‘Homecoming’: Coreografía de las imperfecciones de Beyoncé
El nuevo documental de Netflix inmortaliza el cénit (por ahora) de la carrera de la cantante: su actuación en Coachella
Hará 13 años, quien esto escribe fue invitado a Nueva York a entrevistar a Beyoncé y presenciar una de las sesiones de grabación del que iba a ser su segundo largo en solitario, B Day. En una pausa, coincidieron en la acera frente al estudio servidor y el padre de la cantante, la mano que había mecido la cuna de Destiny's Child, el grupo que dio fama a la de Houston. El Sr. Knowles estaba triste. Confesó que, tras el apabullante éxito de su debut en solitario, su hija había decidido tomar las riendas de su carrera y le había apartado de la mayoría de las decisiones creativas. En aquel sitio y en aquel momento se empezó a desarrollar una de las más fascinantes mutaciones de la historia del pop, una suerte de aceleración de partículas que explosionó definitivamente en la primavera de 2018 en el festival Coachella, un evento que tiene lugar en Indio, en pleno desierto californiano y que es patio de recreo de famosos y aspirantes. El concepto de festival moderno, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva -instagrameable, patrocinado hasta los baños, musicalmente ecléctico y hasta con un estilo de vestir propio- nació y se desarrolló aquí. Al menos, hasta que llegó Beyoncé y lo puso todo patas arriba.
Las dos actuaciones de la de Houston en sendos fines de semana son el grueso de este documental que estrenaba el miércoles Netlifx. En sus más de dos horas de duración se mezclan fragmentos de uno de los espectáculos en directo más fascinantes jamás vistos con imágenes de los cuatro meses de ensayos que tamaña empresa requirió, manifiestos y mucha autoayuda. Homecoming -este documental y el disco en directo que lo acompaña- es un retrato perfecto de lo que quiere ser Beyoncé. Y Beyoncé siempre logra ser lo que quiere.
Todo el concepto gira alrededor de la celebración del orgullo afroamericano. Por eso, sobre el escenario hay más de cien personas de color, entre bailarines, músicos, bandas procedentes de universidades con el parque estudiantil mayoritariamente de color y gentes que no se sabe muy bien qué hacen ahí, pero decoran una barbaridad. Tras un paseíllo vestida de egipcia y acompañada por un cuerpo de baile formado por unas chicas cuyo atuendo homenajea a la vez a los panteras negras y a la pantera rosa, el show arranca con Crazy in love, el primer hit en solitario de Knowles, una canción que a pesar de sonar imponente gracias a una de las mayores concentraciones de trombones jamás vista fuera de la Comunidad Valenciana, suena hoy algo desfasada. El salto creativo y conceptual de Beyoncé desde aquel lejano 2003 en que el tema fue lanzado ha sido casi cuántico.
El despliegue de medios es descomunal, yendo más allá incluso que las grandes giras de Madonna o Michael Jackson. Más allá incluso de la Orquesta Panorama. Las imágenes parecen haber sido pasadas por casi todos los filtros de Instagram y se mezclan las de las dos actuaciones, provocando un efecto en un principio desconcertante, ya que se ve, casi sin solución de continuidad, a Beyoncé interpretar el mismo tema con una sudadera amarilla y con otra rosa. En Drunk in love se sube a una grúa, pero como estamos en el siglo XXI y esto no es Mötley Crüe, lleva un arnés de seguridad. Eso si, su capacidad para soltar tacos es realmente fascinante. A veces parece que va a pedir un carajillo. Es casi situacionista. Uno imagina al realizador haciendo malabarismos para encontrar planos en los que solo se vea afroamericanos en éxtasis. Aunque sea una elaborada y maravillosamente armada celebración de las raíces afroamericanas, estamos en Coachella, un sitio del que es asidua Paris Hilton. Y Beyoncé, bueno, por mucho que en el show homenajee a Nina Simone, Maya Angelou o W.E.B Dubois, da la sensación de que si se encontrara en aquel autobús a Rosa Parks, su forma de empatizar no sería sentarse a su lado en ese sitio reservado para blancos, sino invitar a la señora a subirse a su jet privado.
Mención aparte merecen las imágenes pertenecientes a los ensayos y la voz en off de la artista. Beyoncé se sienta tipo Spielberg en una silla en una enorme nave y lanza mensajes a su equipo que parecen más los de un motivador que los de un creador visionario. Todo el mundo sonríe y todo el mundo es feliz. Mientras, nos regala información sobre su vida personal, sus dudas y su forma de superar las adversidades. Pero, claro, estamos hablando de una mujer que hace años que no habla con la prensa. Vogue incluso hizo una portada con ella sin llegar a entrevistar a la diva. Hasta sus debilidades están perfectamente coreografiadas. Beyoncé nos cuenta que en este espectáculo lo dio todo y que duda que jamás vuelva a hacer algo así, tan descomunal, tan apabullante. Nos habla de su parto e incluso nos explica todo lo que dejó de comer para poder recuperar la forma. La lista es tan larga que uno teme que, si no para, vaya ser capaz incluso de llegar al brócoli. Beyoncé parece perfecta. Y si no lo es, nosotros jamás lo sabremos.
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