_
_
_
_
CAFÉ PEREC
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Modo Cézanne

No nos faltan carcamales que censuran que se insista en un tema, y criticarán que alguien se demore en el párrafo de un libro o en la visión de una pintura sobre una montaña

Enrique Vila-Matas
'La Montagne Sainte-Victoire du bosquet du Château Noir' (1904), de Cézanne.
'La Montagne Sainte-Victoire du bosquet du Château Noir' (1904), de Cézanne.

Nacemos, y la insistencia ya está ahí. Es algo que, por ejemplo, el cine constató desde el momento mismo de ser inventado: a los Lumière no les convenció su primera versión de Salida de los obreros de la fábrica y, conscientes de que en aquel nuevo arte repetir sería ineludible, rodaron dos veces más la misma secuencia, perfeccionándola.

Y, hablando de repetir, me acuerdo de cuando una dama le preguntó a John Banville en un coloquio cuándo dejaría de ser tan reiterativo con el tema de la identidad, y él respondió: “Lo dejaré cuando por fin me salga bien”. Es probable que aquella señora tuviera un prejuicio hacia la insistencia en el arte. Prejuicio antediluviano, por cierto, pero de gran raigambre entre nosotros: no nos faltan carcamales que censuran que se insista en un tema, y ya pronto criticarán que alguien se demore en el párrafo de un libro, o en la visión de una pintura sobre una montaña (pongamos la de Sainte-Victoire, que Cézanne pintó 80 veces), etcétera.

Aún así, la insistencia sobrevive. No hace mucho la encontré en la asombrosa secuencia inicial de quince minutos de El hombre de Londres, el film de Béla Tarr. El cineasta húngaro hizo que me sintiera de pronto en la misma atalaya portuaria en la que él había situado el ojo de la cámara y de su protagonista: un observador tenaz de los alrededores de su torre vigía, como si éstos fueran el mayor enigma del mundo.

Aunque el arranque del film era magistral, nunca pensé que me resultaría imposible olvidarlo y que no tardaría en desear con locura volver a sentirme involucrado en él. Tal fue el ansia que me entró por regresar a la visión desde la atalaya que, la otra noche, creí que volvía a aquella secuencia cuando en realidad me estaba sumergiendo en la atmósfera gris y portuaria del libro de Sergio Chejfec que ha publicado Jekyll & Jill y cuyo escueto título es un número, 5. En sus páginas hay una ciudad lenta que se despliega en un territorio que va en sentido contrario al del agua, toda una metáfora de lo que es el espacio mismo del libro, compuesto por dos piezas: una novela publicada por el autor en 1995 (entonces titulada Cinco), seguida de un comentario sobre ella (Nota).

Leyendo la prosa excepcional de Nota, llegué a sentirme de nuevo en el mundo de Tarr, aún sabiendo que estaba en el de Chejfec y que la historia que éste contaba —casi inasible, aunque lo que allí importaba era el estilo— era bien distinta de El hombre de Londres. Porque en su libro que parece que pensó en llamar El asomado— Chejfec hablaba de lo que podía verse desde la ventana alta del joven del 95 que escribió Cinco: un principiante invitado a una “Residencia para escritores” de una ciudad muy extranjera.

Entre secuencia y libro, en cualquier caso, había un parentesco creado por los puntos en común: ritmo moroso, “instantes Simenon”, personaje gris con panorámica de atalaya, niebla, humo, tensión portuaria. Y, de fondo, la gran fuerza de la pasión de la insistencia. Y el viento que siempre vuelve. El modo Cézanne, pensé. Pintar ochenta veces la montaña.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_