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Crítica | El niño que pudo ser rey
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Excalibur en tiempos del Brexit

¿Cuánto tiempo hacía que no aparecía una película para el público infantil y juvenil con legítimo (y clásico) sentido de la aventura?

Fotograma de 'El niño que pudo ser rey'.
Fotograma de 'El niño que pudo ser rey'.

Cuando Attack the Block (2011), primer largometraje del británico Joe Cornish, llegó a las pantallas, no había ningún riesgo de confundirla con una de esas películas que consideran el cine para adolescentes de los ochenta como un paraíso perdido y el sello Amblin como algo parecido a un dogma de fe: su mirada, afecta a la crispación social de las zonas marginales, dejaba claro que suburbio no significa lo mismo en el sur de Londres que en el sur de California.

EL NIÑO QUE PUDO SER REY

Dirección: Joe Cornish.

Intérpretes: Louis Ashbourne Serkis, Angus Imri, Rebecca Ferguson, Patrick Stewart.

Género: fantástico. Reino Unido, 2019.

Duración: 120 minutos.

Segundo largometraje que se ha hecho esperar tras el flirteo del cineasta con el universo blockbuster –participó en el guion de Ant-Man (2015) y estuvo a punto de dirigir Star Trek: más allá (2016)-, El niño que pudo ser rey inspira una pregunta impertinente: en un presente en que el cine destinado al espectador infantil y juvenil domina el mercado, ¿cuánto tiempo hacía que no veíamos una (buena) película que no fuera redundancia del legado Amblin o formularia adaptación de una no menos formularia saga editorial de consumo? ¿Cuánto tiempo hacía, en definitiva, que no aparecía una película con legítimo (y clásico) sentido de la aventura?

Con su recreación de los mitos artúricos a vista adolescente en la Inglaterra del Brexit, la película de Cornish se parece más a Los héroes del tiempo (1981) que a Los Goonies (1985). Es un trabajo que no renuncia a la amargura –la historia del padre-, que integra chispeante sentido del humor –el Merlín que encarna Angus Imri como si fuera el hermano menor de Eddie Redmayne- y ocasionales destellos poéticos –el encuentro con los ponys bajo la luz del crepúsculo- y al que, acaso, solo se le podría reprochar cierta carencia de impronta creativa en su imaginario. Si Cornish tuviese un poco más del primer Gilliam, esta película notable hubiese sido irrebatible.

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