La azarosa vida del pionero del rock español: en activo con 81 años y actuando en bodas
José Barranco formó Los Estudiantes, la primera banda de rock and roll de nuestro país, en 1957, luego se hizo platanero y hoy sigue ofreciendo conciertos ante audiencias que quizá ignoren que con él empezó todo
Hace tres años, cuando tenía 78, José Barranco sufrió un ataque al corazón. Se dirigía a actuar con su grupo a un local del barrio madrileño de Fuencarral. Sintió una presión en el tórax y calor por el cuello. Se lo comentó a su pareja, Amalia, y decidieron suspender el concierto y encaminarse a un hospital. Allí detectaron el infarto y le ingresaron en cirugía. Le colocaron dos stents (tubos pequeños que permiten que las arterias no se cierren). Barranco lo cuenta sin dramas. Dice que mucho peor fue cuando se enfrentó a un desprendimiento de retina hace un año. “Estuve cuatro meses boca abajo. Terrible”, dice. José Barranco tiene ahora 81 años. Nació en Madrid y es, según consensúan los estudios del tema, el pionero del rock en España. Su grupo, Los Estudiantes, fue la primera banda de rock que existió en nuestro país. Hoy, Barranco todavía está en activo. Sus exigencias no son muchas teniendo en cuenta que con él comenzó todo. Los Estudiantes tocan en bares, fiestas y hasta en bodas. Cobran entre 60 euros y 100 por cabeza. Son cinco.
La azarosa vida de este hombre alto y corpulento exhibe encuentros en Madrid con leyendas de Hollywood como John Wayne, intercambios de consejos musicales con Paul McCartney en las tripas de la plaza de toros de Las Ventas o conciertos con el influyente guitarrista estadounidense Chet Atkins. Fuera de la música, lo más llamativo es el largo periodo que trabajó en la isla de La Palma como platanero. Fueron 18 años en los que se olvidó de la música y no celebró ni un solo concierto. “Los Estudiantes es la primera y una de las mejores bandas de rock and roll que haya dado nuestro país. José Barraco es el pionero”, asegura Salvador Domínguez, autor de probablemente el estudio más completo que se ha hecho sobre los inicios del género en nuestro país, Bienvenido Mr. Rock (SGAE, 2002). “Hablar de Los Estudiantes es hablar de los orígenes del rock ’n’ roll en España; es hablar, en definitiva, del primer grupo de rock de este país”, apunta la publicación especializada La Fonoteca.
José Barranco aparenta menos años de los que tiene. Pide un café con leche en una cafetería de Madrid. Pregunta por sacarina. El camarero anda a otra cosa y no le escucha. Se echa el azúcar. Ración doble. “Terrones, ¡qué maravilla!”, exclama. No tiene pinta de rockero, como no podría ser de otra forma en una persona de su edad. Conserva su pelo, castaño, y mira desde unos ojos claros. Destila sentido del humor. Hace un par de semana coincidió con Miguel Ríos. “Nos vimos en un homenaje que hicieron a los pioneros del rock. Nos conocemos desde los inicios. Él sí que triunfó, no yo”, señala con una pequeña mueca. Ríos es cinco años menor que él. Efectivamente, no se puede decir que este precursor haya tenido una carrera de estrella: nunca llenó pabellones, nunca sonó en radiofórmulas, pocas veces salió en televisión y nunca editó un disco largo.
En 1957 formó Los Cuatro Estudiantes, luego Los Estudiantes. “Todo lo que se movía en la música en aquella época era en el ambiente universitario”, relata. Eran tiempos en los resultaba impensable tener acceso a una guitarra eléctrica o a una batería. Solo las clases medias y medias altas se lo podían permitir. Barranco no conoció a su padre. Pocos días después de nacer, su progenitor fallecía combatiendo en la Guerra Civil española. Era piloto en el bando nacional. Su madre trabaja de administrativa en el Ejército del Aire. Él, su hermana y su madre vivieron sin apreturas, con la pensión del padre, el sueldo de la madre y las ventajas que ofrecía el ejército a los familiares de militares, con economatos donde comprar a precio más barato, asistencia sanitaria exclusiva, ayudas en colegios…
Barranco, el niño, se juntaba con la burguesía madrileña: los Sartorius, los Abril, los Arbex… “En casa del hijo de Adolfo Abril [el llamado “ginecólogo de las famosas”] escuché por primera vez a Bill Haley and His Comets. Aquel sonido me cautivó. Desde entonces quise tocar la guitarra. Con una española empecé a improvisar lo que escuchaba en los discos. Además, tenía un vecino concertista que me enseñó mucho”. Su pasión por el rock and roll le llevó a juntarse con otros alumnos para formar Los Estudiantes. Por aquella época también se formó el Dúo Dinámico, con un perfil más melódico que rockero. Los Milos, de Bruno Lomas, comenzaron un poco más tarde en Valencia. El resto no tardaría: Los Pekenikes, Los Sonor, Mike Ríos, Micky y Los Tonys, Los Sirex...
