Una bomba atómica espiritual
La Revolución Cultural china se convirtió en una moda que incluso llegó a la música pop
Hay aniversarios que provocan pesadillas. Hace 50 años, brotaron las semillas que, con el tiempo, se convertirían en las Brigadas Rojas italianas, la Fracción del Ejército Rojo alemana y el Sendero Luminoso peruano. En mayor o menor grado, organizaciones inspiradas por el Libro rojo de Mao Zedong. En su prólogo, el mariscal Lin Biao hablaba de que aquel tomito era “una bomba atómica espiritual de infinito poder”. Un inciso: aquel preámbulo desaparecería a partir de 1971, tras morir Lin Biao en un misterioso accidente de aviación, cuando huía de China.
Cierto, el Libro rojo contenía material combustible, sobre todo tras los sucesos de 1968. Justificaba la insurgencia contra las instituciones, aplaudía las virtudes catárticas de la violencia, alentaba el voluntarismo de los iluminados. El lenguaje elemental de aquellos aforismos facilitaba su comprensión en todas las latitudes; el exotismo de algunas formulaciones podía llegar a intrigar a intelectuales.
Sumen además el impacto visual de la Revolución Cultural. Sin información sobre sus horrores, lo que recibíamos eran las idílicas imágenes de sus vistosos carteles y la sencillez castrense de los uniformes. Inevitablemente, se transformó en moda. Hasta la revista francesa Lui, dedicada al desnudo femenino, combinó su enfoque habitual con destilaciones del pensamiento maoísta. Una broma, claro, igual que el ingenioso Mao et moa, éxito de Nino Ferrer en 1967.
Al otro lado del Canal de la Mancha, también se coló el Gran Timonel en los surcos del pop. En Revolution (1968), John Lennon criticaba a los que desfilaban con fotos del presidente Mao, aunque para mantener su reputación como el más duro de los Beatles –luego se apuntaría a diversas causas radicales. La voracidad del pop explica que un esteta como Brian Eno usara el título de una ópera revolucionaria, Taking Tiger Mountain (By Strategy), para su disco de 1974. Dos años después, unos estudiantes de Leeds se bautizaron como Gang of Four, en referencia (banal, me parece) a la banda de extremistas que se aglutinaba alrededor de Jiang Qing, la esposa oficial de Mao.
La retórica maoísta era utilizada jovialmente por el cantautor Billy Bragg en Waiting for the Great Leap Forwards en 1988; todavía no se asumía que El Gran Salto Adelante fue el más desastroso de los experimentos sociales de Mao Zedong, con decenas de millones de muertos por hambre y en matanzas que se pretendían ejemplares. En realidad, el único músico renombrado que ha mantenido su simpatía por el maoísmo es Robert Wyatt, que lo mismo jugaba con la estética de los cartelistas chinos en su grupo Matching Mole que evocaba al Chairman Mao de los inicios, a partir de una melodía del jazzman Charlie Haden. Básicamente, a Wyatt le perdonamos todo pero ¿quedaría feo que se le recordara que, específicamente, el jazz estaba prohibido desde el triunfo de la revolución, en 1949?
Volvamos a los grupúsculos que germinaban en 1969. Solo Sendero Luminoso consiguió poner en marcha una estrategia insurreccional. Que duró hasta que, en 1992, fue capturado su fundador, Abimael Guzmán, alias Presidente Gonzalo. Alguien que aplicó la praxis política de Mao, con su culto a la personalidad y su reivindicación del oportunismo ideológico, también denominado “espíritu de contradicción”. Guzmán colocó su circunstancia particular por encima de cualquier consideración: poco después de ser condenado a cadena perpetua, ordenaba el fin de la guerra contra el Estado peruano. Hoy, sus simpatizantes consagran sus energías al Movadef (Movimiento para la Amnistía y los Derechos Fundamentales), promoviendo su liberación. Como en la China de Mao –¡o la actual!- el líder es lo primero.
Babelia
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