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El mecenas alemán que adoptó a España como patria

El empresario Hans Rudolf Gernstenmaier busca un destino para su colección de 115 obras, tras donar 11 pinturas al Prado

Hans Rudolf Gernstenmaier, en su casa de Madrid ante 'Retrato de Isabel Herraud de Fernández Corella' (1898), de Joaquín Sorolla.
Hans Rudolf Gernstenmaier, en su casa de Madrid ante 'Retrato de Isabel Herraud de Fernández Corella' (1898), de Joaquín Sorolla.Jaime Villanueva

De pequeño soñaba con ganarse la vida como jardinero. Pero su afán de aventura y de independencia, más allá del cerrado círculo de su Hamburgo natal animaron a Hans Rudolf Gernstenmaier (84 años, Rodolfo para sus amigos) a emprender en 1962 un viaje a España que cambió su vida para siempre. Llegó a Calella (Barcelona) con 1.000 pesetas en el bolsillo y a los dos meses viajó a Madrid, la ciudad en la que nada más llegar sintió que sería su casa, en la que instaló su domicilio definitivo y en la que asegura que terminará sus días.

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A través de la colonia alemana consiguió contactos con las grandes firmas automovilísticas de su país de origen (Mercedes, Volkswagen, BMW) y montó en 1964 su propia empresa de suministros de recambios (Gernstenmaier S. A.) con la que llegó a tener 150 empleados y 30 sucursales por el territorio español. Vendió la compañía en el año 2000 y desde entonces se ha podido entregar a las dos grandes pasiones de su vida: la jardinería y el coleccionismo de arte. Esta semana ha sido noticia por donar al Museo del Prado 11 pinturas de los artistas más importantes de finales del XIX y comienzos del XX y de los que la pinacoteca, que carece de presupuesto para compras, tiene grandes carencias. Son obras de Joaquín Sorolla, Aureliano de Beruete, Agustín de Riancho, Darío de Regoyos, Juan de Echeverría, Hermen Anglada-Camarasa, Eduardo Chicharro, Ignacio Zuloaga y Joaquín Mir. Dos días después de la ceremonia de entrega de sus pinturas, Rudolf Gernstenmaier es la viva estampa de la felicidad. “No tengo más que agradecimiento por este país. España me ha dado todo. Esta es mi patria. Lo mío es una pequeña contribución al gran cariño que he sentido desde que atravesé los Pirineos”.

'Mariquiña de Valle-Inclán', de Juan de Echevarría
'Mariquiña de Valle-Inclán', de Juan de Echevarría

Su vivienda madrileña en el distrito de Chamartín es un museo en el que conviven en armonía, a veces estrechamente, las pinturas de artistas españoles y las obras flamencas con las que inició su colección con las primeras 5.000 pesetas que ganó. Ahora posee más de 115 obras. De sonrisa fácil, ojos azules brillantes siempre atentos y un perfecto español, cuenta que viene de una familia modesta. Es hijo único de padre trabajador de la construcción y madre ama de casa, de manera que su gusto por el arte lo ha adquirido de manera autodidacta. Mirando y disfrutando. Asegura que nunca ha comprado para especular y que solo se ha guiado por su gusto, intuición y cariño por las pinturas.

Ni política ni religión

Recuerda que cuando decidió marcharse de Hamburgo buscaba independencia y poder comunicarse. “Ya sabe cómo somos los alemanes: poco expresivos. Yo necesitaba estar con gente hasta el punto de que a veces me acercaba a la estación central de trenes solo para ver las multitudes, como si necesitara compañía y expresarme con la gente”.

Artistas en la frontera

La división de las colecciones entre los museos Reina Sofía y del Prado ha estado marcada por la fecha del nacimiento de Pablo Ruiz Picasso (1881). Así se decidió en un real decreto de 17 de marzo de 1995, lo que ha afectado de lleno a la obra de los artistas nacidos a finales del XIX. La decisión se modificó por acuerdo entre ambos museos en 2016. Mientras tanto, un importante núcleo de obras quedó en terreno de nadie; lo que es peor, hubo escasas compras estatales. En el Prado, porque el presupuesto para adquisiciones ha sido siempre tan exiguo que a día de hoy es de cero euros. Y en el Reina Sofía porque ha centrado sus compras en el arte más contemporáneo y algo en el de comienzos del siglo XX. Los coleccionistas particulares, en cambio, aprovecharon para enriquecer sus colecciones sin desembolsos de escándalo.

