Carl Einstein, el cubista de la Columna Durruti
A los 80 años de su trágica muerte, se agiganta la influencia del historiador de las vanguardias. La pandemia obliga a suspender los actos de homenaje
Heterodoxo, impredecible, frecuentador de todas las ramas del saber, crítico impenitente de los dogmas y las imposturas, quiso pensar el “yo” desde el “nosotros” y cambiar la forma de ver, pensar y, sobre todo, actuar en el mundo. La influencia del autor e historiador Carl Einstein (Neuwied, Alemania, 1885- Lestelle-Bétharram, Francia, 1940) no ha dejado de crecer en las últimas décadas a partir de la publicación de sus textos póstumos La fabricación de la ficción y Manual de arte. Este año se conmemora el 80º aniversario de su trágica muerte y la memoria histórica española sigue teniendo una deuda con él.
Amigo íntimo de Picasso, Gris y Miró, en julio de 1936 dejó su exilio de París para combatir el fascismo con la Columna Durruti. Tras la derrota republicana, emprendió una dramática huida en Francia que culminó con su suicidio para no ser atrapado por las SS. Durante décadas su cuerpo yació en una fosa anónima hasta su inhumación en 1975. En la lápida de su tumba, en Boeil-Bézing, el marchante Kahnweiler y el poeta Michel Leiris, quisieron inscribir: “En memoria de Carl Einstein, poeta e historiador, combatiente de la revolución spartakista y del ejército republicano español”; pero al final optaron por un mensaje más universal: “Combatiente de la libertad”.
La pandemia ha obligado a cancelar actos de homenaje en Düsseldorf, Francia, Lleida y Lovaina. Liliane Meffre y Klaus H. Kiefer, dos de los grandes estudiosos de Einstein, han retrasado la impresión del epistolario integral Carl Einstein Briefwechsel 1904-1940 al tener noticia por EL PAÍS del hallazgo de tres importantes cartas a Miró por los archiveros de Girona mientras catalogaban el fondo Santos Torroella.
Amigo íntimo de Picasso, Gris y Miró, en julio de 1936 dejó su exilio de París para combatir el fascismo con la Columna Durruti. Tras la derrota republicana, emprendió una dramática huida en Francia que culminó con su suicidio para no ser atrapado por las SS
En España, el Museo Reina Sofía le dedicó una exposición en el 2008, atribuyéndole, con Aby Warburg, un decisivo papel en la invención del siglo XX, incluyendo el fin de la mirada eurocéntrica (Negerplastik, 1915). La gran novela del pensador, Bebuquin o los diletantes del milagro (1912), tuvo que esperar cien años para ser publicada en castellano. Kahnweiler decía de ella que era el equivalente lingüístico del cubismo, y se le ha comparado, por su singularidad, con Jarry y Joyce.
En la novela, que demolió todas las convenciones de la tradición literaria alemana, inventó una lógica sintáctica y ortográfica que obliga al lector a conectar asociaciones de ideas e imágenes sorprendentes para hacerle vivir la experiencia de un nuevo tiempo y un nuevo espacio. Ese era el objetivo de Einstein: trasformar las mentalidades y construir una nueva mirada, creadora no pasiva, del mundo; una nueva ficción fiel a la compleja realidad real -no sólo la que el ojo cree ver- escamoteada por un arte y un lenguaje superficiales y osificados.
La bibliografía reciente sobre Einstein ha permitido reconstruir su relación con España. El libro que preparan Meffre y Kiefer incluye una carta a Gris de 1923 sobre un proyecto, Gris-Buch, del que no se tenía noticias, e incluye siete misivas a Picasso. Una de ellas, ya conocida, escrita el 6 de enero de 1939, en una Barcelona ya asediada: “Sabemos demasiado bien que los discursos y las chácharas, por más elevadas que sean, no sirven de nada cuando a uno le apuntan con una pistola”; y argumentaba su acto de combatir en primera línea: “Si más tarde podremos escribir y pintar libremente, será únicamente gracias a la resistencia española”.
Las cartas inéditas halladas en Girona ilustran la feroz crítica que Einstein vertió contra las vanguardias y la cobardía de los intelectuales ensismimados
Las cartas inéditas halladas en Girona ilustran la feroz crítica que Einstein vertió contra las vanguardias y la cobardía de los intelectuales ensismimados. El 12 de octubre de 1932, describe, con su peculiar sintaxis, la situación en París: “Aquí todo está bien muerto. Lo más grave no es que los negocios no vayan bien, sino que tengo la impresión de que la gente no sabe acomodarse a esta crisis, que están asfixiados, fantasmales, que hiede un poco por todas partes. Los intelectuales muestran el lado reaccionario de la estética. Incluso los suicidios se cometen con la discreción de un pequeño burgués que no se atreve a incomodar. (…) ya estoy harto de estos modernismos sin riesgos; todos parecen funcionarios jubilados que el domingo cultivan sus propias berzas con su meado, onanistas sin encanto. ¿Algo nuevo? Lo nuevo ha muerto y lo nuevo es tan viejo”.
