El tesoro oculto de Aretha Franklin
Se estrena 'Amazing Grace', la filmación de Sydney Pollack de los dos conciertos que en enero de 1972 dio la reina del 'soul' en una iglesia en Los Ángeles
La culpa fue de las claquetas, en realidad de que no las hubiera. Culpa de la inexperiencia en un rodaje de un concierto de Sydney Pollack, que no usó claquetas -probablemente para no molestar a Aretha Franklin- y nunca logró sincronizar las imágenes con el sonido. Durante décadas, la filmación estuvo guardada en cajas, sin que Pollack supiera muy bien qué hacer con aquellas cintas imposibles de montar. Solo la cabezonería de Alan Elliott, a quien cedió Pollack el material antes de fallecer en 2008 de cáncer de páncreas, y la muerte de la reina del soul, que siempre prohibió el estreno de la película ("No tenía ganas de hablar conmigo del proyecto", cuenta Elliott), han logrado sacar a la luz Amazing Grace, el testimonio de los dos días de enero de 1972 en que Franklin se encerró en una iglesia en Los Ángeles y grabó uno de sus álbumes más famosos, en el que volvía al gospel -y además en directo con público- tras arrasar en el soul.
En Berlín, donde se ha proyectado en la sección Oficial fuera de concurso, junto a Ellliott, que en los títulos de crédito aparece como productor y realizador, aunque no como director -la familia de Pollack no quiere que aparezca su nombre, estaba en la rueda de prensa Joe Boyd, productor musical, el hombre que estuvo allí durante el desastre, y que explicó claramente lo que ocurrió: "Warner y Atlantic llegaron a un acuerdo. Aretha tenía dos contratos, como artista musical y como estrella cinematográfica, porque en aquel momento estaba en su apogeo. Me contrataron para buscar el equipo, reunir una banda, buscar el Coro Comunitario del Sureste de California... Unos días antes me llaman de Warner y me dicen que la filmación, que iba a acompañar como publicidad al lanzamiento del disco en directo, no la haría yo sino Sydney Pollack, que obviamente tenía más nombre que yo y era muy fan de la artista. Pero que no sabía lo complicado que es filmar la música, y por eso la fastidió". En pantalla se ve a veces a Pollack, despistado, dando órdenes sin sentido a los cinco cámaras, que se mueven a veces sin criterio. "Tras la primera noche me llamó el montador"; recuerda Boyd, "y me dijo que el material no valía para nada porque Sydney no sabía dirigir ese material. Pollack fue muy amable, se involucró mucho y le dolió que fracasara el proyecto".
Lo que ahora se ve en los 87 minutos de Amazing Grace es, sencillamente, emocionante. Se va a su padre, el reverendo C. L. Franklin, que le dedica unas orgullosas palabras a su hija y a su música. Un miembro del coro empieza a llorar mientras la acompañan en el tema que bautiza al documental, 11 minutos vibrantes que acaban con más músicos y público en lágrimas. Al fondo se vislumbran a Mick Jagger y a Charlie Watts. Franklin renuncia a interpretar sus grandes éxitos y canta temas gospel, la música de sus raíces, de su infancia. Elliott cuenta: "La fama es, hoy en día, una bestia distinta. Me subyaga la idea de que la mujer más famosa del momento se encerrara dos días en una iglesia, sin acompañantes, representantes ni managers, sin esconderse tras gafas de sol, solo a cantar. Hoy no veríamos eso. Hoy me parece imposible".
Para Elliot, Amazing Grace es algo más que una grabación de un concierto. "Es un filme sobre la mortalidad. Yo creo que a Aretha le hubiera gustado, porque incluso acabamos como hizo ella, con el primer tema que grabó en su vida". Y sobre su relación con Pollack, y los problemas que ahogaron a la película durante décadas, explicó: "Me llamó, me pasó el material, y siempre hablamos de forma abstracta de sus aprietos. Un día me dijo que se bajaba del proyecto, que dejaba en mis manos aquel tesoro. Y un mes más tarde se murió".
Pero queda Amazing Grace. Hay mucho más material, como por ejemplo entrevistas con los asistentes, como Jagger, aunque es sinservible. No importa, solo con lo visto, con la energía y emoción, con los momentos de éxtasis musical en que la pantalla logra atrapar ese algo intangible, la espera ha valido la pena.
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