La cartografía republicana de la batalla de Guadalajara reaparece tras 83 años
Los planos del teniente coronel anarquista Cipriano Mera fueron donados en 2016 al Museo de la Academia de Infantería de Toledo y se exponían sin identificación
Los militares comenzaron denominándola la Guerra Michelín, porque los mapas de carretera de la multinacional francesa eran los únicos disponibles al inicio de la contienda. El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 había dejado una división asimétrica de mapas y cartógrafos en ambos bandos. El Instituto Geográfico quedó en manos de la República, mientras que los jefes del Estado Mayor con experiencia cartográfica, en el franquista. Tener buenos planos resultaba fundamental en cualquier batalla. Así que el teniente coronel Cipriano Mera (1897-1975), anarquista y máximo responsable del frente de Guadalajara, realizó los suyos. A mano. Ahora, estos han sido localizados e identificados en el Museo de la Academia de Infantería de Toledo y suponen una fuente inagotable de información sobre la Guerra Civil (1936-1939) que se refleja en la obra Los mapas de Cipriano Mera. Cartografía del IV Cuerpo del Ejército, editada por la consultora arqueológica Audema. El estudio analiza estos detallados planos y rescata la figura de un albañil que no aprendió a leer hasta los 16 años, amado por soldados y amigos, perdonado por el dictador Francisco Franco y despedido en su funeral por figuras universales del mundo de la cultura como Jean-Paul Sartre o Simone de Beauvoir.
En 2016, el Museo de la Academia de Toledo recibió la donación de un particular: dos mapas topográficos sin identificar de gran formato usados durante la Guerra Civil. “En ellos se detallaban centenares de kilómetros de trincheras, fortificaciones y alambradas a lo largo de los frentes de batalla de las provincias de Guadalajara, Cuenca y Teruel”, indica la publicación de los arqueólogos e historiadores Jorge Morín, Ricardo Castellano, Miguel Ángel Rodríguez Pascua y Luis Antonio Ruiz Casero.
Tras recibir la donación, los responsables museísticos enmarcaron los mapas y los colocaron en una de las salas, pero nadie estudió su reverso, hasta que los expertos de Audema y del Instituto Geológico y Minero de España fueron alertados y los desmontaron. En el correspondiente al frente de la Guadalajara se leía la siguiente inscripción: “Este plano perteneció al cabecilla rojo Cipriano Mera…”. Los planos fueron entonces escaneados y estudiados. La investigación concluyó con que “se trataba de dos grandes empalmes de ocho hojas a escala 1:50.000 y que cada hoja aparecía cortada en cuatro cuadrantes, para facilitar su manejo, despliegue y consulta. El empalme se hizo encolando las hojas en dos telas blancas de algodón, muy posiblemente sábanas reutilizadas. Fueron sometidos a algún tipo de encerado protector contra los elementos, y se hallan en un considerable buen estado de conservación”. Jorge Morín, director del Departamento de Arqueología de Audema, explica que “muestran las fortificaciones republicanas, pistas militares, la red viaria, líneas telefónicas de comunicación…Su valor histórico para los expertos está fuera de toda duda”.
Los planos topográficos de España a escala 1:50.000 comenzaron a dibujarse en 1875 en el Instituto Geográfico. Se realizaron con fines civiles, a diferencia de Francia, Alemania o Italia, donde la ejecución de estas obras era competencia del Ejército. El mapa completo, cuando estuviese acabado, iba a tener 1.106 hojas, pero en 1931 solo se habían publicado 364. “La República”, explica Morín, “impulsó notablemente el proyecto, y, al estallido de la guerra, el Gobierno de Madrid pudo contar con 563 hojas impresas, además de las minutas planimétricas y altimétricas correspondientes a otras 218, que, en su totalidad, cubrían la mayor parte del territorio peninsular, un auténtico tesoro cartográfico para los militares”. Sobre las correspondientes al frente de Guadalajara, las ahora encontradas, dibujó directamente, con lápices, el teniente coronel republicano.
Mera nació en 1897 en el barrio madrileño de Tetuán, una zona marginal en aquellos años, donde se apiñaban, entre vertederos y escombreras, los emigrantes que malvivían en la capital. A los 12 años, comenzó a trabajar como aprendiz en la construcción. Participó en huelgas y protestas.
Pese a las jornadas laborables interminables, fue aprendiendo los rudimentos de la lectura y de la escritura de manera autodidacta hasta forjarse una formación cultural básica. Afiliado a la CNT, fue arrestado de nuevo. Puesto en libertad tras el golpe de Estado, se convirtió en hombre de confianza de Eduardo Val, secretario del Comité de Defensa Confederal. En febrero de 1937, el comité le encargó la creación de una división. Mera, el albañil anarquista, tenía bajo su mando cerca de diez mil hombres. Venció a los sublevados en la batalla de Guadalajara, por lo que Indalecio Prieto, ministro de Defensa Nacional, le dio el mando del IV Cuerpo de Ejército. En 1939, a punto de acabar la guerra huyó a Argelia.
Allí, las autoridades francesas de Vichy lo detuvieron y entregaron a las franquistas. Fue juzgado por un tribunal militar en febrero de 1942 y condenado a muerte por “rebelión militar, asesinatos y saqueos”. Pero Franco le conmutó la pena por 30 años de prisión. Cuatro años después se le concedió la libertad condicional. En 1947, se exilió en Francia.
Allí mantuvo sus actividades políticas, pero fue expulsado de una dividida CNT. Siguió trabajando como albañil, mientras ampliaba su círculo de amistades. En el Mayo del 68 parisino, Mera volvió –con 70 años–, a las barricadas, esta vez en el Barrio Latino, “donde fue una figura conocida y respetada”, recuerda Morín.
Murió el 25 de octubre de 1975, 20 días antes que Franco. “Su funeral lo cubrió la BBC, y a él acudieron exiliados españoles e intelectuales franceses como el filólogo y dramaturgo Agustín García-Calvo, la escritora Simone de Beauvoir, el filósofo Jean-Paul Sartre o el político Josep Tarradellas”. La pista de los mapas de su victoria se perdió -Mera los dejó en cuartel general de Yebes (Guadalajara) y un soldado se los llevó- hasta que la viuda del coleccionista Miguel González Beráiz los entregó al Museo de la Academia de Infantería y ahora han sido identificados para entender mejor lo que el New York Times calificó en su momento como “un desastre [para Franco] comparable al de la batalla de Bailén para Napoleón”.
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