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Picadores y banderilleros, en la picota

Los subalternos muestran una cerrazón total a la necesaria renovación de las novilladas

Paseíllo en la plaza de toros de Las Ventas.
Paseíllo en la plaza de toros de Las Ventas.Plaza1
Antonio Lorca

No parece políticamente correcto poner en la diana de la crítica a picadores y banderilleros, el sector verdaderamente laboral del espectáculo taurino, que cobran un sueldo por festejo, cuya cuantía depende de la categoría de los matadores y de las plazas, según lo establecido en un convenio colectivo.

Pero no hacerlo sería faltar a la verdad y ocultar deliberadamente una realidad que puede frenar la necesaria renovación que pide a gritos el negocio taurino para que sea perdurable a medio plazo.

El asunto no es novedoso, pero saltó por los aires en la mesa del programa televisivo El Kikiriki del pasado día 7, en el que varios expertos reflexionaban sobre el difícil presente y el oscuro futuro de las novilladas.

El dato es demoledor: el número de los festejos con picadores ha pasado de 624 en el año 2007 a 217 en 2018; es decir, se han perdido 407 en ese tiempo; y en el apartado de los sin caballos, el descenso ha sido de 305: de los 572 que se celebraban hace once temporadas a 267 hace solo un año.

Y una de las causas fundamentales de este brutal descenso es que son espectáculos económicamente insostenibles, ruinosos, imposibles de conjugar los ingresos y los gastos.

¡Algo habrá que hacer…! Ese era el tema central del debate.

Y se habló de las iniciativas del Foro de Promoción, Defensa y Debate de las Novilladas, que consisten básicamente en abrir negociaciones con el Ministerio de Cultura, la Seguridad Social, los empresarios, los ganaderos y los profesionales para adecuar la normativa taurina, que la administración asuma algunos costes, compensar las pérdidas en plazas de tercera y portátiles con aportaciones de las de primera categoría, y estudiar la reducción del número de profesionales que actúan en estos espectáculos o que, en su caso, acepten una rebaja de sus emolumentos. Y todo ello, con el objeto de frenar la sangría que supone la galopante disminución de los festejos menores con el evidente perjuicio para el futuro de la fiesta.

Uno de los integrantes de la mesa del programa televisivo era David Prados, secretario general de la Unión Nacional de Picadores y Banderilleros de España (UNPBE), y toda su intervención fue un auténtico jarro de agua helada contra cualquier atisbo de solución.

Muy preocupante fue su argumentación, y más, si cabe, su tono extremadamente corporativista, poco conciliador y menos dispuesto al diálogo.

Dejó claro que picadores y banderilleros no están dispuestos a renunciar a uno solo de sus derechos, culpó a los demás de los males de la fiesta, y ofreció razones y soluciones extrañas y sorprendentes en boca de un representante sindical al que se le supone conocedor de la realidad y con el sentido común suficiente para afrontar un problema tan serio como la pervivencia de las novilladas.

Prados dijo, entre otras cosas, que el público no acude a las novilladas porque no son atractivas (¿?); que los empresarios deben buscar fórmulas para aumentar los ingresos (¿?), y firmar acuerdos con patrocinadores (¿?); recomendó que poblaciones pequeñas no organicen festejos con picadores ni compren animales de ganaderías reconocidas, porque son más caras, y expresó el rechazo frontal de su organización a la reducción del número de profesionales en los festejos o a una rebaja de los sueldos estipulados.

Cerrazón total; un razonamiento tan simplista como tozudo que cierra cualquier puerta al diálogo. Y lo más grave: David Prados dejó muestras de un peligroso corporativismo del que pudiera deducirse que es preferible que las novilladas desaparezcan antes que los picadores y banderilleros acepten un cambio que afecte económicamente al sector.

Es evidente que con esta recalcitrante actitud pierde la fiesta de los toros, pero también los hombres de a pie y a caballo que viven de ella. Si desaparecen las novilladas habrá menos trabajo para todos. Y llegará un momento, cercano en el tiempo, en que el negocio echará el cierre.

Pero parece que esa posibilidad no les preocupa.

La culpa es de otros, según David Prados. Él y los suyos sabrán. Y ojalá que cuando caigan en la cuenta de su error no estén en la cola del paro.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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