La odisea de un niño judío en la Europa del horror
Una truculenta adaptación de ‘El pájaro pintado’, novela de Jerzy Kosinski, levanta aplausos en la Mostra
Los fantasmas del negro pasado europeo volvieron a visitar la Mostra de Venecia. La película The Painted Bird, adaptación de la novela El pájaro pintado, que el escritor polaco Jerzy Kosinski firmó en 1965, levantó aplausos en la sección competitiva del festival con su angustioso relato de los innumerables abusos físicos y morales padecidos por un niño judío anónimo en la Europa de la Segunda Guerra Mundial. El título se refiere a una vieja costumbre en las aldeas de los países del Este: pintar de blanco las alas de un pájaro al que su bandada terminará picoteando hasta causarle la muerte al confundirlo con un intruso por su nuevo colorido. Ese es el destino del protagonista de esta durísima película, que persigue sin éxito el amor y la protección de sus semejantes, una manada de seres rústicos y sádicos más propensa a ahogarlo en un pilón de estiércol y fustigarlo a latigazos —por citar solo dos de las torturas más suaves— que a mostrar el más mínimo reflejo de empatía o humanidad.
Llevar al cine este viejo superventas, que Kosinski hizo pasar durante años por autobiográfico —en realidad, el escritor pasó los años de la guerra escondido junto a una familia de católicos polacos y no sufrió maltrato alguno—, era un proyecto largamente acariciado por el director checo Vaclav Marhoul, que insiste en detectar en él “una historia de amor y humanidad”, pese a que todo indique lo contrario. “La gente me trata de loco, porque solo ve violencia y crueldad en este relato. Pero ese es solo el marco de la obra. La humanidad está presente porque la echamos de menos. En realidad, solo vemos la luz en la oscuridad”, expresó Marhoul en conferencia de prensa.
La adaptación del libro, que en su día apasionó a escritores judíos como Elie Wiesel o Cynthia Ozick, no escatima esfuerzos a la hora de representar las vejaciones padecidas por su protagonista. A lo largo de casi tres horas de duración, la película se recrea ocasionalmente en lo truculento, con la aparente misión de no dar ni un respiro al espectador expuesto a este vía crucis.
The Painted Bird está filmada en un blanco y negro poderoso y expresionista (a cargo del director de fotografía Vladimir Smutny, uno de esos irreductibles que siguen fieles a los 35 milímetros). “Me pareció que el color no contaba la verdad”, señaló Marhoul. Tampoco hay música ni apenas palabras. De los 169 minutos de duración de la película, solo nueve tienen diálogo. “El trabajo de un cineasta es contar la historia a través de imagen y el sonido. Me gusta narrar relatos sin palabras, porque de eso va el cine”, se justificó el director, a quien no sorprendería acabar viendo en el palmarés de esta edición de la Mostra (o en la carrera por el Oscar a mejor película internacional).
Esperanto eslavo
Los escasos diálogos que se escuchan están pronunciados en intereslavo, una lengua auxiliar inventada en 2006, equivalente del esperanto que mezcla idiomas como el ruso, el polaco, el checo o el búlgaro. “No quería que ningún país pudiera verse asociado a lo que cuento. Abrí Google, busqué ‘esperanto eslavo’ y descubrí que existía uno”, relataba esta mañana Marhoul. De la misma manera, el director apostó por fichar a un reparto transnacional formado por veteranos como Harvey Keitel, Stellan Skarsgård, Udo Kier o Julian Sands. “Podría estar ambientada en la Edad Media o en el futuro, o haber sido escrita por Shakespeare, porque habla de verdades y sentimientos universales”, señaló este último.
Los inevitables paralelismos con la actualidad en el continente, tropo de todo festival cinematográfico que se precie, subrayaron todavía más esa carga emocional, solo unos días después de que Roman Polanski explorase las raíces del antisemitismo moderno con su relectura del caso Dreyfus. Los hechos narrados en The Painted Bird parecían solo un lejano recuerdo cuando Marhoul empezó a trabajar en el proyecto, hace 11 años. A medida que el rodaje se acercaba, las sociedades europeas se volvían a parecer a las que creyó haber dejado atrás. “Se acerca un mal momento para Europa”, vaticinó Marhoul. “Veo a niños huyendo por el continente y populistas que llegan con su odio a Hungría, Polonia, la República Checa, Rusia… y también Estados Unidos. Esta historia sigue siendo urgente. Veo una amenaza, aunque espero equivocarme y que el futuro sea mejor de lo que creo”, aseguró el director, en un exótico ataque de optimismo que llegó, como sucede en la película, en los minutos de descuento.
Tim Robbins da clases de teatro en una cárcel de alta seguridad
La carrera de Tim Robbins está estrechamente ligada al mundo carcelario desde mediados de los noventa, cuando protagonizó Cadena perpetua y luego realizó la película Pena de muerte. Robbins ha regresado hoy a Venecia con un nuevo proyecto como director, el documental 45 seconds of laughter, que fue presentado fuera de competición.
La película da cuenta, a lo largo de ocho meses, de las clases de interpretación que Robbins creó junto a su compañía teatral, The Actors' Gang, en 13 prisiones de alta seguridad de California. "En la cárcel predomina una emoción: la ira. Es la máscara que los presos se ponen para poder sobrevivir. El taller permite que conecten con otros sentimientos que también llevan dentro", señaló Robbins. "Nos marchamos de estas cárceles con gran esperanza y optimismo, porque somos testigos de una transformación", aseguró el director, que se inspira en los arquetipos de la commedia dell'arte en su trabajo con sus alumnos.
Para participar en el taller, Robbins y su equipo imponen ciertas condiciones: “No queremos a aquellos que se portan bien. Queremos a los difíciles, a los jefes de bandas. Queremos que personas enemigas se encuentren en la misma habitación. Ahí es donde empieza nuestro trabajo”.
Babelia
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