de una vida que podríamos definir con las palabras del emperador Juliano que él admiraba tanto: “Algunos aman los caballos, otros las flores, otros la música; yo amo los libros por encima de todo”.
Javier Arce es profesor emérito de Arqueología romana de la Universidad Charles-de-Gaulle, Francia
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