De los artistas representados en la donación Gernstenmaier, solo tres estaban ya incorporados al Museo del Prado: Joaquín Sorolla, Aureliano de Beruete y Agustín de Riancho. El Prado posee una veintena de telas de Sorolla, pero no contaba con ningún retrato de la década final de su pintura, una laguna ahora subsanada con la bellísima imagen de Ella J. Seligmann, esposa de un gran marchante y anticuario parisino. Respecto a Beruete, el museo presume de contar con un gran conjunto de sus obras, pero carecía de alguno de sus extraordinarios paisajes alpinos, un hueco que ahora se cubre con Grindelwald (1907). La donación incorpora además, nuevas firmas para el Prado con cuadros de Darío de Regoyos, Juan de Echeverría, Hermen Anglada-Camarasa, Eduardo Chicharro, Ignacio Zuloaga y Joaquín Mir.

En su casa, los padres no tomaron a mal su decisión de alejarse de su país. O, al menos, no lo expresaron. Solo recuerda que su madre le aconsejó que nunca hablara de política ni de religión. Gracias a ese consejo, asegura que nunca tuvo ningún problema en la España franquista en la que aterrizó. “Piense que yo nací en 1934, con el nacionalsocialismo en el poder. Antes de tener años suficientes, me apuntaron en las juventudes hitlerianas. Era un niño muy pequeño y odiaba todo aquello. El miedo estaba por todas partes”, dice con una mueca de disgusto y dolor al rememorar aquellos tiempos.

El Madrid de los sesenta no le deslumbró por su belleza. Pero rápidamente hizo “un porrón de amigos” porque la gente era simpática, abierta. Muy de entrar y salir. Entre aquellas primeras amistades se encontraba Leoncio Fernández Vallejo, quien junto a las conservadoras Marisa Oropesa y María Toral han contribuido a que la donación fuera posible después de cuatro años de conversaciones con Javier Barón, jefe de Conservación de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado.

Amante de los bodegones

La mayor parte de las pinturas que atesora y que cambia sorpresivamente de emplazamiento para pasmo de las conservadoras son paisajes, bodegones y retratos. “En la década de los setenta, en el paseo del Prado había más de 30 anticuarios. Ahora creo que no sobrevive ninguno por esa calle. Encontrabas auténticas joyas de los pintores del XIX que siempre me apasionaron, pero también telas de Goya, por poner un ejemplo”. Después ha seguido comprando en anticuarios en España y en el resto de Europa y también en subastas o a familias que conocedoras de su interés le iban ofreciendo cuadros que conservaban en sus hogares. Asegura que nunca se ha sentido estafado ni ha querido revender.

No le gusta hablar de cifras y declina responder a una posible valoración económica de la colección. La misma actitud mantiene ante el precio que podrían tener en el mercado las 11 pinturas que ha regalado al Museo del Prado.

'Ella J. Seligmann', de Sorolla
'Ella J. Seligmann', de Sorolla

¿Recuerda la primera vez que visitó el Prado? Gernstenmaier responde con un bufido y añade que no. “Solo sé que me quedé muy impresionado y he ido una y otra vez. Me apunté a la Asociación de Amigos del Museo para colaborar en lo que pudiera y disponer de un pase para ir cada vez que me apeteciera. Creo de verdad que es uno de los mejores museos del mundo. El conjunto que forma junto al Thyssen y al Reina Sofía es una joya que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo. Incomparable”.

Una gran parte de las obras se encuentra en su casa de Madrid y el resto, en la finca que posee en El Boalo, el lugar al que cada vez que puede se escapa para disfrutar de su primera vocación: la jardinería. “Me gusta usar la cabeza, pero me resulta imprescindible que mis manos escarben en la tierra”.

'El pino de Béjar', de Darío de Regoyos.
'El pino de Béjar', de Darío de Regoyos.

Sobre los planes que tiene para la colección Gernstenmaier prefiere ser discreto y recuerda que ya ha hecho 75 exposiciones en España y en el extranjero de manera gratuita. A cambio, solo pide que se publique un catálogo. Hace tiempo pensó en hacer una fundación en Sigüenza (Guadalajara), pero lo descartó porque él prefiere seguir viajando sin ataduras. Ha tenido ofertas para ubicarla en Toledo, Cáceres o Tenerife; la distancia le frena.

¿Está pensando en una nueva donación al Museo del Prado? El mecenas sonríe antes de responder. “Voy a cumplir 85 años y en Hamburgo no me quedan familiares directos. Tampoco desde allí ha habido ninguna institución interesada e insisto en que mi patria es España. De momento vamos a seguir con las exposiciones y los préstamos. Mi última adquisición, una vista de la iglesia de San Ginés de Madrid de Mariano Fortuny viaja ahora a Venecia. Lo demás ya iremos viendo”.

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