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Secuelas barrocas

De la violencia como espectáculo a la omnipresencia del trampantojo, Luc Tuymans rastrea las huellas del siglo XVII en el arte contemporáneo a través de una muestra en la Fundación Prada de Milán

Álex Vicente
Detalle de 'Fucking Hell' (2008), de Jake & Dinos Chapman. 
Detalle de 'Fucking Hell' (2008), de Jake & Dinos Chapman.  Delfino Sisto Legnani / Marco Cappelletti

Sobrecoger al espectador fue la misión principal del arte que surgió durante la Contrarreforma. Por ese motivo, los lienzos se llenaron de una vertiginosa sensación de movimiento, de una violencia inusualmente gráfica y de una insinuación erótica casi permanente. A la vez, las iglesias recargaban sus fachadas para intentar que los fieles tentados por nuevos dogmas volvieran al buen camino (no por casualidad, el término “propaganda” fue acuñado mientras Bernini terminaba la columnata de San Pedro). Algunos de los postulados del Barroco, probable calco de un viejo término portugués que servía para denominar a las perlas de forma irregular, siguen impregnando buena parte del arte de hoy. Es la tesis principal de la muestra Sanguine, iniciada en Amberes y expuesta ahora en versión ampliada en la Fundación Prada de Milán, que propone un estimulante ejercicio comparativo entre distintos ejemplos de Barroco italiano, flamenco y español y varias decenas de obras contemporáneas. Detrás de la idea se encuentra el pintor belga Luc Tuymans, uno de los artífices del resurgir figurativo de los años ochenta, que antes ya comisarió una retrospectiva de James Ensor en la Royal Academy de Londres e impulsó muestras sobre el Romanticismo alemán y el arte de posguerra en el bloque del Este.

Tuymans vuelve a ponerse el traje de comisario inspirándose en los escritos de Walter Benjamin, que ya decretó hace más de un siglo que la modernidad empezaba en el Barroco. Aunque, más que buscar correspondencias literales y necesariamente extemporáneas, el comisario prefiere comparar los climas culturales en los que aparecen estas obras. Al humanismo renacentista le sucedió el pronunciado gusto por el cisma que marcó el siglo XVII. De la misma manera, el proyecto de reunificación que apareció en la posguerra europea se ha terminado dando de bruces con una realidad menos ecuménica. En consecuencia, en ambas épocas surge un arte virulento y politizado, lleno de trampantojos y otras posverdades, una idea que también han explorado artistas como Camille Henrot en sus últimas exposiciones.

A ratos cuesta distinguir
el pasado del presente, el original de la copia, la autenticidad del simulacro

Si todas las yuxtaposiciones de la muestra no funcionan —es el riesgo que acarrea encerrar a Rubens y Takashi Murakami en la misma exposición–, la mayoría terminan en éxito incontestable. En una de las salas, Tuymans propone un crescendo de violencia desenfrenada. Chico mordido por una lagartija, de Caravaggio; Triunfo de David, de Andrea Vaccaro, y el san Sebastián acribillado a flechazos de Zurbarán circundan la monumental instalación ­Fucking Hell (2008), de los hermanos Jake y Dinos Chapman, en la que 60.000 soldados de plomo representan a víctimas y ejecutores de distintos actos de barbarie, en una posible alegoría de un genocidio o una guerra santa (o, si se nos permite la exégesis, de una discusión en Twitter). En otro rincón, los estudios previos para las cabezas que pintó Van Dyck encuentran un reflejo en los rostros flotantes de Michaël Borremans, las litografías de víctimas de la bomba nuclear de On Kawara y el torturado expresionismo que desprenden los retratos de Marlene Dumas. Mientras tanto, distintas estatuas de profetas en piedra barroca, que inmortalizó el fotógrafo Marcel Gautherot como sutil reflejo de la evangelización de Brasil, dialogan con las esculturas mutantes del croata Vanja Radauš, al concluir un recorrido repleto de exageración ornamental, visceralidad sobreactuada y el poderoso hedor, agradable al principio e insufrible hacia el final, de los arreglos florales de Willem de Rooij.

La exposición funciona como testimonio de la rehabilitación de una palabra que durante siglos tuvo connotaciones peyorativas. Fue antes de que el Barroco fuera reivindicado por artistas partidarios de volver a la carnalidad tras la supuesta frialdad del minimalismo. Otro de los subtextos de la muestra apunta a la circularidad del tiempo, a esa historia que se repite sin cesar. Al eterno retorno de un ethos que creíamos extinguido, pero que re­emerge una y otra vez, poniendo en duda la propia noción de progreso. No era la intención de la muestra, pero a ratos cuesta distinguir el pasado del presente, el original de la copia, la autenticidad del simulacro. Puede que no exista un sentimiento más barroco que ese.

Sanguine. Luc Tuymans on Baroque. Fundación Prada. Milán. Hasta el 25 de febrero.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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