Multiplicado por tres
El bailaor Marco Flores se cita con David y Alfredo Lagos para celebrar sus veinte años en la danza
El juego, con la perdida rayuela (¿qué niños la dibujan ya en el suelo?) como imagen y pretexto de un recorrido que pretende ir de la tierra al cielo. Un viaje multiplicado por tres, en el que la guitarra, el cante y el baile conviven en condiciones de igualdad para configurar en escena una función total, aunque sea con los mimbres más elementales y esenciales: el formato de trío, presente en tantas manifestaciones musicales, puede llegar a adquirir dimensiones insospechadas en la danza y el baile flamenco. Hay ejemplos de ello recientes y significativos, desde Israel Galván a Manuel Liñán. Marco Flores se sumó a esta tendencia estrenando en la recta final de la cita jerezana un espectáculo muy completo y equilibrado.
¿Es la música la que acompaña al baile o es este el que sigue su inspiración? La clave podría residir en la disolución de los modelos y en la concordia entre los componentes de una expresión conjunta, de tal forma que todos puedan ser disfrutados de igual forma y en que nadie sea subsidiario de nadie, por más que sea un bailaor el que encabece el cartel. Cuestión de igualdad, respeto y solidaridad. Una utopía que, dentro del progreso del baile flamenco actual, se aparece como real. Es necesario para ello una razonable dosis de cohesión, entendimiento y, quizás, una cierta complicidad en el empeño. No son más que disquisiciones que aspiran a explicar la obra que se reseña.
Organizada en cinco actos, un trabado guion musical va agrupando los estilos por sus estructuras rítmicas y armónicas: del bloque inicial, con cabales, livianas, serranas y seguiriyas a los aires americanos finales, con vidalita, milonga y rumba, la música transita por el espacio de los melismas insobornablemente chaconianos, las formas más folclóricas, históricos romances entre ellas y el gaditano y discursivo paseo por el carril de las cantiñas, antecedentes y derivados incluidos. Por ello, ese océano de músicas, la danza navega con una continuidad que apenas se ve alterada por los cambios de ritmo o melodía que la ligera dramaturgia de Francisco López determina. Tan solo transpira su esencia y la desarrolla en escena con una manifestación multiforme.
El baile se puede adherir de forma rigurosa a los estilos o jugar con ellos, pero dentro de un respeto en el que caben las tendencias que el artista ha ido incorporando a su lenguaje expresivo a lo largo de sus veinte años de ejercicio. No puede faltar el flamenco, pero su danza incorpora elementos del clásico español, detalles de escuela estilizada y su reconocida querencia por la expresión más contemporánea. Un apretado compendio de su intensa y, a la vez, vertiginosa carrera. Todo se funde en una sucesión de bailes muy ligados que van adquiriendo la variedad expresiva que la música sugiere. Unos cambios que no rompen la unidad del discurso.
La versatilidad de los componentes del trío se revela imprescindible para el desarrollo armónico de la obra. Cante y toque pueden señalar el camino, pero gozan de espacio para mostrar su propia personalidad en solitario. Magnífica fue la rondeña de Alfredo como lo fueron todas sus aportaciones, puentes musicales que allanaron los caminos para el tránsito de las hasta docena y media de estilos de cante que interpretó con una vasta y rica variedad de registros David. En ese contexto, el baile fluyó de manera suelta, como natural, y con una aparente liviandad en ocasiones. Pequeñas cesuras no rompen un relato por el que se despliega un amplísimo repertorio de recursos dancísticos que siempre remiten a la definida personalidad de Flores, que lo mismo baila pastueño que desenfadado en el zafarrancho rumbero final.
Compañía Marco Flores. Rayuela
Coreografía y baile: Marco Flores. Guitarra y música original: Alfredo Lagos.
Cante: David Lagos. Asesoramiento coreográfico: Olga Pericet.
Dirección y dramaturgia: Francisco López.
Teatro Villamarta. 4 de marzo.
Babelia
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