Una mujer de la Edad de Plata
Yolanda García Serrano abre su obra sobre Halma Angélico con un diálogo costumbrista vivaz, pero después pierde frescura
Halma Angélico le dedicó su comedia Ak y la Humanidad a Indalecio Prieto, que meses antes hubo de dejar la cartera de Defensa, acusado de derrotismo por la prensa comunista tras el desplome republicano en el frente aragonés. Adaptación escénica de un cuento en el que el escritor soviético Jefim Sosulia satirizó los procesos revolucionarios, la obra de tesis de Angélico fue retirada del Teatro Español de Madrid por orden gubernamental a los nueve días de su exitoso estreno, el 26 de agosto de 1938. Yolanda García Serrano recrea ese momento crucial en la vida de la autora feminista católica y especula sobre las razones de su inmediata desaparición de la vida literaria a través de un diálogo ficcional entre ella y Manuel González, director y protagonista de Ak.
El público se volcó con esta pieza, con sus intérpretes y su autora. La crítica celebró unánimemente el primer acto y cuestionó el segundo, pero los diarios anarquistas Castilla Libre y CNT tildaron el texto de contrarrevolucionario e iniciaron una campaña difamatoria contra Halma Angélico, en la que un articulista del segundo de estos medios se preguntaba: “¿Cómo tolera la Junta de Espectáculos que [su obra] continue en cartel?”.
Halma
Autora y directora: Yolanda García Serrano. Intérpretes: Enrique Asenjo, Ana Villa. Música: Mariano Díaz. Luz: Manuel Fuster. Escenografía y vestuario: Carlos Aparicio. Madrid. Teatro Valle-Inclán, sala El Mirlo Blanco, hasta el 3 de marzo.
García Serrano arranca in medias res el relato de lo acontecido en torno al estreno de Ak. Al comienzo, Halma Angélico conoce ya las críticas y el libelo en el que J. García Pradas tilda su obra de “contrarrevolucionaria y estúpida en grado superlativo”. El periodista anuncia la publicación sucesiva de cuatro artículos más del mismo tenor: “¿Seguirá representándose Ak en el Español cuando lleguemos al último de ellos?”, se pregunta García Pradas en CNT el 31 de agosto de 1938.
La autora madrileña, justa ganadora del Premio Nacional de Literatura Dramática de 2018 (por Grita), abre su comedia con un diálogo costumbrista colorido y vivaz, en cuyo curso Halma anuncia a Manuel González que retirará su obra de cartel. Una vez comunicada su decisión, la plática se vuelve recurso para poner al espectador en antecedentes y pierde su frescura inicial. Queda en evidencia que los personajes están citando textos de aquí y de allá.
La dramaturga y su director hablan de lo sucedido tras el estreno, sin entrar en el meollo: en un Madrid asediado, con trincheras a dos kilómetros de la plaza de Santa Ana, sede del coliseo municipal, ¿resulta oportuno representar una comedia que alude a las sacas de presuntos quintacolumnistas? ¿Cabe imaginar liberalidad semejante en la España ocupada por los sublevados, cuyo esfuerzo todo estaba volcado en ganar la Guerra? En un artículo publicado el 2 de septiembre de 1938, Mundo Obrero, órgano de expresión del Partido Comunista de España, centra el debate en términos parecidos a los que acabo de utilizar. Al día siguiente, el Gobierno Civil de Madrid prohibió las representaciones de Ak, pero también encargó a la Censura poner fin a la campaña contra la obra y su autora. Ese mismo día, ordenó la recogida y suspensión del diario Castilla Libre por infringir la prohibición.
