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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Bob Marley, la CIA y el país de los misterios

Un libro coral humaniza a la máxima figura del 'reggae' jamaicano

Bob Marley, delante de su casa en Kingston, donde fue tiroteado en 1976.
Bob Marley, delante de su casa en Kingston, donde fue tiroteado en 1976.DAVID BURNETT
Diego A. Manrique

Recordarán que el Premio Booker de 2015 fue para Breve historia de siete asesinatos, una abrumadora novela de Marlon James que retrata la violencia jamaicana a partir del atentado contra Bob Marley de 1976. Marley es una presencia muda en el libro, bajo el nombre de El Cantante. Y algo así ocurre en Tanto que contar. Historia oral de Bob Marley (Malpaso), donde Bob apenas habla.

Un libro poco profesional, debo avisar. El autor, Roger Steffens, se entromete demasiado entre el coro de 75 voces y evita asuntos espinosos, como casi todo lo referente a Rita Marley. Tampoco ayuda que las fotos, mal reproducidas, sean instantáneas caseras. Aparte, en la edición española ha desaparecido el índice, rebajando la utilidad del tomo.

De todos modos, el estudio del reggae ha sido históricamente cosa de obsesivos aficionados blancos, despreocupados por cuestiones literarias. Lo esencial de Tanto que contar son los testimonios de los que crecieron con Bob. Entendemos su posición en la jerarquía racial de Jamaica. En contra del retrato habitual de su padre como un oficial británico de moral laxa, descubrimos que Norman Sinclair Marley era un soldado raso que se casó con su madre, Cedella Booker. El matrimonio no duró, pero Norman hizo algún intento de educar a su hijo. El problema de Bob residía en que lucía mestizo entre la población negra, lo que le hacía vulnerable a las crueldades infantiles. Cedella, luego unida al padre de Bunny Wailer Livingston, no le cuidó con especial cariño.

Aprendemos historias terroríficas sobre la industria musical jamaicana, tan productiva como implacable con los artistas. Los Wailers (Bob, Bunny y Peter Tosh más otros vocalistas aquí rescatados) fueron populares, pero no pudieron vivir de su arte hasta bien entrados los años setenta. Esa frustración tal vez explique que soportaran a tantos representantes horribles: el estadounidense Danny Sims, que alardeaba de sus contactos con la Mafia; el futbolista Alan Skill Cole, un ludópata; Don Taylor, creyente en lo de “el que parte y bien reparte, se queda con la mejor parte”.

Portada de libro.
Portada de libro.

Comparado con ellos, Chris Blackwell parece un prodigio de diligencia y visión. El fundador de Island Records, inglés blanco, diseñó el lanzamiento internacional de Marley, primero con los Wailers y luego en solitario. Miembro de la jet set, parece ser detestado por la mayoría de los entrevistados en Tanto que contar. Aunque se crio en Jamaica, quizás los nativos no le entendían correctamente: Bunny Livingston denuncia escandalizado que, en 1973, Blackwell quería presentar a los Wailers en los freak clubs, es decir, el circuito gay. Para un rasta ortodoxo, aquello era una aberración; muy posiblemente, se trataba de una acción promocional más.

El asalto a la mansión de Marley en Kingston ocupa varios capítulos. Aquí, los jamaicanos son muy prudentes; platican esencialmente los extranjeros. Dominan tres teorías: que fue una venganza por una deuda no pagada de Don Taylor; que se quería castigar a Alan Skill Cole, implicado en amaños de carreras de caballos; finalmente, los motivos políticos.

Lo último tiene lógica, lógica caribeña. En 1976, la lucha entre el partido en el poder, el PNP, y el derechista JLP, era cruenta. Marley detestaba el sistema político, pero se había comprometido a actuar en un concierto benéfico vinculado con la campaña electoral del izquierdista PNP. Los agresores fueron pistoleros que, con armamento proporcionado por la CIA, estaban al servicio del JLP. ¿Todo claro? No. Entraron disparando a mansalva e hirieron a Bob, a su esposa Rita y al citado Don Taylor. Los supuestos sicarios podían haber rematado a cualquiera, ya que precisamente esa noche estaba ausente el personal de seguridad que protegía la casa; no lo hicieron. Técnicamente hablando, incluso para los estándares jamaicanos, aquello fue una chapuza.

Así que seguiremos especulando. Como avisa el libro al inicio, es difícil encontrar la verdad en Jamaica. Después de todo, es el país de las versions.

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