En la batería de Los Estudiantes estaba Fernando Arbex, histórico del rock español que luego formó Los Brincos y más tarde Barrabás, una banda que consiguió un éxito internacional relevante gracias a canciones como Wild safari. Los Estudiantes consiguieron un trabajo en la base estadounidense de Torrejón. Hacían ocho pases de 45 minutos diarios, desde las 4 de la tarde. Una paliza. Interpretaban temas de Elvis Presley, Carl Perkins, Ricky Nelson… “Cobrábamos 100 pesetas diarias, una barbaridad para esa época. Era como ganar como un ministro de Franco”, apunta. Aún tenían tiempo para tocar en las matinales del Price o en locales como Pasapoga. Su mérito fue adaptar al gusto español el sonido primigenio del rock.
Gracias a sus contactos en la base estadounidense actuaron en un club madrileño llamado Nickas (junto a las llamadas Torres Blancas). Era propiedad del director de cine estadounidense Nicholas Ray (55 días en Pekín, Johnny Guitar…). “Por allí pasaban estrellas como John Wayne o David Niven, tipos simpáticos que iban a beber y a bailar con nuestra música", recuerda Barranco. Los Estudiantes dejaron una discografía escasa, tan solo 12 canciones distribuidas en tres EPs, la mayoría versiones popularizados por Elvis Presley, temas de los Shadows, La bamba… Sus piezas propias eran básicamente instrumentales, con nombres tan peculiares como La pulga, Pecosa o Poncho.
Eran impetuosos en directo, divertidos, buenos instrumentistas. En 1964 la tragedia les azota. Dos de sus componentes fallecen. Mientras Luis Arbex cumple con el servicio militar le cae encima un camión en unas maniobras y le parte el cráneo. Luis Sartorius, que ya habían abandonado el grupo pero continuaba en contacto porque trabaja en la discográfica Philips, tiene una accidente en la Puerta de Alcalá madrileña. Su Seat 600 derrapa y se estampa con la única columna que había en los alrededores.
“Esas dos muertes nos desmoralizaron. Tampoco veíamos mucha salida comercial, así que lo dejamos”, señala Barranco, que disolvió Los Estudiantes en 1964 y pasó a Los Pekenikes, donde estuvo hasta 1969. En ese periodo participa en el concierto de los Beatles en Las Ventas en 1965. Tiene la oportunidad de conocer al cuarteto: “En aquella época éramos unos paletos. No sabíamos de la trascendencia de los Beatles. Recuerdo que Lennon era bromista. Se pasó el tiempo que estuvimos con ellos en el camerino haciendo muecas. Con McCartney tuve una conversación interesante sobre instrumentos”, cuenta Barranco, que en 1965 tenía 26 años y McCartney, 23.
Comenzaba la década de los setenta y la época de los conjuntos pioneros tocaba a su fin. Barranco no ve futuro en la música. Abre una nueva etapa en su vida: se casa con una mujer canaria y se marcha a las islas. Giro de guion radical. Compra una pequeña parcela y cultiva plátanos. “No tenía ni idea del negocio, pero aprendí”, dice. Tres hijos, un divorcio, muchos plátanos vendidos y 18 años después regresa a Madrid. Es mediados de los ochenta, las bandas de la Movida y el heavy llenan pabellones. Ya no hay lugar para su música, el rock and roll clásico. Nadie se acuerda de ellos. Los Estudiantes trabajan donde pueden. Aceptan bares pequeños, bodas, fiestas de empresa…
“Yo sabía que no iba a triunfar porque no he compuesto. Solo cantaba cosas de Elvis o Ricky Nelson. He sido fiel a eso. Intentaba componer, pero lo comparaba con lo que hacían Carl Perkins o Bill Halley y lo tiraba a la basura”. Hoy, Barranco desliza quejas sobre cómo se ha tratado a los pioneros, pero sin rencores: “Es verdad que no se nos ha hecho mucho caso, pero, bueno, he disfrutado mucho”. Y añade: “Más o menos tengo para vivir. He ido empleando bien lo que he ganado, tanto cuando había actuaciones como en mi periodo con los plátanos. El objetivo era llegar a la edad que tengo ahora con cierta tranquilidad”.
Cuando estamos a punto de despedirnos llega el batería de su banda, Fernando Bermúdez, un histórico del rock argentino. “Vamos a decir a esa sala que no tocamos, que tenemos nuestra dignidad”, espeta Barranco a Bermúdez, que asiente. Hablan de un local madrileño que no les quiere pagar por actuar. Más aún: quiere cobrarles 300 euros.
Babelia
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