El 29 de mayo de 1935, el monólogo es desolador. Einsten no ve a nadie, no tiene dinero ni teléfono, ha vendido sus muebles, ha de dejar su apartamento y está hastiado de París: “Este entramado de codicia que lo domina todo me disgusta (…) la pintura ha envejecido como una viuda que ha parido demasidado (…) los escritores, yo incluido, ya no viven de su trabajo. Para escribir hay que ser macarra o rentista, yo no soy ni lo uno ni lo otro, por lo tanto, es la catástrofe (…) Qué quiere usted. Somos devorados por mercachifles. Se ha celebrado una exposición negra en Nueva York. Braque me ha contado que los comerciantes negros han cortado los sexos. Tanto mejor, harán consoladores. (…) En estas circunstancias considero el suicidio como la solución más lógica y fácil”. Y suplica a Miró: ”¿Hay alguna posibilidad de encontrar un trabajo en España para mí? ¿En una universidad? ¿O qué? Piense en ello”.
“Los escritores, yo incluido, ya no viven de su trabajo. Para escribir hay que ser macarra o rentista, yo no soy ni lo uno ni lo otro, por lo tanto, es la catástrofe”, escribe Einsten en un monólogo desolador desde París
Miró le enviaría 500 francos. Einsten en julio de 1936 se presenta en Barcelona con su mujer, Lyda, donde, por medio del anarcosindicalista Helmut Rüdiger, se alista en la Columna Durruti para luchar en el frente de Aragón. Tras la muerte de Durruti en noviembre, Einstein lee un célebre elogio fúnebre en la radio de Barcelona. Las discrepancias con la CNT-FAI y con Rudolf Rüdiger se acrecientan, mientras se recupera de sus heridas en Barcelona. Pide ayuda a sus amigos, y Picasso, Braque, Paul Rosenberg y Josette Gris le envían paquetes de comida.
Piensa en otros hombres de letras guerreros: Cervantes, Defoe, Descartes… Seriamente enfermo por sus problemas estomacales pregunta en vano al doctor Trias Pujol cuándo le podrá operar. Tras cruzar los Pirineos con el ejército vencedor un raid de la aviación italiana le separa de su mujer. Él es internado en el campo de Argelès, que logra abandonar para llegar a París el 15 de febrero. Primero le acoge su hija Nina, después el matrimonio Leiris y luego se aloja en hoteles modestos. Aún así, el 29 de julio de 1939 escribe a Picasso: “Estamos aún en París y aquí vemos cada día la miseria de sus valientes compatriotas”. Le pide 10.000 francos no para él, sino para que un oficial republicano pueda embarcar a México.
Durante la drôle de guerre intenta huir de Francia. Según contó después Kahnweiler, “temía ser internado y dijo: ‘sé muy bien qué sucederá. Seré internado y me custodiarán los gendarmes franceses y un buen día serán los SS. Pero yo no quiero eso, me arrojaré al agua’”. Sin pasaporte, fracasan sus intentos de exiliarse. En la primavera de 1940 es enviado al campo de Bassens (Burdeos), de donde es liberado cuando se acerca la Wehrmacht y comienzan (19 de junio) a los primeros bombardeos de Burdeos.
Einstein se ve atrapado. Enfermo, casi sin dientes, judío sin visado, los trenes llenos de refugiados, ve imposible llegar a Marsella
Einstein se ve atrapado. Enfermo, casi sin dientes, judío sin visado, los trenes llenos de refugiados, ve imposible llegar a Marsella, donde la organización del estadounidense antifascista Varian Fry acogió a buena parte de los surrealistas en fuga. El 22 de junio Francia se rinde y el 25 cesan los combates. Viéndose perdido en Sabres, las Landas, el 26 de junio escribe una postal a su cuñado: “Querido Gabriel, transmítele a Lyda todo mi amor. Es el fin”. Después, se corta las venas en un pinar cerca de Mont-de-Marsan.
Pero sobrevive y es trasladado a un hospital. El capellán del centro, ante la llegada de los alemanes, le presta ropa de obrero para que Einstein reemprenda la fuga hacia Pau y Bétharram, donde un joven scout le guía al monasterio des Prêtres du Sacré-Cœur de Jésus. Allí, se hace pasar por sobrino de Albert Einstein y simula su conversión al catolicismo ante el padre Denis Bùzy, a quien le confía que en cuanto aparezcan los alemanes, él dejará el monasterio para no ponerle en apuros.
La tarde del 1 de julio desaparece sin despedirse. Sobre la mesa ha dejado su vieja pipa. El 5 de julio se arroja al torrente de Pau y el 7 de julio un agricultor encuentra su cuerpo. Dos meses más tarde, Walter Benjamin también se quitaba la vida en Portbou.
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