Una escuela de la mirada
Juan Cruz Ruiz publica 'Primeras personas', un libro de retratos literarios
Juan Cruz es un escritor hondamente afincado en el peso de la memoria, de su memoria. Así lo viene demostrando desde aquel libro seminal de su escritura autobiográfica que fue El territorio de la memoria (1995), donde exploraba la manera de referirse literariamente a sí mismo y a sus recuerdos. El libro partía de la muerte de su madre y de la necesidad de establecer una línea de continuidad entre la muerte de la madre y su propia vida. Esa misma pulsión genealógica, de ubicarse en línea con los otros, explica sus siguientes libros anclados en seres de su universo familiar (el padre, enOjalá octubre; los miedos de la infancia, en La foto de los suecos, o su vivencia como abuelo en El niño descalzo), libros felizmente reunidos en un solo volumen (Debolsillo, 2016). En Primeras personas, una imagen recorre el libro, la de los cristales rotos: la vida es una serie informe de estropicios de toda clase, en medio de los cuales brota la luz del calor humano, de la amistad, el fulgor de la complicidad y del entendimiento. Soy muy consciente de que a muchos lectores hablar de calor humano, en pleno antihumanismo, les dará risa. Resulta pueril, lo sé. Pero como Juan Cruz escribe como si no lo supiera, como si todavía nos jugáramos la vida en un mundo de relaciones humanas, yo le sigo en esto y me adhiero a su mirada como si fuera un nuevo manifiesto personal, esta vez no firmado por Ana María Moix sino por Juan Cruz Ruiz.
De los estropicios que concurren en todo andar por la vida apenas se habla, pero están ahí y son muchos: el terrible dolor de huesos que sufre Jorge Semprún; Benedetti esforzándose por estar presentable en su cama de hospital; Günter Grass acusando con toda la mole de su cuerpo la angustia causada por la ira de sus compatriotas después de publicar Pelando la cebolla; el abatimiento de Fernando Savater a la muerte de su mujer, Sara Torres; Doris Lessing ignorando el Nobel que le llegaba con 15 años de retraso; Juan Cueto en su pabellón de reposo; el triste sepelio de Gabriel García Márquez, tomado por el ejército; la generosidad de Dulce Chacón o de Almudena Grandes con los suyos…
Los retratos son muchos y se diría que Juan Cruz, a su través, lucha desesperadamente por no estar solo en un mundo en el que, paradójicamente, por su labor profesional de periodista, estará siempre con gente. En mi ignorancia de la profesión imagino que, para alguien que constantemente debe dar cuenta de los otros a sus lectores, el péndulo de la escritura fuerza el contrapunto: ¿y quién soy yo en medio de la abrumadora existencia ajena? Y esa necesidad de ubicarse a sí mismo entre los demás conduce Primeras personas a una dimensión esencial del libro, que es la forma de percibir a los demás. Una dimensión ya muy presente en su anterior galería de retratos literarios, titulada magistralmente Egos revueltos (Tusquets, 2010).
Pero aquí vamos del ego al ser. Y por tanto su ancho conocimiento de la vida literaria da paso a una idea más cervantina: al incorporar la vida literaria, la relación con escritores que han sido importantes para él por diversas razones, en un marco que es el de la propia naturaleza humana (hecha de vida y de muerte), el escritor se incorpora a sí mismo en el acto de enmarcar. Es decir, que, viendo a los otros —absolutos protagonistas de la obra—, Juan Cruz pone de relieve la índole de su mirada ante la inagotable diversidad de la vida. Como si en la forma de percibir a los otros, tan distintos, tan perfectos e imperfectos a un tiempo, residiera una escuela de mejoramiento. De modo que en lugar de reducir a sus personajes, en su mayoría tomados en momentos difíciles o crepusculares, a la anécdota cosificadora, Juan Cruz se esfuerza por habitar los mundos que ellos habitan vertebrándose a sí mismo en la experiencia ajena. Si pensamos en el niño evocado en La foto de los suecos, no hay duda de que la curiosidad ha sido el mejor remedio para combatir el miedo. Sus lectores nos hemos beneficiado mucho de ello. Y la historia privada de la literatura, también.
Primeras personas. Juan Cruz Ruiz. Alfaguara, 2018. 352 páginas. 18,90 euros.
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