Tracey Emin: “Pintar es como darle un puñetazo a alguien”
La obra de la artista británica se adelantó al fin de la privacidad y a la denuncia de las agresiones sistémicas contra su género. Dos exposiciones en París y en Ibiza revalúan su trabajo
Tracey Emin (Croydon, 1963) no quiere ser fotografiada en plena calle. “No quiero parecer una prostituta”, anuncia sin dejar margen a la negociación. Tampoco en la habitación de su hotel, tras inspeccionarla en busca de un ángulo aceptable. “No quiero que se vea la cama”, dice la artista británica, por lo grosero que resultaría un guiño tan literal a su obra más conocida, My Bed (1998), el lecho en el que pasó días fumando, comiendo y llorando tras una ruptura sentimental, entre botellas de vodka vacías, preservativos usados y ropa interior manchada de sangre. El miércoles cumplirá 56 años, pero sigue siendo esa joven airada que zarandeó el arte británico hace casi tres décadas. La diferencia con otros young british artists es que ella se aburguesó, pero no se acomodó. Tropezó y se equivocó, pero nunca se convirtió a la producción en cadena. Siguió teniendo una relación carnal y desgarrada con el arte, mientras algunos de sus correligionarios preferían hacer el amor con la ropa puesta.
Antes la gente veía mi obra y decía: ‘¡ya está otra vez con la violación!’. Ahora por fin nadie piensa así”
Desde hace unos meses, Emin vuelve a estar por todas partes. Acaba de inaugurar una exposición en el espacio Art Projects en Ibiza con sus nuevas pinturas e ilustraciones. “La mitad de las obras hablan de un amor recordado con melancolía, porque es inalcanzable o porque ya terminó. La otra mitad, de un amor realizado pero insoportable, porque resulta demasiado intenso y doloroso. Esos son mi yin y mi yang”, reconoce en una conversación más apacible que la sesión de fotos. El encuentro tiene lugar en París, donde Emin acaba de inaugurar una muestra en el Museo de Orsay, que invitó a la artista a hacer dialogar su obra con su insigne colección de dibujo. Desestimó decenas de ilustraciones de bailarinas, cafés parisienses y carreras de caballos. “Todo el mundo conoce eso. Yo no quería dibujos bonitos, sino primarios y sexis. Encontré retratos de mujeres que no eran víctimas y parejas tristes que acaban de practicar el mejor o el peor sexo de sus vidas”. El siglo XIX, a su imagen y semejanza. La mayoría de artistas son desconocidos, salvo un puñado de nombres famosos que nos hace jurar que no repetiremos por escrito. “Quiero que sea una sorpresa. No quiero que la gente venga buscando éxitos de Picasso o de Degas”, explica.
Emin tiene proyectos pendientes en Roma y en Oslo, donde instalará una gran escultura de bronce junto al museo de su admirado Munch. Y, hasta hace pocas semanas, también expuso en Londres otras dos series recientes, inspiradas en experiencias como sus dos abortos, su violación a los 13 años, su intento de suicidio y el luto provocado por la muerte de su madre en 2016, que la obligó a tomarse una pausa. “No es un regreso, porque nunca me he marchado. Solo me tomé un año sabático. En realidad, he estado trabajando más que nunca”, asegura. Tras concederse esa tregua, Emin se encerró en su casa del sur de Francia y se puso a pintar día y noche. Decidió no tomar más aviones y renunció a exponer en lugares donde nunca se sintió a gusto, como Estados Unidos y China. “Viajar menos me permite estar más concentrada. Mi pintura se ha vuelto mejor. Es como escribir a mano: si dejas de hacerlo, tu letra empeora. Pintar es músculo puro. Es como darle un puñetazo a alguien. Un gesto animal y peligroso”, dice.
Durante años, Emin se negó a exponer sus óleos y acuarelas en público, tal vez porque no encajaban con el arte que la hizo conocida. Por ejemplo, Everyone I Have Ever Slept With (1995), la tienda de campaña que le dio la fama, en la que escribió los nombres del centenar de individuos con los que se había acostado hasta entonces. Su participación en la Bienal de Venecia de 2007, donde representó al Reino Unido, marcó un punto de inflexión, aunque su pabellón fue masacrado por la crítica. “La acogida fue cruel. No es mi momento favorito, pero marcó un giro decisivo: después de eso supe que ya no dejaría de pintar”, recuerda ahora.
Algo ha cambiado en los últimos años. En su exitosa exposición primaveral en su galería londinense, White Cube, abundaban los visitantes imberbes. “Es que estoy en el currículum de secundaria. Por eso conocen mi trabajo”, se enorgullece. Puede que haya algo más: su obra resuena de una forma distinta en el actual clima cultural. A Emin le gusta oír eso. “Antes la gente veía mi obra y decía: ‘¡Ya está otra vez con el aborto y la violación!’. Ahora nadie reacciona así. Por fin se ha entendido que mis temas eran válidos”, afirma. En los años noventa fue tratada como una borracha narcisista, como esa chica con la que te arrepientes de haber entablado conversación en una fiesta. Hoy es poco menos que una pionera que se adelantó al fin de la privacidad, al selfi como retrato normativo y a la denuncia de las agresiones sistémicas contra su género. “Se ha entendido que no era una egocéntrica. Al principio nadie me tomó en serio. En los años noventa, los críticos hablaban de mi maquillaje y de mis pechos. No recuerdo que a Jeff Koons le sucediera algo así”, denuncia. Descendiente de otomanos chipriotas y de gitanos británicos que creció “en la miseria” en la localidad costera de Margate, Emin tampoco se ha olvidado de los insultos clasistas que le dedicaron. “Quienes se ríen de mi manera de hablar podrán juzgarme o cuestionarme cuando tengan el mismo éxito que yo. Yo no soy estúpida. Es solo que no soy muy académica”, zanja.
Mi pintura se ha vuelto mejor. Es como escribir a mano: si dejas de hacerlo, tu letra empeora”
Cuando el Brexit sale a colación, la artista se ríe por no llorar. “Es una locura total. ¡Vamos a terminar con Boris Johnson de primer ministro!”, se alarma. Emin se ofende cuando se le recuerda que una vez votó por él. “¡Era para las municipales de Londres! ¡No tiene nada que ver!”, protesta. Decepcionada con los laboristas, también apostó por David Cameron en las elecciones de 2010. “¡Pero entonces no sabía que iba a convocar un referéndum!”, vuelve a refutar. Ahora aboga por una segunda votación. En realidad, el año pasado ya se resarció al colocar uno de sus gigantescos neones en la estación londinense de Saint Pancras, a la que llegan los trenes procedentes del continente. La obra se titula I Want my Time With you (“Quiero mi tiempo contigo”), una frase que leerán, en rosa eléctrico, cerca de 50 millones de viajeros al año. Se creyó que estaba hablando de otro desengaño más. Y no era inexacto: se trataba de su declaración de amor a Europa. En la obra de Emin, lo personal es político, pero también al revés.
The Fear of Loving. Museo de Orsay. París. Hasta el 29 de septiembre.
An Insane Desire for you. Art Projects. Ibiza. Hasta el 1 de octubre.
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