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Columna
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Más peste

La segunda temporada de 'La peste' ha cambiado el tono lóbrego de la temporada anterior por una luminosidad más fácil de seguir

Estefanía de los Santos en la segunda temporada de 'La peste'.
Estefanía de los Santos en la segunda temporada de 'La peste'.
Carlos Boyero

No tengo elementos de juicio sobre las infinitas series españolas de las televisiones generalistas que a lo largo de la historia han seguido con gozoso entretenimiento e incluso con pasión un público masivo. Con ver un capítulo, o incluso menos, ya quedaba vacunado contra su hechizo. Es posible que mejoraran, pero me faltaba paciencia para comprobarlo. No es mi rollo. Cada uno se divierte como quiere o como puede.

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En los últimos tiempos me interesó la más que digna Fariña. Y antes, Canal+ hizo una notable adaptación de Crematorio, la inolvidable novela del llorado Chirbes. Movistar está produciendo series españolas de calidad. También otras con dudoso o nulo encanto. Me fascinó la primera temporada de La peste. Por sombría, por misteriosa, por sucia, por tener que esforzar la mirada y el oído para adentrarse en el sórdido universo de Sevilla a finales del siglo XVI. Me envolvió su clima, me provocó desasosiego. También miedo.

Imagino que su falta de concesiones, su oscuridad, su naturalismo, le restó parte del público. La inventaron el excelente director Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, al que no conocía. El primero dirige los dos episodios iniciales de la segunda temporada. Y luego desaparece. El resto están bien, solo eso. Me resultan previsibles. Han cambiado el tono lóbrego de la temporada anterior por una luminosidad más fácil de seguir. La protagoniza el hampa organizado, la Garduña, al servicio subterráneo de los de siempre, el poder institucional y político. Si este finalmente es indestructible, los buenos (o medio buenos) intentarán salvar del degüello a las esclavizadas putas, enviarlas al Nuevo Mundo. Y disfruto, cómo no, cada vez que aparecen actores tan veraces como Jesús Carroza, Manuel Morón, Luis Callejo.

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