En lugar de entrar a fondo en el significado de la obra censurada y de promover un debate fuerte en torno a ambas posturas en conflicto, García Serrano crea uno hipotético sobre las razones que asistirían a la autora en caso de haber tomado motu proprio una decisión que no consta que se planteara jamás: retirar Ak de cartel. Más interesante hubiera sido oír a Halma sostener interpretaciones alternativas de su comedia, como las defendidas por los críticos de los periódicos El Socialista y Política en sendas reseñas o la que propone la hispanista Sarah Wright en Mujer, literatura y esfera pública. España 1900-1940, quien considera que Ak critica las políticas eugenésicas extendidas ocmo reguero de pólvora en la Europa de los años treinta, opinión que sigue la expresada por Fernando Doménech en su prólogo a la edición de Ak y la humnanidad (Madrid. Asociación de Directores de Escena, 2001).
El diálogo entre los protagonistas de Halma está infiltrado escasamente de los acontecimientos pequeños de la época. ¿Qué otros titulos había en cartel en Madrid en el verano del 38? ¿Manuel González dirigía la compañía García Lorca por mero homenaje al autor asesinado al principio de la contienda o porque hubo algún vínculo entre ellos? Semanas antes del estreno, el Español estuvo a punto de echar el cierre: ¿qué crisis aquejaba al coliseo municipal? Las respuestas a estas y otras preguntas hubieran enriquecido la sustancialmente la conversación entre Halma y González, personajes de opiniones coincidentes. La aparición de un tercero que sostuviese criterios abiertamente discrepantes hubiera avivado el conflicto dramático.
El galanteo discreto que el director de la García Lorca se trae con la autora de Ak es un intento tibio de ponerle un poquito de pimienta a una obra que no anda escasa de sal humorística. ¿No hubiera sido pertinente en este punto mencionar que Halma Angélico era amante de Horacio Echevarrieta, fundador de los Astilleros de Cádiz y de Iberia, constructor de la Gran Vía y de parte del metro de Barcelona, promotor del periódico El Liberal y de empresas que fueron germen de Cementos Portland Iberia y de Iberdrola? Con el mil veces llamado William Randolph Hearst español vivió en la casa donde sucede la acción de Halma: tuvo un hijo de él.
Ana Villa, actriz con gran encanto y frescura, le presta su luz y apariencia juvenil a la atribulada María Francisca Clar Margarit, que frisaba los 50 cuando estrenó Ak bajo seudónimo: sus primeras obras las firmó como Ana Ryus. Para las escritas a partir de la muerte de su padre, coronel del ejército, escogió un seudónimo inspirado en una condesa caracterizada por la hondura nada convencional de su fe cristiana, protagonista de Halma, novela de Pérez Galdós, como observa con agudeza la filóloga hispano serbiaTijana Limic en su documentada tesis doctoral Halma Angélico y la búsqueda de la humanidad.
Enrique Asenjo, intérprete de Manuel González, tiene planta de galán y crece en desenvoltura conforme la función avanza. Espléndida en su elocuencia, la instalación creada por Carlos Aparicio como eje escenográfico: una suerte de totem o de sarcófago de libros abiertos. No estaría de más que los personajes tuvieran donde sentarse: acción y texto lo piden. Hermosa, sugestiva, la canción original de Mariano Díaz interpretada por Marta de la Aldea. La determinación final de la protagonista femenina, expresada de manera poco elaborada, resulta solemne; cabe imaginar que debió de tener matices mayores.
Antes que en Ak, la encrucijada ética íntima de Halma Angélico queda reflejada con precisión superior en Al margen de la ciudad, obra impresa por el crítico Cristóbal de Castro en su volumen Teatro de mujeres (Aguilar, 1934), reeditada por la Asociación de Directores de Escena en 2007 y jamás estrenada. La bella Elena, su protagonista, esposa de un industrial, se libra del adulterio que anhela hondamente gracias a la intervención de Alidra, joven artista circense a la que alojó en su mansión. Cuando Elena está a punto de consumar el amor que siente por el hermano de su esposo, Alidra se echa en brazos de él, empapada, recién emergida de la piscina, en una escena para la que su autora pide el desnudo integral de la actriz.
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