Esperpentos, mitologías
En el tablero de ajedrez de los posibles pactos, Pedro Sánchez debería tener en cuenta el discurso de Mao titulado 'Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo'
1. Espectáculo
Magnífico espectáculo esperpéntico, que tuvo hasta su look-alike Valle-Inclán, el del inicio de la XIII legislatura (mal número, decía mi tía abuela, supersticiosa cual bruja de Macbeth: “¡Arredro vayas, trece!”). Se inició con el simpático juego de la silla a cargo de los recios posfascistas, que madrugaron para conseguir escaño de platea en el asendereado hemiciclo; continuó con el numerito de las fórmulas de acatamiento, con los políticos presos jurando por su improbable república una constitución monárquica; mientras los fachitas, que lo hicieron por Dios y por España y olé, le daban a su atronadora batería en plan Charlie Watts, el legendario drummer de los Rolling, y el señor Iglesias, que siempre nos ofrece hermosas lecciones de moral (¡glup!), la prometía por la democracia y los derechos sociales; se prolongó con el altercado entre el señor Rivera, que saltó en plan slasher (solo le faltaba la motosierra) al cuello de la presidenta del Congreso, a la que le falta un buen hervido reglamentario; y terminó, después de que dentro y fuera de los parlamentarios muros cada cual lanzara su mitin, con el tuit del siempre victimista senyor Turull explicando a su parroquia que el ambiente le había parecido propio de una taberna (en catalán, taverna), quizás como las que frecuentaba Max Estrella, por seguir con Valle-Inclán. Total, que por la tarde, y tras horas de escuchar —y, lo que es peor, ver— a ese señor tan sectario de La Sexta, soñé en mi siesta que hacía añicos la tele con un martillo tan grande como el del obrero soviético de la célebre escultura de Vera Mújina que representa la indestructible alianza de obreros y campesinos. Lo único que me puso verdaderamente contento en la “histórica” mañana del lunes —tenemos la inconmensurable suerte de vivir una época en que cada día lo es— fue el aterrizaje en la presidencia del Senado de mi admirado Manuel Cruz, nuestro mejor filósofo de la historia, un estupendo pensador sobre la memoria (no se pierdan, en Katz, su libro Cómo hacer cosas con recuerdos), y uno de los más inteligentes federalistas que conozco. De modo que, si las elecciones de este domingo fueran propicias y el señor Gabilondo llegara a gobernar la Comunidad de Madrid, esto se parecería bastante a aquella república de filósofos que para Platón suponía el mejor de los gobiernos posibles, puesto que sólo ellos, con el ojo de su mente, saben donde está la verdad y el bien (lo mismo le pasaba a Pol Pot, por otra parte). Claro que, en cuanto al federalismo, también hay opiniones: como explicaba el siempre elitista Ortega en el discurso (Federalismo y autonomismo) que pronunció ante las Cortes Constituyentes el 26 de septiembre ¡de 1931!, “un Estado unitario, que se federaliza, es un organismo de pueblos que retrograda [el verbo es de Ortega] y camina hacia la dispersión”. En fin, que el debate sigue abiertísimo.
2. Contradicciones
Total que, dada la tremenda fragmentación y rampante asilvestramiento de la Cámara, y a la luz de lo que ayer se vio y se escuchó, me parece que conviene echarle una nueva lectura (aunque esta vez sea socialdemócrata, dadas las circunstancias) al librito Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, otro discurso, esta vez pronunciado (27 de febrero de 1937) por el “camarada Mao Tse-Tung”, en el que el líder de la dictadura proletaria china explicaba, y resolvía sobre el papel, la docena larga de “contradicciones” antagónicas (“entre nosotros y nuestros enemigos”) y no “antagónicas” (pero que pueden llegar a serlo) en el seno del pueblo. En el tablero de ajedrez de los posibles pactos, y antes de ofrecer ministerios o direcciones generales a Mao sabe quién, el señor Sánchez debería tener en cuenta las enseñanzas de esa lectura catecúmena. Y si uno ve que la cosa se pone aburrida o fea, siempre le queda recurrir, como Roger Deakin, a viajar por el país (todavía unitario, véase más arriba) a base de recorrerlo a nado. Sí, han leído perfectamente: fascinado por la lectura del cuento ‘El nadador’, del gran John Cheever (Cuentos, DeBolsillo), Deakin decidió recorrer el interior de Gran Bretaña a nado, saltando de ríos a lagos y de estanques a pozas. El resultado fue el estupendo Diarios del agua (1999), un insólito y elegante travelogue “de culto” que acaba de publicar Impedimenta, repleto de lúcidas observaciones sobre la naturaleza y el medio ambiente, y con abundantes referencias literarias y antiturísticas. Uno de esos libros de viaje que se disfrutan sin levantarse del sillón de orejas, como a mí me gusta. Por cierto, la peli El nadador, con Burt Lancaster saltando enérgicamente de piscina en piscina de sus amigos riquitos, para terminar deprimidísimo de vuelta a su casa, la dirigió (1968) John Perry.
3. Coherencias
Atalanta, la editorial que fundaron en 2005 Jacobo Siruela e Inka Martí, ofrece uno de los catálogos más coherentes de la industria editorial española. Y, desde luego, uno de los que dejan ver más claramente la huella —los gustos, las filias e, implícitamente, las fobias— de sus propietarios/editores. En su ya poblada división de no-ficción, Atalanta siempre ha primado el pensamiento que se nutre de lo que la omnipresente realidad “real” ha olvidado entre sus pliegues: lo imaginario y lo imaginal, la mística, las mitologías, los saberes medievales, la alquimia, la psicología junguiana de los arquetipos. Tras publicar los cuatro volúmenes de Las máscaras de Dios, la imprescindible y renovada summa del mitólogo Joseph Campbell, y dentro del proyecto de publicar su obra completa, sus editores acaban de entregar a las librerías La historia del Grial, un volumen en el que se reúnen sus escritos en torno al mundo artúrico y sus inmortales leyendas y personajes, fundamentales para comprender buena parte del arte y la cultura occidental.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.