No se precisa neuralizador
La franquicia revive sin sus rostros icónicos y sin su tradicional Barry Sonnenfeld al frente. Y lejos de entregarse a la originalidad, prefiere jugar sobre seguro
El imaginario de la cultura ufológica ha suministrado abundantes lugares comunes al acervo popular: desde algunas constantes morfológicas de los visitantes de otros mundos –con sus insistentes cabezas desproporcionadas y sus miembros filiformes- hasta tópicos tan pintorescos como esas sondas anales que confiesan haber sufrido muchos supuestos abducidos. Con todo, los elementos que han acabado gozando de mayor fortuna en ficciones ajenas son aquellos que han podido integrarse en un modelo de pensamiento conspiranoico, que ha dejado de ser condición específica de todo testigo de una aparición ufológica para convertirse en democrática herramienta para lidiar con un presente de certezas cada vez más desdibujadas.
MEN IN BLACK: INTERNATIONAL
Dirección: F. Gary Gray
Intérpretes: Tessa Thompson, Chris Hemsworth, Liam Neeson, Emma Thompson.
Género: comedia. Estados Unidos, 2019.
Duración: 114 minutos.
Los hombres de negro, que en los círculos de creyentes tanto podrían ser agentes paragubernamentales como alienígenas de camuflaje, han tenido sus apariciones estelares en ciertos corpus de referencia –Expediente X- antes de engendrar su propia franquicia, nacida en el ámbito de la historieta –la serie Men in Black de Lowell Cunningham y Sandy Carruthers, publicada por Aircel Comics (y que, todo sea dicho, no era precisamente para tirar cohetes)- para acabar encontrando su plataforma de amplificación en el seno del cine espectáculo. La saga despeja la ambigüedad del arquetipo: no, los hombres de negro no vienen de muy lejos, sino que forman parte de una rama gubernamental que, al parecer, confía plenamente en la fórmula de las buddy movies.
Siete años después de Men in Black 3 (2012), la franquicia revive sin sus rostros icónicos y sin su tradicional Barry Sonnenfeld al frente. Quizá para que al espectador medio no le maree tanto cambio de referentes, la película, lejos de entregarse a la originalidad, prefiere jugar sobre seguro con una química probada: la que Tessa Thompson y Chris Hemsworth ya habían ejercitado en el universo Marvel. Nada que reprochar al carisma y la flexibilidad de ambos intérpretes: lo descorazonador es reencontrarles en una película que parece ya vista (de hecho, tres veces vista antes que ahora) desde que, en pantalla, comparecen los primeros créditos, emulando caligráficamente el estilo de los que diseñó el ya difunto Pablo Ferro para la saga.
En una inflexión bondiana, la película abre el espectro de localizaciones, pero, mientras el prólogo en la torre Eiffel parece anticipar una propuesta más imaginativa –la caída de Hemsworth por los ascensores electriza-, la posterior persecución en Marraquech acaba convirtiéndose en verdadero paradigma de la dejadez al mando. No se precisará un neuralizador para olvidarla.
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