La música española alza sin titubeos su voz contra la violencia machista
19 artistas participan en la maratoniana primera edición de ¡¡Actuemos!!, un macroconcierto para recaudar fondos y agitar conciencias
Existen ejemplos en abundancia de canciones inanes. Pueden ser más o menos indicadas para el ejercicio del tarareo, pero resultan irrelevantes. Evanescentes. Las hay también más enjundiosas, aquellas que sin soñar con la inmortalidad aspiran al menos a la huella, al arañazo. Y nos quedan aún las que zarandean, las que sacuden conciencias, esas que se erigen en aldabonazo frente a nuestra cómoda condición de terrícolas occidentales, de seres humanos con razonable capacidad para procurarnos sustento y afrontar las facturas, algunas superfluas, cada final de mes. Muchas de las que sonaron anoche en el Palacio Municipal de Congresos madrileño pertenecían a esta última categoría. Y no podía ser menos, dirimiéndose como se dirimía el primer concierto nacional contra la violencia de género. Esa pesadilla, esa anacronía asesina. Ojalá nunca fuera necesario convocar una segunda edición, ojalá existiera música suficiente para aplacar a tanta fiera.
Hubo casi lleno en el auditorio del Campo de las Naciones, pero algún hueco se vislumbraba en sus 1.800 butacas. Quizá los crímenes machistas aún no susciten tantos hashtags como las trifulcas patrióticas, así nos arrebaten cada año a más de medio centenar de mujeres. Compatriotas, por cierto, de usted o de su vecino, pese a lo cual hay quienes todavía no encuentran aquí motivo suficiente para ondear la bandera de la solidaridad, sino la de la suspicacia.
¡¡Actuemos!!, con su enfática doble admiración (y que la RAE por esta vez nos perdone), fue la apelación a la polisemia que servía como título para una noche de intérpretes, pero también de agitadores; de líderes y lideresas, de mujeres (y hombres) que no se conforman con escribir meras melodías, sino revulsivos. Sole Giménez refrescó para abrir boca La mujer que mueve el mundo, honesto himno feminista de sus años al frente de Presuntos Implicados. Amaral se decantó por un viejo clásico de 2002, Salir corriendo, sobre una amiga del dúo víctima de malos tratos. “Pensábamos que en 15 años la sociedad habría cambiado, pero aquí seguimos, hablando de esto”, se lamentaba Eva Amaral. “Todas las canciones se refieren a lo mismo, a que las víctimas no están solas y hay que actuar”, corroboró Alondra Bentley antes de desparramar esa voz frágil y hermosa de ángel.
Pensábamos que en 15 años la sociedad habría cambiado, pero aquí seguimos, hablando de esto Amaral
Algunas artistas que no pudieron ajustar sus agendas (Pasión Vega, Mala Rodríguez, Lucrecia, Estíbaliz Uranga) enviaron sus mensajes por vídeo. Y otras no necesitaron tanto el parlamento como la actitud para expresar un ideario riquísimo. Como Carmen Linares, que regaló Anda jaleo, símbolo de esa España lorquiana que nunca comprenderán los patriotas del aspaviento y la testosterona. O Estela de María y su llamada a la conciliación entre la maternidad y el trabajo. O Rosario la Tremendita, media melena ondulada, medio cráneo rapado: una apariencia menos valiente aún que su condición de cantaora con bajo eléctrico.
La noche acabó prolongándose por encima de las tres horas, porque con tanto trajín de entradas, salidas, ajustes y recolocaciones se hacen inevitables algunos tiempos muertos. Pero el menú era lo bastante variado como para que nunca faltaran alicientes: de la canción de autor de alta escuela (difícil pensar en hombres tan exquisitamente sensibles como Pedro Guerra o Jorge Marazu) al pop sintetizado de la chilena Soledad Vélez, el vozarrón de baladista romántica que exhibió Lorena Gómez o la candidez concienciada del joven turolense Junior Ferbelles.
Todas las canciones se refieren a lo mismo, a que las víctimas no están solas y hay que actuar”, corroboró
Alondra Bentley
Paco Damas recuperó la voz de las mujeres olvidadas de la Generación del 27. Pero ninguna voz sonó tan firme y corajuda como la de Cristina del Valle, capaz de enardecer el patio de butacas con un discurso sin titubeos. “Las mujeres no queremos caridad, sino justicia”, bramó. “El 50 por ciento de la población no puede vivir en la periferia de los derechos”. Marcos Rodríguez, la otra mitad de su dúo Amistades Peligrosas, aprovechó para estrenar un tema sobre el amor entre dos mujeres septuagenarias. Un símbolo de que el movimiento LGTB también ha servido para remover conciencias y aventar tantos cuartos y armarios en los que el aire se había estancado y enrarecido.
Soy, el diálogo interior con el que María Peláez retrata a una mujer libre, sirvió como preámbulo para el último bloque, el de mayor concentración de nombres populares. Por allí desfilaron Efecto Mariposa (y ese verso punzante, “Para quererme así ya me quiero yo”), Huecco (el más arrollador y participativo de la velada) o Andrés Suárez, que antes de Tengo 26 nos confió un episodio conmovedor: “Mi madre organizó en el antiguo Ferrol del Caudillo la primera manifestación universitaria. Se partió literalmente la cara”.
Rozalén, que ya había asomado para un dúo con Huecco, cerró el cartel como nuevo certificado de que ubicuidad y excelencia pueden darse por una vez la mano. La albaceteña arrancó las últimas muestras de entusiasmo, por encima ya de las 23.30, con 80 veces y La puerta violeta, y su repulsa hacia quienes “intentan darle la vuelta a los argumentos”. Lo resumió con una verdad aplastante: “que nosotras podamos salir a correr sin que les dé miedo a nuestros padres”. Justo antes, Víctor Manuel había rescatado una pieza estremecedora de tres lustros atrás, El club de las mujeres muertas, pieza incómoda (como su otra aportación a la noche, Ella solo supo dejarse querer) de quien nunca ha transigido con el silencio.
“De todas las revoluciones posibles, la única que está saliendo medianamente bien es la de las mujeres. El día en que ellas sean independientes económicamente, las calles estarán llenas de hombres abandonados”, argumentó el asturiano de garganta serena y el corazón en los puños. De otras revoluciones, por ahora mejor ni hablar. Pero en esta, al menos, que cese el derramamiento de sangre.
Babelia
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