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Tarantino y su carta de amor a un cine desaparecido

'Érase una vez en... Hollywood' es la demostración de la enciclopédica cultura audiovisual de su creador, que por primera vez en su carrera homenajea a la televisión

El cineasta Quentin Tarantino posa para los medios delante de los actores estadounidenses Brad Pitt y Leonardo DiCaprio, en Cannes. En vídeo, el tráiler de la película.
Gregorio Belinchón

Esta es una carta de amor. A una época en la que la televisión no se tomaba a sí misma en serio. A una industria que languidecía mientras que los "malditos hippies" (como se les califica en pantalla en numerosas ocasiones) tomaban las riendas del cine. Al cine europeo que servía de guarida a estrellas hollywoodienses en caída libre, al spaghetti wéstern, a Roman Polanski. Y sobre todo, a Sharon Tate. Todo eso y más es Érase una vez en... Hollywood, la película más esperada de esta edición de Cannes. Hace 25 años Pulp Fiction se llevó la Palma de Oro y Quentin Tarantino ha acelerado -aunque asegura que todavía le quedan detalles por pulir- para que su noveno filme llegara al festival francés.

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Tarantino ha sido muy cuidadoso con la proyección. Rodó en analógico -en respeto a la época que retrata, 1969- y así se ha proyectado en su estreno mundial. También ha pedido -por redes sociales y en la misma proyección (la organización ha leído el mismo mensaje- que nadie destripe la trama, en consideración al futuro espectador. También puede que, porque por primera vez en su carrera, el estadounidense repite el mismo truco, el mismo recurso narrativo, que en un filme previo suyo. Y mencionarlo sería desmontar todo su castillo de naipes, un juego de malabares que podrá verse en España a partir del 15 de agosto.

No parece que Érase una vez en... Hollywood vaya a proporcionarle ni la Palma de Oro ni muchos Oscars a Tarantino. Pero sí que llegará al corazón de muchísimos cinéfilos. El director de Jackie Brown o Malditos bastardos es una enciclopedia cinematográfica andante. Su pareja protagonista, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) -un vaquero televisivo venido a menos, un personaje que rememora a Clint Eastwood- y su doble de acción, Cliff Booth (Brad Pitt, soberbio), viaja a trabajar a Europa y ahí el cineasta saca pecho de algunas películas y creadores que han madurado sus eclécticos gustos: el spaghetti wéstern de Sergio Corbucci (le denominan el segundo mejor director de este género para remarcar el tributo a Sergio Leone, que viene desde el título) y Joaquín Romero Marchent, a Nebraska-Jim, los paparazzis de Roma, los rodajes en Almería... Cuando su Tate-Robbie va al cine a ver una de sus películas, Tarantino no truca la pantalla y muestra secuencias reales de La mansión de los siete placeres y de El valle de las muñecas. También siembra innumerables guiños musicales: a los ya escuchados en el tráiler Los Bravos se suma, por ejemplo, José Feliciano con su versión de California Dreamin'.

Aunque donde realmente se deleita es en la televisión de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta. En las películas de Tarantino los personajes veían la tele y hablaban de ella. En Érase una vez en... Hollywood por primera vez hacen televisión. Su remedo de Rawhide (en España, Cuero crudo), la serie que lanzó a la fama a Eastwood, se titula Bounty Law, y mimetiza sus historias. El cineasta pisa el acelerador para los guiños, mezcla realidad y ficción, hace cruzarse en una serie auténtica, Lancer, a su protagonista, el actor James Stacy -que encarnaba a un pistolero llamado Johnny Madrid-, con el Dalton de DiCaprio. Inspira al representante que encarna Al Pacino, llamado Martin Schwarzs, en el mítico publicista Martin Schwartz. Por la pantalla asoman Steve McQueen, Bruce Lee, Charles Manson, Sam Wanamaker, la serie The F.B.I., Roman Polanski y los amigos del matrimonio Polanski-Tate... Se nota que Tarantino disfruta en la reconstrucción de un Los Ángeles ya desaparecido, del que él vio en su infancia sus últimos rescoldos, un mundo más libre y a la vez más conservador, en el que cruzaban sus pasos la América surgida tras la II Guerra Mundial, con el Nuevo Hollywood, los hippies, en el que se movía el alcohol, las drogas y el sexo sin demasiadas contemplaciones. Era una época de inocencia que murió el día que mataron a Tate (en la película Rick Dalton es su vecino). Con  ella, y con el rostro de Robbie, están rodados los planos más bellos, espejos de su mirada limpia, de toda la película.

Finalmente, La Familia, el grupo liderado por Charles Manson, que el 9 de agosto de 1969, hace ahora medio siglo, realizó la matanza en casa de Polanski-Tate. La película transcurre en un fin de semana de febrero de 1969 y durante el día de la masacre. Previamente surgían las dudas sobre cómo encararía estos asesinatos el cineasta, que ha encontrado en el guion que ha escrito durante cinco años una carambola para librarse del problema, y ha convertido a Érase una vez en... Hollywood en la película con menos violencia de su carrera. El retrato de La Familia es ajustado, no busca excusas y esparce en sus apariciones un terror palpitante. Ahí Tarantino sí explora caminos nuevos. Ahí Tarantino sí es Tarantino, el tipo que olisquea el riesgo y usa la palabra y los silencios como herramientas creativas, el hombre que entendió que lo peor que le puede pasar a una película es que aburra.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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