Campamento normativo
Desiree Akhavan, la directora, no solo tiene mirada, sino también discurso y, sobre todo, sentido de la medida
Durante un baile de graduación, la cámara se detiene en pequeños gestos que delatan que hay quienes no se están sintiendo demasiado cómodas allí: en especial, las chicas, que no pueden dejar de extender las tiras de un sujetador demasiado ceñido, liberar los pies de unos opresivos zapatos de tacón o poner cara de circunstancias cuando tienen que fotografiarse abrazadas al supuesto galán que no desean. Esa secuencia de La (des)educación de Cameron Post certifica la existencia de una mirada, capaz de construir un discurso cristalino sin necesidad de verbalizar nada, pero, al mismo tiempo, es un momento que puede poner algo en guardia al espectador: ¿no va a resultar agotador que todo, absolutamente todo, tenga que resultar significativo en esta historia en torno a una chica forzada a seguir una terapia de reeducación que le permita superar su identidad lésbica?
LA (DES)EDUCACIÓN DE CAMERON POST
Dirección: Desiree Akhavan.
Intérpretes: Chloë Grace-Moretz, Sasha Lane, Quinn Shephard, John Gallagher, Jr.
Género: drama. Estados Unidos, 2018.
Duración: 91 minutos.
El caso es que Desiree Akhavan, la directora, no solo tiene mirada, sino también discurso y, sobre todo, sentido de la medida. También posee la capacidad de manejar un tema que no tiene ninguna gracia mediante un tono que no excluye la incisiva punzada irónica. De origen iraní pero felizmente instalada en Brooklyn, Akhavan, en calidad de actriz, directora y guionista, ha explorado las posibilidades de la autoficción en películas como Appropriate Behaviour (2014) y series como The Bisexual, trabajos concebidos como feliz infiltración en el mainstream de sus convicciones ideológicas como activista LGTBI. En La (des)educación de Cameron Post Akhavan parte de material ajeno –la novela homónima de Emily M. Danforth, cuya traducción al castellano está anunciada para noviembre-, pero el resultado armoniza a la perfección con el grueso más personal de su trayectoria.
La película aplica el humor de una mirada sofisticada y perpleja sobre este microcosmos de los campamentos religiosos de reeducación, sin olvidar la estratégica y necesaria inflexión dramática destinada a recordar que todo esto no ocurre en ningún planeta extraterrestre, sino, tristemente, dentro de nuestras sociedades democráticas occidentales. No hace falta escuchar a la extrema derecha para topar con la falacia de la homosexualidad como patología curable: hasta el benévolo Sumo Pontífice lo sostiene.
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