La primera canción de amor de Stuart Staples
Tindersticks acaban de publicar ‘No Treasure But Hope’, un disco de estudio pensado para el directo
Stuart Staples (Basford, Inglaterra, 54 años) necesita imágenes reales para inspirarse en sus composiciones. Por eso el líder de Tindersticks, la banda de rock surgida hace 27 años en Nottingham que el viernes pasado publicó su último disco de estudio, titulado No Treasure But Hope, se ha prodigado en los últimos años componiendo bandas sonoras de películas, entre ellas siete para filmes de la directora francesa Claire Denis, el último de ellos High Life (2018). Y por eso también se ha lanzado en esta ocasión a dirigir el vídeo del que quizá es el más bello de los diez temas del álbum, Pinky in the Daylight. Asegura que no sintió que la canción estaba realmente cerrada hasta que no terminó esa filmación.
“Cuando compongo un tema, tengo la música en la cabeza y luego he de encontrar las palabras. Eso es lo más difícil”, explica Staples en un hotel de Madrid, donde ha acudido para presentar el álbum y confirmar los conciertos que la banda ofrecerá en España en febrero y marzo próximos, “mi inspiración es visual, viene con la visualización más que con un tema abstracto. Las imágenes de las películas me ayudan para imaginar música para las bandas sonoras de una manera diferente”.
Y con Pinky in the Daylight, que posee la estética de las viejas películas familiares en color de los años setenta filmadas en Super-8, solo sintió que todo encajaba, que la canción ya era perfecta, al final del rodaje: “Todo estaba en mi mente pero sentí la necesidad de explorar tanto el punto de vista musical como el visual, y todas las cosas juntas me hicieron sentir que todo estaba correcto”. En cuanto al tema, el líder de la banda afirma que es “la primera canción de amor” que compone. Ante la sorpresa que causa su afirmación, aclara: “Es una canción de amor sin ningún pero… normalmente son de amor pero siempre hay algo que falla, algún problema; en esta no”.
Staples habla con su inconfundible voz de crooner, amable y calmado, y se nota que está en un buen momento de su carrera. Tindersticks, que arrancó con un disco homónimo en 1993 que causó fascinación, ha tenido una trayectoria larga al margen de las corrientes mayoritarias de la música —“siempre fuimos unos outsiders, nunca nos sentimos como parte de nada”—, pero estuvo a punto de desaparecer a principios de siglo, cuando se marcharon varios componentes del grupo. “Yo pensé que era el fin de la banda”, explica Staples. Sin embargo, la llegada de nuevos miembros le dio alas: “Dan McKinna, que toca el bajo y el piano, o Earl Harvin, batería, multiinstrumentista, trajeron una nueva energía y unas nuevas perspectivas sobre la música que debemos hacer”, afirma, “Ahora, tenemos una banda, con miembros muy comprometidos, como en 1995”.
“Tocar con gente en la que confías es algo muy especial, nunca pensé que volvería a ocurrirme otra vez”, reconoce Staples. Y explica cómo, al igual que la energía de la banda en los noventa fue decayendo hasta 2003-2004, ha visto en los últimos años “cómo de los rescoldos de aquel fuego [y agita los brazos para simular una hoguera que coge fuerza desde sus ascuas] han ido surgiendo unas llamas que se vuelven más y más fuertes”.
Eso sí, con nuevas dinámicas. Hacía tres años que la banda no lanzaba un nuevo álbum. Ahora se lo toman con más calma. Staples explica que al principio de su carrera sacaban un disco cada año o cada dos. “Y eso te roba la energía”, asegura. Por eso, ve importante espaciarlos y entre tanto hacer cosas diferentes cada uno (todos viven en ciudades diferentes), alimentarse con otras ideas y luego saber apreciar la vuelta con los compañeros para recoger lo sembrado.
Sobre No Treasure But Hope, el cantante inglés afirma que la intención en este disco ha sido hacer una obra más inteligente, más pensada, con más sentido, un conjunto de canciones más personales. “El disco habla de la belleza y el dolor en el mundo y cómo tratamos de gestionarlos en las relaciones de hoy”, asegura Staples, que explica que el álbum está hecho en tiempos problemáticos, sin soluciones, aunque a su juicio la última canción, la que da título al disco, rompe esa dinámica: “La esperanza es la única cosa que a veces nos queda”.
En cuanto a la grabación, el músico detalla que en los dos discos anteriores, The Something Rain (2012) y The Waiting Room (2016), componían las canciones y las arreglaban en el estudio, por lo que luego se encontraban con que en directo los temas cogían otro vuelo. “Después teníamos que aprender cómo tocar en vivo”, asegura. En No Treasure But Hope lo han hecho al revés, pensando primero en el directo y luego en el estudio: se han juntado en una habitación, con los ordenadores y los teléfonos apagados, y se han puesto a tocar hasta que tenían las canciones listas para el escenario —“lo que puede ser más excitante y también más peligroso”—, y solo después los han grabado.
Stuart Staples, que nota que pasan los años porque ha empezado a escribir las letras, antes las tenía siempre en su cabeza “como si fueran tatuajes”, vive en Francia desde hace muchos años. Por eso lamenta mucho la situación que está viviendo su país con el Brexit. “Soy británico, pero no vivo en Inglaterra. El tema está muy cerca de mí, en este momento me siento fundamentalmente europeo”. Ve cómo los euroescépticos están comiendo la cabeza a la gente pero asegura que los que conducen el Brexit son personas con “una inteligencia pequeña” y desea que "en dos años estemos hablando de otra cosa, ojalá". Y zanja el tema: “Es tiempo para que la gente luche, para no dejar luchar; no estoy hablando de usar la violencia sino de levantarse y defender lo que piensa”.
Not Treasure But Hope. Tindersticks. City Slang.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.