Joaquín Sabina: “Siempre he necesitado maestros y Javier Krahe fue el primero”
El cantante, acompañado del Gran Wyoming y Javier López de Guereña, presenta el disco y DVD de homenaje al cantautor fallecido
No es fácil, por no decir casi imposible, encontrar a Joaquín Sabina en el papel de secundario. En sus propias palabras, en el rol de “escudero”. Pero tampoco es fácil, por no decir casi imposible, encontrar una figura tan iconoclasta como la de Javier Krahe. “Siempre he necesitado rodearme de maestros y Krahe fue el primero”, ha confesado Sabina durante la presentación de La sonrisa de Krahe, el disco y el DVD que Sony publica en homenaje al arquetípico cantautor madrileño, fallecido en 2015.
Sentado sobre el escenario de la sala Galileo Galilei, la misma que se convirtió en uno de los últimos refugios de Krahe en su ciudad, Sabina se ha acompañado de otros dos amigos del cantautor desaparecido: El Gran Wyoming y Javier López de Guereña. Los tres han celebrado este jueves la obra de este poeta urbano y sarcástico, cuya lengua era afilada como un cuchillo, cuya inteligencia se despechaba por igual para criticar a lo establecido y cuya insobornabilidad estaba a prueba de bombas.
“No es que fuera vanidoso, es que era el mejor y él lo sabía”, ha afirmado Sabina, emocionado al recordar al tipo del que más aprendió “lo bueno y lo malo” de la vida crápula del Madrid noctámbulo y bohemio. Krahe fue el hombre con el que Sabina entró a actuar en el mítico bar de la capital española de La Mandrágora, donde ambos dieron rienda suelta a su creatividad y a sus excesos callejeros y que se erigió como cuna de cantautores en los primeros años 80. "Sin duda alguna el momento en que me sentí con más éxito en mi vida fue en ese bar y también el más feliz”, ha afirmado el de Úbeda. "Krahe era el espíritu de La Mandrágora”, ha añadido.
“El día que murió estábamos destrozados, llorando a mares y muertos de risa simultáneamente, porque cualquier cosa que recordáramos era un motivo de sonrisa. Javier nos dejó una sonrisa permanente”, ha recordado López de Guereña durante el encuentro con los medios. “A veces se me planta un lagrimón al recordarle", ha reconocido Sabina, quien ha añadido: “Ha sido el mejor amigo que he tenido nunca”. “Este hombre, como el Cid Campeador, ha cobrado más fama tras su deceso”, ha ironizado Wyoming, quien ha despachado de humor para señalar que Krahe “vender discos, no vendía”, pero se le quería.
No le hizo falta. Admirador de los poetas del Siglo de Oro, de la Generación del 27, Ángel González y Gil de Biedma, Krahe fue una especie de juglar irreverente, un músico que se reconocía brasseniano -por Brassens- y al mismo tiempo tenía el dardo en la palabra, tanto como los mayores portavoces de la crítica social y política de este país, convirtiéndose en el primer músico censurado de la democracia en 1986 por su canción Cuervo ingenuo, que criticaba a Felipe González, entonces presidente del Gobierno. Y en esa posición incómoda, forajida y a contracorriente se ganó un lugar en el corazón de un público exigente y una profesión, la del músico o cantautor, que le admiraba.
La sonrisa de Krahe refleja el concierto especial de 2016 que se celebró al año de su muerte y añade tres temas más, incluido uno póstumo, el único que dejó inédito y terminado el artista, Coplas patéticas, que se ha encargado de grabar el propio Sabina. Este homenaje se extenderá hasta octubre con la publicación de una biografía titulada Javier Krahe. Ni feo ni católico ni sentimental, escrita por Federico de Haro en una edición dirigida por Violante Krahe.
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