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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Necesitamos teatro

Necesito no dejar de tomar la dosis que tomé por primera vez muy pequeño: el momento en que se apaga la luz de sala y nace la luz de otros mundos y otras gentes

Ariadna Gil y Abel Folk en 'Jane Eyre: una autobiografía'.
Ariadna Gil y Abel Folk en 'Jane Eyre: una autobiografía'.Europa Press
Marcos Ordóñez

Necesito la salud y la alegría, y pasear con mi amor, y tener cerca a la gente que quiero, pero no tenía tan claro hasta qué punto necesitaba el teatro. El teatro es mi otra familia. Me he ido haciendo de alquimias: la lectura, la escritura, la música, el cine, y quizás sea el teatro la más portentosa porque es verdad hecha de palabras y gestos en directo. Joan Ollé me señaló una expresión catalana muy justa acerca de hacer teatro: “fer veure”. Quiere decir fingir, pero también “hacer ver”.

Necesito no dejar de tomar la dosis que tomé por primera vez muy pequeño: el momento en que se apaga la luz de sala y nace la luz de otros mundos y otras gentes, parecidas a nosotros, se convierten en personajes. Son héroes y heroínas porque poseen el secreto de ser íntimos en público: una lección casi diaria de magia que no lo parece. Lo dijo el gran Spencer Tracy: “Actuar es algo estupendo, siempre y cuando no te pillen haciéndolo”. Necesito vuestra fuerza y valentía, que regaláis por la sonrisa de diosas antiguas, por Hécuba. Anoche me visitaron algunos de los que ya no están en el escenario: en mi sueño brindaban Carles Canut y Alfredo Landa, y reían a carcajadas Anna Lizarán, Rosa Novell e Irene Gutiérrez Caba, y se tomaban de la mano, volviendo a casa, de madrugada, Fernando Fernán Gómez y Emma Cohen, y mi abuelo tocaba de nuevo el violín en el Paralelo como si estuviera en Viena.

La diferencia entre la magia del teatro y otros prodigios me la mostraron unos amigos, y la he contado algunas veces porque no la olvido. Fueron un domingo con su hijo a ver una obra policiaca, y a la mitad un personaje fue asesinado. Todo el público dio un respingo de sorpresa, pero el chaval se agitó con el corazón desbocado, como si fuera a desmayarse por la impresión. La madre le preguntó al oído si quería que salieran. El chaval, como mi hermano de sangre, susurró: “Ni hablar”. Luego, en la calle, el padre le dijo: “Menudo susto ¿eh? Pero ya habías tenido sustos así en el cine”. El crío meditó un instante y respondió: “Sí, pero es que al hombre le pasaba allí”.

Gran verdad: el teatro le pasa a quien está allí.

Necesitamos que sigáis contándonos historias que pasan allí, con todo vuestro cuerpo, con vuestras voces, mirándonos con vuestros ojos de reinas y guerreros, y os queremos muy cerca, y necesito tratar de contarlo luego como intentaba contárselo a mis padres cuando era pequeño, como sigo intentándolo en el periódico. Hoy cumplo 63 años, y quiero que sigan iluminándome las luces del teatro y las que guían los teclados. Necesito que mi otra familia vuelva a jugar, a deslumbrarnos con su magia humilde y verdadera. Necesito que sigáis siendo héroes y heroínas. Necesitamos el teatro.

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