“Cállate ya, payaso... ¡Que la zarzuela no es así!”
La actualización de ‘Doña Francisquita’ ideada por Lluís Pasqual subleva al público tradicional del género
“¡Cállate ya, payaso!”, grita un espectador desde las últimas filas de la platea. “Esto es un timo”, protesta una señora desde el primer piso. “Un poco de respeto”, dice otra a su lado. Todo esto en medio de un alboroto en el patio de butacas que no deja entender lo que el actor Gonzalo de Castro recita sobre el escenario. Es el comienzo del tercer acto de Doña Francisquita y el ambiente en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, principal guardián del género lírico español, está muy caldeado. No es una función de abono, pero aquí el público es siempre parecido: la media de edad no baja de los 60 y la mayoría se sabe los libretos de memoria. Detecta el mínimo cambio y si no le gusta, protesta.
Está claro que a este público no le gusta la actualización de Doña Francisquita ideada por Lluís Pascual. No solo no le gusta, sino que le irrita. Varias noches desde que se estrenó hace tres semanas han llovido improperios e incluso dos funciones se tuvieron que detener durante unos minutos. ¿Qué ha hecho Pasqual para enfadar tanto a los amantes del género?
En la representación de este miércoles había mucha animación a la entrada. Hacía tiempo que no se hacía Doña Francisquita, pese a que es uno de los títulos que más gustan, compuesta en 1923 por Amadeo Vives con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. “A ver qué ha hecho Pasqual. He oído cosas raras”, se decía en las colas de los baños. Mucha cola también para coger el ascensor que lleva a las butacas de los pisos superiores.
Comienza el espectáculo. En el escenario, desnudo de escenografía, solistas y coro distribuidos en varias filas de cara al público, listos para cantar frente a unos micrófonos vintage. Un cartel informa de que nos encontramos en un estudio de grabación en el año 1934 y el actor Gonzalo de Castro explica por teléfono a un supuesto ministro de la República que no se van a interpretar las escenas habladas de la obra porque se pretende distribuir el disco en el extranjero: "En Europa no les gusta que se hable. Vamos a hacerlo como si fuera una ópera”. Primer mosqueo en el patio de butacas. Se oyen cuchicheos y un murmullo creciente cada vez que De Castro sale entre canción y canción para explicar la trama: básicamente, amoríos y celos en el Madrid castizo del siglo XIX. Pese a todo, el público aplaude con gusto los temas musicales.
Ambiente de desconcierto en el vestíbulo durante el primer entreacto. La gente en general opina que así, sin las partes habladas, el espectáculo resulta aburrido. “Como si fuera un concierto. Para eso ya tengo el disco, yo vengo aquí para ver una representación”, comenta una espectadora.
Segundo acto. Ahora estamos en un plató de televisión en 1964 y Gonzalo de Castro es el realizador. Doña Francisquita se emite en directo para toda España. Al final del primer tema musical, un ministro franquista llama al realizador para pedir que se ahorre las partes habladas para que la cosa acabe pronto, no más allá de las 11 de la noche, que hay que dormir. El público, que parecía más o menos resignado hasta este momento, empieza a rugir. Se oye el primer grito: “¡Ya está bien!” Y otro: “Que la zarzuela no es así”. Se ha abierto la veda.
La bailaora Lucero Tena
A partir de ese momento se oyen protestas cada vez que habla el actor. “Qué tendrá que ver el franquismo con todo esto”, comenta una espectadora en el baño durante el segundo entreacto. “En la zarzuela se habla, esto es una burla”, opina otra mujer. Por mucho que se culebree entre los corrillos, no hay manera de encontrar un comentario positivo. “No se entiende nada“… “Había escuchado críticas en la radio, pero ya tenía las entradas compradas. Si no, no vengo”… “Quiero ver la zarzuela como es. Esto no es”… “Para una vez que echan Doña Francisquita, tenemos que tragarnos esto”… “No es culpa del actor, el pobre Gonzalo lo hace bien. Es culpa de Pasqual"… “Tampoco de los cantantes, que son muy buenos”. “Esto me ha pasado ya dos veces, pero no me va a pasar una tercera”. ¿Quizá se refiera al lío que se montó también con la versión de Cómo está Madriz que estrenó Miguel del Arco en 2016?
El público llega caliente al tercer acto. De Castro hace ahora de director de escena durante un ensayo de la obra en 2019 y casi antes de empezar a hablar le cae el gran chaparrón de la noche. Casi no se le oye, pero él prosigue su parlamento estoicamente. Parece ya inmune después de tres semanas de representaciones. Pero de pronto, un milagro: el actor anuncia la actuación de una artista invitada, la bailaora Lucero Tena, que se marca un solo de castañuela que deja KO a la concurrencia. Bravos, aplausos, vítores. Del cabreo pasamos a la euforia y el resto del tercer acto, bellísimo escénicamente, parece cautivar al público. No hay más gritos. La música amansa.
En los aplausos finales no se nota apenas el descontento. Los cantantes, especialmente el tenor Ismael Jordi, son aclamados. Solo cuando sale Gonzalo de Castro se oye algún pequeño pateo que parece querer dejar constancia de que lo que se alaba es la interpretación musical, no la adaptación. “Pues a mí me ha gustado. Hay que ver cosas diferentes”, se oye decir tímidamente a un espectador en la fila de salida. “Es que la gente no se da cuenta de que si no se hace esto, la zarzuela va a morir”, comenta otra espectadora. Un abonado, Juan Campos, que vio el espectáculo días antes, salió encantado: “Yo voy a la zarzuela por la música. Los libretos son muy anticuados, son difíciles de tragar hoy”.
Quizá lo que más haya molestado de esta propuesta al público tradicional sea precisamente lo que a este abonado ("78 años, soy de los jóvenes") le gustó: no tanto la actualización del contexto, pues eso se ha hecho ya muchas veces, ni siquiera la eliminación de las escenas costumbristas, sino la crítica implícita a la propia zarzuela que contiene.
Babelia
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