Desértica autenticidad
Emilio de Justo, herido en una oreja en tarde de tendidos vacíos y 'victorinos' dificultosos
Una señora corrida de toros, con las dificultades propias de la casta de los victorinos; tres hombres valerosos, toreros de una pieza, esforzados y dignos de todo respeto y consideración, y casi nadie en los tendidos.
Es verdad que la tarde estuvo metida en agua, pero la lluvia que tanto molesta y ahuyenta al público de las taquillas no puede servir de justificada reflexión a lo que solo merece un responso por la muerte cierta de la afición bilbaína.
Un cartel con toros de Victorino Martín y los nombres de Curro Díaz, El Cid y Emilio de Justo merece, sin duda, una acogida muy diferente a la que recibió en esta plaza de tanto prestigio en el pasado. Seria y complicada corrida de toros; toreros machos, terreno embarrado, sustos, una voltereta a De Justo y un grave desgarro en su oreja izquierda, un topetazo en el pómulo a Curro Díaz, el aurresku para homenajear a El Cid en su despedida de esta plaza, premios a la voluntad arrolladora de los matadores… De todo hubo en esta corrida menos aficionados en los tendidos, ni siquiera un tercio de entrada, una imagen desoladora…
La peor parte se la llevó un gran Emilio de Justo, un torerazo olvidado en muchas ferias, que ayer volvió a dar la dimensión de auténtica figura del toreo en el único toro que pudo matar, el tercero, muy exigente, reservón, incierto y avisado, ante el que el diestro cacereño se plantó con firmeza, en el terreno adecuado y la distancia justa en todo momento, y protagonizó una actuación meritísima en un despliegue de conocimiento, entrega y responsabilidad. Se jugó el tipo de verdad, robó muletazos que parecían imposibles y dominó de principio a fin a un toro que no regaló una sola embestida.
MARTÍN/DÍAZ, EL CID, DE JUSTO
Toros de Victorino Martín, bien presentados, mansos y muy dificultosos.
Curro Díaz: estocada caída (ovación); pinchazo y estocada baja (ovación); estocada (ovación de despedida en el que mató por Emilio de Justo).
El Cid: estocada baja (oreja); cuatro pinchazos _aviso_ y dos descabellos (ovación).
Emilio de Justo: pinchazo _aviso- y estocada (oreja). Fue volteado y sufrió un desgarro en la oreja izquierda, un varetazo en el muslo izquierdo y una contusión en la región sacra que le impidió lidiar al sexto toro.
Plaza de Bilbao. 18 de agosto. Segunda corrida de feria. Menos de un tercio de entrada en tarde lluviosa.
Quizá erró en la tanda final, tras una labor extensa, con la muleta en la zurda, a pies juntos, y fue ahí donde el toro demostró su sentido, lo volteó aparatosamente enganchado por el muslo izquierdo y antes de que cayera al suelo le lanzó un pitonazo a la sien izquierda que le desgarró la oreja. Magullado y mareado, mató al toro y paseó una merecida oreja. Pasó a la enfermería y los médicos no le permitieron salir, para reconstruirle el pabellón auditivo antes de enviarlo a un centro sanitario para un reconocimiento más exhaustivo.
Era la tarde del debut de Emilio de Justo en Bilbao después de una larga carrera ya como matador, y dejó no solo su sangre, sino el sello de un torero poderoso que merece mejor trato de las empresas y del público.
Y era la tarde de la despedida de Manuel Jesús El Cid, que en este ruedo alcanzó un triunfo a lo grande en una encerrona con seis victorinos en 2007. No olvidan aquella gesta, y antes de que se iniciara el paseíllo fue homenajeado con un aurresku y, después, disueltas las cuadrillas, fue obligado a saludar desde el tercio.
Papeleta importante la de El Cid. Ya no es el torero grandioso de aquellos años, pero sí un hombre honesto que quiso hacer honor al cariño recibido y a su propia historia. Hizo, quizá, el esfuerzo de su vida. No fue fácil su lote, aunque fuera el más toreable de los tres. Y el mejor, su primero, ante el que estiró a la verónica de salida en unos lances airosos y templados.
Planteó la faena de muleta sobre la mano izquierda —esa que tantos triunfos le ha puesto en bandeja, muchos de los cuales ha tirado por la borda al fallar en la suerte suprema—, y en ocasiones adelantó el engaño, lo arrastró por la oscura arena bilbaína y dibujó un manojo de naturales que recordaron a sus mejores tiempos. Un toro exigente, sin duda, y un torero dispuesto a no manchar su historial. Le concedieron una oreja tras matar de una estocada caída, y su semblante, duro unos instantes antes, reflejaba la satisfacción y la alegría del deber cumplido. Su segundo toro tenía pocos pases, y mucha dificultad en sus entrañas.
Curro Díaz mató tres toros y se llevó una herida en el pómulo izquierdo de un pitonazo que le soltó el cuarto de la tarde en los inicios de la faena de muleta. Ninguno de los tres le permitió confianza, pero él no les perdió la cara, derrochó voluntad y ánimo, y dejó varias muestras de su exquisito sentido artístico.
Al final de la corrida, los toreros se felicitaban unos a otros. No era para menos, y sí para más público en los tendidos.
Babelia
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