Billie Eilish, diva del pop e icono de la ‘generación Z’
La cantante de 17 años, que actuó este lunes en Barcelona y este martes lo hace en Madrid, se ha convertido en una estrella global por su capacidad para conectar con la angustia adolescente
Es la antítesis de la estrella clásica del pop y, sin embargo, brilla más que cualquiera de ellas. A sus 17 años, Billie Eilish está en la cima del pop mundial, codeándose sin problemas con Beyoncé, Rihanna,Taylor Swift,Adele o Katy Perry. Misteriosa y esquiva, esta cantante y compositora adolescente, nacida en Los Ángeles y que ayer actuó en el Palau de Sant Jordi de Barcelona con todas las entradas vendidas y hoy lo hará igualmente en el WinZik Center de Madrid, es una referencia para la llamada generación Z (los nacidos entre mediados de los noventa y 2010), que ven en ella a una especie de antiheroína, una chica de barrio descreída e independiente, a la que poco le importan las promesas que se tragaron sus padres.
Eilish llega a España como una desconocida para el gran público adulto, pero como una supernova de ojos claros y mirada desafiante para muchos adolescentes y un buen puñado de melómanos. Desde que en 2015 —a la edad de 13 años— se dio a conocer con la canción Ocean Eyes, sus cifras han sido escalofriantes. Antes de que saliese publicado el pasado marzo su primer y único disco, When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, sus canciones ya tenían más de 1.000 millones de reproducciones en Spotify. De esta forma, ha sido la primera artista nacida en el siglo XXI en llegar al número uno de la lista de éxitos de Billboard.
Ella, que reconoce que jamás se ha comprado un disco, se mueve en el hábitat que le pertenece: las plataformas digitales. Con sus más de 36 millones de seguidores en Instagram, es el gran icono pop de la generación Z, posmillennials educados en el actual siglo. Adolescentes que han crecido en plena recesión económica, bajo la amenaza del terrorismo y el cambio climático. Su visión del mundo es muy distinta a la de sus predecesores. Intérprete de voz suave y lúgubre que toca el piano y el ukelele, sabe conectar con la angustia adolescente. Algunos la comparan por su estilo sugerente con Lorde, pero su pop triste ofrece un muestrario de confesiones más profundas de una chica de hoy encerrada en su habitación.
En una entrevista reciente en EL PAÍS, el gurú del cine indie, Jim Jarmusch, aseguraba: “Billie Eilish es una auténtica estrella del pop. Sus letras son impresionantes, me llegan como no lo hacen artistas de mi generación”. Jarmusch, amigo de Iggy Pop y Tom Waits, es uno de tantos que en Estados Unidos ha caído fascinado por ella. Nacida solo tres meses después de los atentados del 11-S, Eilish rastrea las averías emocionales de una generación que nació ya con traumas heredados, rodeada de enemigos en una sociedad tan paranoica como aquella de la Guerra Fría, pero donde los móviles inteligentes y las redes sociales alimentan la ansiedad vital de los recién llegados. Así, con su look andrógino, se pueden ver paralelismos con Rue Bennett, protagonista interpretada por Zendaya, antigua estrella infantil de Disney, en Euphoria, reciente y exitosa serie de HBO sobre las preocupaciones de los adolescentes estadounidenses.
Su tremenda precocidad trae a la memoria a chicas prodigio como Taylor Swift o Christina Aguilera, pero su presencia es incómoda para el pensamiento monolítico y políticamente correcto. Eilish ha cambiado la cara del pop en menos de un año. Escondida bajo su sudadera con capucha, pantalones cortos de baloncesto, zapatillas deportivas y con el pelo coloreado, la cantante rompe con el estereotipo de diva del pop. De hecho, usa tallas grandes para no dejar ver cuál es su figura exacta, si delgada o gorda, si estilizada o irregular. Con todo y gracias a su descomunal éxito, las marcas se han lanzado a por ella, pero todavía resuenan sus portazos a Louis Vuitton, Calvin Klein o Stella McCartney.
A diferencia de las estrellas tradicionales del pop, Eilish, afectada del síndrome de Tourette —trastorno neurológico que se manifiesta con tics motores y del habla—, se muestra tal y como es, sin maquillaje. Apenas sonríe en las fotografías. Se podría afirmar que hace alarde de sus defectos. El primer sonido en su álbum es una especie de sorbo salivoso en el momento en el que se saca de la boca su aparato dental transparente que sirve para enderezar los dientes. “Quitarme mi Invisalign. Este es el álbum”, dice en la primera frase del disco entre risas, acompañada por su hermano Finneas, productor de la obra y coautor de los temas.
Eilish tiene una estudiada y poderosa estética que, aderezada de toques como salidos de un filme de terror, deja en una simple broma pasajera el rapado de cabeza de Britney Spears. En sus videoclips, desangra las cuencas de sus ojos con líquido negro, deja que una tarántula se arrastre por su cara o es maltratada y apuñalada con agujas, invocando artistas de fuertes emociones como Nine Inch Nails y Marilyn Manson. El nuevo icono del pop mundial hace apología de lo que canta en una de sus canciones más famosas cuando afirma que “todas las chicas buenas van al infierno”. Ella ya reina en el cielo de las malas.
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