Las manos que visten a los toreros
Los sastres viven en San Isidro los días de mayor carga de trabajo del año. Entre abril y junio entregan más de la mitad de los pedidos
Artistas y artesanos. Así se podría definir a los sastres que diseñan y confeccionan los vestidos de luces. “Todos los toreros quieren un vestido único, especial. Pero al final la diferencia está en la muñeca, en el temple del diestro. Nosotros solo somos las manos que lo envuelve, lo dulce está dentro”, explica restándose importancia Antonio López, que dirige la Sastrería Fermín por donde cada temporada pasa la flor y nata del escalafón de matadores desde 1963.
Este madrileño por los cuatro costados prefiere no especificar su edad: “Tengo los que aparento”, bromea. Y tiene energía y vitalidad como para sentar a muchos que dobla o triplica en años. “San Isidro es el momento de más trabajo de la temporada. Entre Sevilla y Madrid realizamos el 70% de la producción del año”, explica sin soltar la tiza con la que marca los retoques finales de una taleguilla que se estrenará esta semana en Madrid. López desprende torería al moverse, al hablar. Dice que su oficio, al igual que el de los toreros, no es un trabajo, es una forma de entender la vida.
Mayo es sinónimo del mayor periodo de ajetreo para todos los compañeros del arte de la creación del vestido de luces. “La mayoría quiere estrenar en La Maestranza y en Las Ventas”, afirma Justo Algaba, al frente de la sastrería que lleva su nombre desde 1974. O Santos García, de la Sastrería Santos, otra de las referentes. “Se va al límite con los pedidos… prácticamente se recoge y se estrena el mismo día. No es lo ideal, pero no hay tiempo para más”, explica el propietario.
Los vestidos de torear se consideran una pieza única. Por sus creadores y por quienes lo visten. En su confección intervienen unas seis personas, se necesitan al menos unos 30 días de trabajo y casi todo se hace a mano. Además, cada uno tiene sus peticiones especiales. “Este año el más especial que he hecho ha sido para Manuel Escribano. En todos sus vestidos lleva una pluma, que es su firma. Y en esta ocasión ocupaba casi toda la pierna. Quedó espectacular”, relata García.
Y para los legos en el mundo del toro, los sastres explican que la única protección que llevan los matadores es su propia piel. Justo Algaba relata que sí hubo una ocasión en la que intentó innovar para dar cierta protección a un torero: “Para un caso concreto [prefiere no dar el nombre] sí hice uno con unas telas fuertes que deslizaba algo más el pitón. Pese a ello, el pitón con la fuerza del toro es capaz de destrozar cualquier tejido”.
Aunque para pedido especial —y extravagante—, recuerda López, uno que se hizo hace casi medio siglo. “Hubo un torero que era del Partido Comunista de España que quiso un traje con la hoz y el martillo bordado. No recuerdo su nombre, pero se debió hacer a finales de los sesenta, tendría que mirarlo en el archivo”, dice López. Porque en su casa, todo queda por escrito y se guardan las fichas de todos los clientes con las medidas de cada pieza. Desde las máximas figuras hasta otros con menos suerte en su carrera. “Todo queda ahí, para el recuerdo”.
Un arte que se lleva en la sangre
Con tanto trasiego en estos días, es fácil encontrar en el taller a los sastres a cualquier hora. Y ver llamar a su puerta a algunas de las máximas figuras del toreo. “San Isidro tiene esto, siempre hay mucho lío”, explica Antonio López, de la Sastrería Fermín, para justificar que durante la conversación no le quite ojo a la taleguilla que está rematando. Mientras, el teléfono no para de sonar. “El tiempo es el que hay y no llego. Lo siento, hijo”, explica a un cliente que intenta convencerle para que le haga un encargo más de lo que tenía previsto para Madrid.
¿Compensa todo este trabajo casi sin descanso? Por la parte económica, podría ser (cada vestido ronda los 4.000 euros). Pero algo en lo que coinciden estos artesanos es en la pasión que le ponen. “No se aprende, se lleva dentro. Mi madre era bordadora y siempre la he visto trabajar en esto. Más que un trabajo, es un sentimiento”, recuerda López. Y es que en la tauromaquia todo tiene un sentido y una tradición. También en la confección de las prendas. ¿Vestido o traje de luces? “Siempre vestido de luces. Lo primero, porque empezaron a hacerlo las mujeres. Y además, porque es un vestido de mujer hecho para un hombre”, explica el director de la Sastrería Fermín.
En el taller de Antonio López, hay un regusto añejo (fotografías en blanco y negro —una con Antonio Ordóñez y Hemingway en Ronda, otra con Antoñete jugando a las cartas…—, un teléfono fijo que no es inalámbrico, música de los setenta…). Y también mucha torería. Algo que también transmite López, que parece que lleva grabado a fuego el refrán: además de ser torero, hay que parecerlo. De traje de chaqueta y corbata, con una cinta métrica colgándole del cuello, cuando deja la prenda con la que trabaja y vuelve a estar erguido llega a meter incluso los riñones como si estuviese toreando. “Siempre creo que le falta algo. Es una obra que nunca veo acabada”, reconoce entre puntadas.
Más pedidos que días
Desde la Feria de Abril de Sevilla hasta acabar a mitad de junio los carteles de San Isidro, para los sastres es una continua cuenta atrás con más pedidos que días. En el taller de la Casa Fermín, todos los empleados trabajan a destajo: bordan una taleguilla con la rapidez que solo dan los años de experiencia, cosen los últimos detalles de un chaleco en oro y colocan las últimas lentejuelas y remates a una chaquetilla... Todos en una misma sala repleta de retales de diferentes colores y prendas a medio acabar que preside una pieza ya culminada, realizada para Roca Rey.
¿Cómo consigue que no se os pase ningún encargo? Ante la pregunta, López señala a la pared frente a su lugar de trabajo. Allí cuelga un papel con el nombre de los bordados de los pedidos que le quedan por entregar. Están enumerados junto a los carteles de San Isidro. “Así sé de un vistazo los que nos quedan por entregar y la fecha límite”. Y muy cerca, en una esquina, varias cajas de cartón esconden en rollos de papel el inicio del ritual: los dibujos de cada bordado. “Se hacen unos 10 nuevos al año. Hay ideas para más, pero no compensa. Además, siempre se guarda alguno para días especiales. Por ejemplo, José Tomás en Granada estrenará uno nuevo solo para él, porque es un día especial que lo merece”, asegura López.
Babelia
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