Informe sobre ciegos
En su presentación en España, el Sollazzo Ensemble deja una impresión inmejorable en un programa que homenajea a cuatro vihuelistas de origen español
No, nadie ha puesto música al temible capítulo de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, pero su título viene pintiparado para resumir el regalo que acaba de hacernos el Sollazzo Ensemble en la que ha sido su primera actuación en nuestro país. Sus ya premiadas grabaciones discográficas y su debut el pasado verano, con enorme éxito, en el Festival de Música Antigua de Utrecht ratifican que la formación liderada por las hermanas Anna y Sophia Danilevskaia ha emprendido un ascenso imparable hacia el estrellato. El veterano festival Ellas Crean, que celebra este año su decimoquinta edición y que el pasado año nos trajo también por estas mismas fechas otro obsequio de gran altura (el Tiburtina Ensemble, que interpretó un programa monográfico dedicado a Hildegard von Bingen), se apunta con ello un gran tanto.
Obras de Dufay, Binchois, Cornago, Fontaine y anónimas. Sollazzo Ensemble. Museo Arqueológico, 23 de marzo.
Hay que acudir a libros clásicos, como el estudio pionero de Reinhard Strohm sobre la música que se hacía en la Brujas tardomedieval, o el de Jeanne Marix sobre la música y los músicos en la corte borgoñona de Felipe el Bueno, o a la historia de la música renacentista de Gustave Reese, o al monumental The Rise of European Music, 1380-1500, del propio Strohm, para, tan solo en referencias de pasada o notas a pie de página, encontrar noticias concisas, y en ocasiones contradictorias, sobre dos generaciones de vihuelistas ciegos de origen español. La primera pareja la formaban Jean Fernandes y Jean Cordoval, músicos en activo en la corte de Borgoña desde 1433 hasta al menos 1456; la segunda, dos hijos del primero, Johannes y Carolus, ambos profesores en la Universidad de París y, por lo que sabemos, personas de extraordinaria cultura, duchos no solo en música, sino también en filosofía, oratoria y poesía. Todos ellos tocaban la fídula o vihuela de arco y, lo que acentúa nuestro asombro, los cuatro eran ciegos.
Textos contemporáneos dan fe de que no son figuras legendarias, como el largo poema Le champion des dames (1441-1442), de Martin Le Franc, cuyo cuarto libro deja constancia de que el virtuosismo y la musicalidad de los dos primeros causaron el asombro de nada menos que Gilles Binchois (que “callaba avergonzado ante el sonido de su rabel”) y Guillaume Dufay (“irritado y con el ceño fruncido por no contar él con melodía tan hermosa”), dos de las luminarias de la época. No nos ha llegado, de haberla, música compuesta por aquellos cuatro virtuosos, como explicó la rusa Anna Danilevskaia en un perfecto español, pero sí que cabe imaginar el tipo de repertorio que interpretaban asiduamente, porque conocemos bien el círculo de compositores de aquella corte. Una pieza atribuida a Alexander Agricola aparece, por ejemplo, en dos fuentes con el encabezamiento “Cecorum” (de los ciegos) y “Ferdinandus et frater eius” (Fernando y su hermano) y con un extraño íncipit textual: “Cecus non judicat de coloribus” (el ciego no juzga sobre los colores).
Ambas parejas, pues, existieron, disfrutaron de enorme prestigio y debieron de contarse entre los primeros virtuosos de su instrumento. Los dúos en que cimentaron su fama, tanto puramente instrumentales como con el añadido de una voz, es lo que hemos podido escuchar modernamente reconstruido en las interpretaciones de las hermanas Danilevskaia y la también jovencísima soprano francesa Perrine Devillers, con el muy grato guiño de incluir la canción Qu’es mi vida preguntays, de Juan Cornago, que atrajo en su día la atención de nada menos que Johannes Ockeghem. Estos repertorios nos llegan a menudo en interpretaciones fantasiosas, muy poco respetuosas con las fuentes y remozadas al gusto actual. Nada de esto escuchamos en el Museo Arqueológico, sino versiones sin un solo dejo posmoderno, sin concesiones fáciles a la galería, desprovistas de gestos gratuitos, resabios técnicos anacrónicos o burdas engañifas comerciales.
Perrine Devillers posee una voz privilegiada, de idéntica calidad y color homogéneo en una tesitura muy amplia, así como un don especial para conectar de inmediato con el público. Tanto en sus lamentos, rebosantes de melancolía (Triste plaisir de Binchois, o Helas l’avoy je desservy, una pieza anónima del recientemente descubierto Cancionero de Lovaina), como en las piezas más desenfadadas irradia credibilidad y empatía con los textos cantados. Aunque lleva en un diminuto cuaderno las partituras, apenas lo abre y canta a menudo de memoria, lo que dice mucho sobre su dominio de un repertorio en absoluto fácil. Se entiende a las mil maravillas con sus compañeras, dos hermanas con pequeñas y curiosas divergencias en su manera de tocar el mismo instrumento, una sencilla vihuela de arco de cinco cuerdas, lo que no impide una perfecta conjunción en todo momento: Anna tiene confiado el cantus, mientras que Sophia toca el tenor y los ocasionales bordones. Las tres ornamentan con absoluta naturalidad y en su manera de construir las frases, de realizar los discantos, de plantear las cadencias, no hay un solo vestigio de la posterior música tonal. Solo con una dedicación exclusiva a este repertorio es posible alcanzar semejante grado de excelencia, percibido y premiado con incesantes aplausos por un público que, más que probablemente, ni conocía al grupo ni era muy avezado en esta música de la segunda mitad del siglo XV. Pero la delicadeza y credibilidad de su informe sonoro sobre aquellos cuatro instrumentistas ciegos que brillaron en la corte borgoñona no puede más que generar una reacción admirativa en quien lo escuche. El próximo verano, el Sollazzo Ensemble actuará en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada el 22 de junio. Los amantes de este repertorio harán bien en reservarse esa fecha en el calendario.
Babelia
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