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Juan Genovés: el sueño interminable

Hincha sin fisuras del Valencia C. F., al pintor le mantuvo vivo la ingenuidad en la lucha creativa por sus ideas marxistas

El pintor Juan Genovés, en su estudio a las afueras de Madrid en 2017.
El pintor Juan Genovés, en su estudio a las afueras de Madrid en 2017. Bernardo Pérez
Manuel Vicent

Conocí a Juan Genovés, fallecido este viernes, ya en Madrid hacia el final de los años sesenta y en la peña de valencianos Tirant lo Blanc a la hora de la cena en el reservado de algún restaurante siempre procuraba sentarme a su lado para hablar, no de marxismo leninismo, sino de aquellos futbolistas del equipo del Valencia que habitaban bajo el aroma de los cromos de nuestra niñez. Eizaguirre, Álvaro, Juan Ramón, Bertolí, Iturraspe, Lelé, Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza. A veces para divertirme le planteaba un diabólico dilema: que triunfara la dictadura del proletariado o que ganara el Valencia la liga o incluso la copa del malhadado Generalísimo. No tenía duda. Para Genovés una victoria del Valencia C. F. era similar a la justicia universal y su derrota un severo cataclismo del espíritu. Nació en Valencia en 1930. Su infancia transcurrió en el barrio de Mestalla. Desde su piso situado en una cuarta planta veía la cancha del campo de fútbol y oía las ovaciones de los hinchas.

Su padre era un artesano y decorador de muebles, con profundas convicciones de izquierdas y republicanas, que hacía la vista gorda si su esposa, católica practicante, iba los domingos a misa. Durante estos primeros años, Genovés ayudó a su padre en la decoración de los muebles y entró en contacto con pinturas y barnices, que le acompañaron a lo largo de su vida. Con la llegada de la dictadura la familia abrió una carbonería y a Genovés se le veía allí dibujando con los carbones en las paredes escenas de tebeos. En 1946 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. Posteriormente formó parte del colectivo Parpalló y del grupo Hondo.

En los años sesenta en Estados Unidos el pop art incluía el lujo, la chatarra, los cubos de basura, los envases, el diseño, las estrellas de cine, los anuncios y el optimismo de la tecnología. Juan Genovés añadió a estos excipientes del capitalismo los símbolos de la violencia política y entró a saco en el realismo de la alambrada y en la crueldad de las culatas de los fusiles, en la dialéctica del miedo, en la soledad del individuo en medio de la multitud. Las criaturas de Juan Genovés comenzaron a correr en sus lienzos. La mayoría de los espectadores, incluidos muchos críticos, siempre han creído que huían de las cargas de la policía franquista. Y eso es cierto, pero la cuestión no es de qué huían sino en qué lugar se detenían después de desbordar en desbandada los límites del cuadro. Si se lo preguntabas a Genovés te decía que sus criaturas no paraban de correr hasta encontrar un sueño de paz, justicia y armonía.

Se levantaba a las cuatro de la madrugada. Comenzaba a trabajar bajo el sonido de los pájaros. Lo que estaba fuera del lienzo ya no existía. Lleno de optimismo ha trabajado hasta el último día

A Juan Genovés le mantuvo vivo la ingenuidad en la lucha creativa por sus ideas marxistas. “Vengo de una familia alimentada con el optimismo histórico. Yo sabía lo que estaba pasando en la Unión Soviética y en 1969 fui invitado al Congreso Mundial de la Paz que se celebraba en Moscú. Éramos varios miles llegados de distintas naciones. Un día fuimos recibidos dentro de las murallas del Kremlin y se nos hizo avanzar entre dos rayas marcadas en el suelo, flanqueadas por guardias armados con metralletas. Pensé: ‘Parece uno de mis cuadros’. Quise comprobarlo saliéndome de la raya. Azcárate, que iba a mi lado, me dijo: ‘No lo hagas, estás loco, te van a disparar’. No obstante, lo hice, me separé del grupo y los policías comenzaron a lanzar gritos terribles mientras me apuntaban con el arma. Sabía lo que estaba pasando, pero siempre tuve la esperanza de que las cosas mejorarían. Sé que soy un ingenuo. Siempre lo he sido”.

Se levantaba a las cuatro de la madrugada. Comenzaba a trabajar bajo el sonido de los pájaros. Lo que estaba fuera del lienzo ya no existía. Lleno de optimismo ha trabajado hasta el último día.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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